Gracias al festival Nocturna hemos tenido la oportunidad de disfrutar de la que es sin duda la mejor película de terror visionada en esta edición del evento... y por ahora, de largo, en lo que llevamos de año. Un trabajo que demuestra fundamentalmente dos cosas:
que con elementos 100% reconocibles y no precisamente originales se puede crear una obra destacable gracias a la pericia para generar auténtica tensión y que James Wan está llamado a ser uno de los grandes artesanos del género.
La historia nos lleva a otro de los casos (presuntamente) reales investigados por esta pareja de enamorados detectives de lo paranormal. Volvemos a encontrar espacios comunes de la anterior entrega (la familia -aunque en este caso disfuncional- azotada por fuerzas más allá de su comprensión pero unida ante la adversidad, la casa como claustrofóbico escenario de la acción,
los elementos cotidianos -bien un juego de palmadas, un tren de juguete, un piano o un sofá- convertidos en imprevistos generadores de tensión) aunque en esta ocasión la trama nos traslada de la América profunda heredera del espíritu del
American Gothic a la ecléctica y convulsa Inglaterra de finales de los 70 marcada por el escepticismo, las castradoras políticas del pre-Thatcherismo y la irrupción de la rebeldía anti-sistema.
Una exquisita y perfectamente conseguida ambientación en la que se desarrollan en paralelo la trama principal, con la presentación y explosión de los fenómenos paranormales que harán imposible la vida de la pobre familia inglesa, y una interesante subtrama secundaria que sigue a los Warren en su día a día (incluyendo su muchas veces accidentado periplo televisivo relatando sus casos) hasta que se ven involucrados en el caso de Enfield.
Uno de los puntos fuertes de la película es este curso de acción dividido que escapa del típico
"por el día no pasa nada y por la noche pasan cosas" de los productos escritos y filmados con el piloto automático puesto.
Ambas historias se van alternando de forma presumiblemente aislada cimentando y construyendo unos personajes interesantes, hasta que confluyen de manera ejemplar atando cabos aparentemente sueltos que le dan empaque y fondo a la historia. También es destacable la forma que tiene Wan de preparar esas escenas cotidianas tan sencillas como fáciles de conectar con el espectador, perfecto contrapunto al verdadero infierno que sabemos que en cualquier momento se acabará desatando. Una estructura a la que el director sabe sacar mucho partido,
consiguiendo generar una atmósfera de angustia y verdadero horror que poco a poco nos va atrapando. Porque si en algo demuestra Wan que se está convirtiendo en todo un maestro es en el arte de crear tensión con cualquier tipo de elemento.
Se le podría aplicar perfectamente la frase: "Te hago temblar cuando quiero, con lo que quiero y como me da la gana". Un verdadero genio capaz de montar escenas que desprenden auténtico pavor con una calidad que le da sopas con honda a cualquiera que se le ponga por delante.
En cuanto a los actores, están todos fantásticos, desde los niños (sobre todo la protagonista) hasta los ya conocidos Vera Farmiga y Patrick Wilson, quienes bordan su papel como
raras avis destinados a encontrarse que no son sino buenas personas con un oficio algo peculiar, pero que en el fondo son tan sencillos y humanos como cualquier hijo de vecino. Por lo demás, ¿estamos ante una historia original destinada a reinventar los cánones del género? La respuesta es No, aunque tampoco es esa su intención.
Para conseguir una buena historia y un buen clima de terror no es necesario reinventar la rueda, sino tomar algunos elementos distintivos y jugar con ellos de forma efectiva para hacernos pasar un buen/mal rato. Y en esto James Wan gana por goleada. No sólo conoce y maneja los resortes del género como nadie de su generación sino que maneja el ritmo a la perfección hasta desembocar en uno de esos
tour de force finales que nos dejan pegados a la butaca. Además,
cada vez utiliza mejor la puesta en escena, dando lugar a secuencias tan asombrosas (y aterradoras) como la presentación del Hombre torcido o el encuentro de Lorraine con el demonio/monja empleando las sombras y el punto de vista de forma magistral.
En definitiva,
una gran película de terror de aroma clásico que mantiene el nivel de su predecesora y hará las delicias de los amantes del género que busquen más allá del susto inmediato y prefabricado, confirmando a James Wan como lo mejor que le ha pasado al Terror en lo que va de siglo.
★★★
★★