Situada con el telón de fondo del auge de la Guerra Fría, "Operación U.N.C.L.E." se centra en el agente de la CIA Napoleón Solo y el agente de la KGB Illya Kuryakin. Obligados a apartar sus diferencias, largamente arraigadas, ambos se unen para formar un equipo que llevará a cabo una misión conjunta para poner fin a una misteriosa organización criminal internacional, que pretende desestabilizar el frágil equilibrio de poder resultante de la proliferación de armas y tecnología nuclear. La única pista que tienen es la hija de un científico alemán desaparecido, que es la clave para infiltrarse en la organización criminal, y deben luchar contra el tiempo para encontrar al científico y evitar una catástrofe mundial..
Guy Ritchie es un director con muchas caras. O mejor dicho, con una evolución de lo más serpenteante a lo largo de su carrera. Tenemos al Ritchie socarrón y audaz, el
enfant terrible del cine británico en sus inolvidables comienzos con obras tan transgresoras como divertidas y un estilo que marcó época a finales de los años 90. Tenemos al Ritchie
felizmente casado con la inclasificable Madonna, que ejerció de vampiro creativo para fagocitarle misteriosamente todo su talento por el camino del matrimonio. Tenemos al resucitado director que resurgió de sus cenizas retomando su abandonado estilo y su vena traviesa, apostando por un cine lúdico no exento de virtudes diferenciales como un ritmo imparable y unos recursos tras la cámara siempre sorprendentes y efectivos (
Sherlock Holmes tendrá sus adeptos y sus detractores, pero no se le puede negar que es un producto divertido y lleno de carisma).
¿A cuál de ellos nos encontramos en este nuevo trabajo tras la cámara? Pues esencialmente a ninguno. Llega a nosotros un nuevo Guy Ritchie, que deja un poco a un lado sus apuestas más personales y su universo particular para encarar una etapa como director de encargo, que pronto prolongará con su trabajo en las leyendas artúricas
.
De esta forma, nos encontramos con la adaptación al largometraje de una serie clásica de la televisión estadounidense.
Un material con muchas posibilidades, toda una buddy movie (antes de que se acuñara ese término; no todo se inventó en los 80) en la que dos agentes secretos de potencias con una rivalidad histórica como la URSS y Estados Unidos se veían obligados a colaborar para enfrentarse a amenazas globales. Uno de los múltiples productos de espionaje surgidos en los 60 para aprovechar el creciente
boom de James Bond, sólo que con una particularidad muy especial. En plena guerra fría se contaba con un protagonista ruso que, lejos de ser el malvado de turno, se trataba de uno de los
buenos. Inicialmente estaba previsto que fuera un cameo, aunque su popularidad lo elevó a co-protagonista de la serie. Otro signo distintivo de esta propuesta es que contó con la colaboración para su concepción y puesta en marcha del mismísimo Ian Fleming, el creador del agente 007.
De esta forma, ¿cómo llevar esta historia a la gran pantalla? Una opción es adaptarla al nuevo siglo, como tan bien se ha hecho con Misión:Imposible. Sin embargo, la opción elegida ha sido respetar la época original y ambientar la película en los años 60. Desde mi punto de vista, todo un acierto, ya que le otorga a la propuesta todo lo que hace de ella un producto interesante.
Así pues, la ambientación es magnífica a todos los niveles.
Tanto la escenografía, la fotografía, el vestuario, la banda sonora e incluso la motivación argumental (un malo unidimensional cuyo objetivo no es otro que controlar el mundo a través del terror nuclear) son absolutamente geniales y le otorgan a la película un look espectacularmente atractivo potenciado por la dirección de Ritchie, que destila clase en cada fotograma. Pura seducción servida en bandeja para deleite de nuestros ojos. De hecho, es tan poderosa y subyugadora estéticamente y a nivel de recursos tras la cámara que es muy fácil dejarse cautivar por ella, convirtiéndose en una cinta de lo más disfrutable. Pero... (porque evidentemente hay un pero, y no es baladí). A medida que el metraje va avanzando nos damos cuenta de que le falta algo.
Seduce, pero no enamora. Agrada, pero no nos lleva a la cama para terminar la velada entre fuegos artificiales. Le falta chispa. Como diría otro ilustre espía, Austin Powers, le han robado el
mojo.
Esto se debe a dos motivos fundamentales: un guión excesivamente simple y unas actuaciones correctas en lo individual pero carentes de química en lo colectivo.
Respecto al primer punto, la trama no puede ser más roma. Villano(s) de opereta y un plan tan antiguo como el mundo (criminal) que dan poco juego.
Poco lustre argumental con el que jugar para sorprender al espectador, cosa que pasa en escasas ocasiones. A esto se unen escenas cuyo gusto estético es inversamente proporcional a su importancia argumental. Como muestra, la larga escena que se desarrolla en el circuito de carreras, tan bien ambientada como poco importante para la trama, ya que básicamente no sucede absolutamente nada más que la presentación de un par de personajes. Otras escenas son directamente interludios inermes como el bailecito de Vikander y Hammer, que ni siquiera resulta divertido.
Por no mencionar la tendencia a sobre-explicarlo absolutamente todo a base de flashbacks, que termina resultado cansina. Sin embargo, todo está tan bien narrado que nos termina engañando. Como comentaba anteriormente, Guy Ritchie hace un muy buen trabajo tras la cámara.
La película se beneficia de una dirección elegante, vistosa, que sabe sacar partido a cada escena y dotarla de una clase y un sabor a thriller sesentero que tira de espaldas, empleando muy bien el recurso de la pantalla partida o los planos cenitales para dotar al conjunto de un estilazo que tira de espaldas y crear tramos absolutamente brillantes, como todo el inicio de la película o la escena de la tortura.
Sin embargo, da la impresión de que trabaja con el freno de mano puesto. Se echa de menos la audacia formal y conceptual del director, momentos de dejarnos con la boca abierta o de ritmo infernal. Esto es, buen trabajo tras la cámara pero sin el sello y el ritmo
"Guy Ritchie". Si bien el director se ha hartado de decir que este es "su Bond" más bien acaba resultando una entrada en el curriculum que le postule como artífice de una futura entrega de la franquicia del agente secreto con licencia para matar.
Respeto a los actores, no se puede negar que llenan el traje (ellos) y los mini-vestidos (ellas) como nadie. El trío protagonista es la viva imagen del atractivo y la distinción. Pero se echa en falta mucha más química que haga divertidas las interrelaciones entre los distintos personajes. No hay quien se crea el amago de atracción entre Hammer y Vikander, o la relación de espejos entre Cavill y Hammer. No hay ni
tensión sexual no resuelta ni
bromance posibles.
Sin embargo, aunque esto hubiera añadido una dinámica más divertida al conjunto el resultado final no deja de ser de lo más entretenido. También destaca un robaplanos nato como Hugh Grant en el papel que mejor sabe hacer: el de Hugh Grant. Y es que este actor lleva ya la tira de años haciendo de sí mismo... pero hay que reconocer que lo hace muy bien. Como nota al margen, de vergüenza ajena el título español. Sobre todo por ese "uncle" fonéticamente adoptado que cuando se escucha en pantalla hace que hasta rechinen los dientes. ¿Tanto costaba haberlo "americanizado" para que no suene como si aún pronunciáramos "Jon Baine"? ¿O haberle dado el acrónimo por el que se conoce en toda hispanoamérica (CIPOL)? Pues nada, qué le vamos a hacer...
En definitiva, una película rebosante de clase y distinción, un thriller de aroma sesentero moderadamente divertido y muy entretenido, aunque podría haber dado mucho más de sí. Un anillo de diamantes con una caja exquisitamente labrada y ornamentada, que denota elegancia, estilo y
charme; sin embargo, al abrirla y examinar su contenido más de cerca nos damos cuenta de que, aunque deslumbrantes, los diamantes son falsos. ★★
★★★1/2