Enorme capítulo centrado en el enorme (en muchos sentidos) personaje de Wilson Fisk.
Además de remontarnos a su tierna infancia para comprobar sus orígenes, mostrará ser un personaje que va mucho más allá del unidimensional capo mafioso violento, mostrando también vulnerabilidad, miedo o incluso indecisión.
Algo que lo hace humano y, por tanto, mucho más peligroso al saber sobreponerse y convertir sus debilidades en fortalezas. Escrito con una garra animal por el showrunner Steven S. DeKnight, podría considerarse el mejor capítulo de lo que llevamos de temporada. Y es difícil porque hay mucha calidad en esta serie, pero siempre es una alegría ver cómo ésta va
in crescendo a lo largo de su desarrollo. La escena inicial, como viene siendo costumbre, es brillante. Wilson Fisk comienza su día con una rutina que se nota estudiada y repetida hasta el más mínimo detalle. Un despertar sobresaltado, como el final de una pesadilla; la vuelta a la tranquilidad y el sosiego contemplando el cuadro que compró a su amada Vanessa; la preparación del desayuno; la cuidadosa elección del traje y la camisa; y, sobre todo, la elección de los gemelos. Un paso que se mostrará crucial cuando, al repetirse la escena a lo largo del episodio, comprobemos cómo una y otra vez la elección es la misma, como si fueran alguna especie de talismán.
Al finalizar el ritual, la imagen que le devuelve espejo es la de un niño rechoncho cubierto de sangre; una sombra remanente de su pasado.
A partir de ahí, la jornada de Fisk no será ni mucho menos apacible. Diferentes encuentros con unos cabreados Leland Owlsley y Mr. Nobu pondrán en jaque su rocosa hegemonía sobre los bajos fondos de la ciudad.
Los últimos acontecimientos y, sobre todo, las actividades del justiciero de negro están pesando sobre el control absoluto de la situación que ha venido manteniendo Fisk hasta ahora y, con ello, sobre la confianza de sus aliados. Un nuevo problema se añade a la ecuación: Blake, el policía tiroteado "presuntamente" por el justiciero de negro ha recuperado la consciencia. Un marrón que hay que barrer debajo de la alfombra, y para ello nadie mejor que su propio compañero. Un amigo de toda la vida, alguien que ha compartido cada patrulla, cada caso... pero que evidentemente es incapaz de plegarse ante la insistencia de Fisk y la siempre eficaz ayuda de un cheque en blanco. En paralelo, asistimos a la infancia de Fisk, un niño orondo y pasivo objetivo de las burlas de los chulitos del barrio y cuya infancia transcurre en una familia de clase baja marcada por la oscura presencia de un padre violento que oculta su frustración como perdedor de libro tras una mano larga y mucha mala leche.
Un ser infame que, sin embargo, le dejará las mejores lecciones de su vida... antes de morir en plena explosión de violencia del niño, harto de que su madre reciba palizas día sí y día también. Un retrato de una época dura y del germen del amo del crimen en la actualidad, que intenta alejarse al máximo posible del ejemplo de su progenitor abrazando la filosofía oriental de control y zen;
aunque cada día lleva un recuerdo de todo aquello que odia materializado en los gemelos de su padre.
De vuelta al presente, las cosas se complican cada vez más. Matt ha conseguido llegar a Blake justo después de que sea asesinado por su compañero, logrando hablar con él durante sus últimos instantes de vida, lo que termina por hacer explotar a Fisk. El justiciero está un paso más cerca. Hecho al que se une una visita
"de cortesía" de Madame Gao, sin duda el personaje más inescrutable e inteligente de cuantos circundan el mundo de Kingpin.
Una tensa reunión donde la anciana deja claro que su confianza en Fisk sigue en pie, pero está peligrosamente al borde del "golpe de estado". Una situación que resume en una contundente consejo final: "Pon orden en tu casa". La cosa está muy jodida para el gran jefe, por primera vez se palpa que la situación está a punto de sobrepasarlo. Entretanto, Matt sigue haciendo gestiones para llegar hasta la cabeza del hampa. El siguiente paso, hacer prometer a Karen y Foggy que dejarán de meterse en terrenos pantanosos y presentarse en su identidad de justiciero ante la única persona de confianza que conoce y que puede ayudarle en su cruzada: Ben Urich.
El plan consistirá en hacer público el nombre que todos temen, en hacer que la propia ciudad se pregunte quién es Wilson Fisk y lo asocien con el Mal que se cierne sobre sus cabezas. No cuentan con un jugador inesperado. Fisk no está sólo, y su fiel Wesley llevará junto a él a la única persona que le entiende y le proporciona paz: Vanessa.
La visita de la bella mujer será crucial. No sólo comparte lecho con él, sino que toma parte en toda su rutina diaria, ejerciendo de punto de inflexión. Un nuevo estilo de traje, unos nuevos gemelos que entierren el pasado y una nueva vida.
Antes de que Urich pueda publicar su artículo, el renacido Fisk se presenta ante la ciudad como su salvador, identificando el Mal a erradicar con el justiciero que está sembrando el caos. Un golpe sobre la mesa y donde más le duele a Matt. La ciudad que ama puesta en su contra, en un final sobrecogedor. Destacar el sobresaliente trabajo de Vincent D'Onofrio y Ayelet Zurer, un dechado de sutileza, emoción y recursos. Espectacular.
Matt va a tenerlo muy difícil y no porque su rival sea más fuerte y/o poderoso, sino porque siempre va un paso por delante de él.
Incluso cuando parece que ha dado un golpe que acerca a su enemigo a las cuerdas, éste es capaz de darle la vuelta a la tortilla y asestarle un directo en plena mandíbula sólo a base de inteligencia. Bueno, inteligencia y una aliada/amante/reposo del guerrero que poco a poco se va confirmando como toda una Lady Macbeth de altura. En definitiva, la madurez de la serie se sigue asentando, demostrando que va mucho más allá de un producto de superhéroes al huso. Nada más lejos de la realidad.
Se trata de una gran thriller urbano que tiene sus principales puntos fuertes en unos guiones precisos y contundentes y unos personajes magníficamente perfilados e interpretados. ¡Y que siga así por mucho tiempo!
Por Antonio Santos