La historia se centra en dos vampiras que habitan en una oscura mansión donde atraen a hombres a los que les ofrecen orgías de sexo que terminan siendo orgías de sangre. Hasta aquel lugar llegan unos jóvenes excursionistas con ganas de fiesta y un hombre que esconde un oscuro pasado...
En primer lugar, conviene hacer constar que no he visto la película original del mismo título dirigida por José Ramón Larraz en 1974 y estrenada en España con el más castizo título de "Las hijas de Drácula". Por lo tanto, no entraré en materia sobre si esta revisión perpetrada por Víctor Matellano hace honor o no a su referente. En el segundo caso, no cabe duda de que el término "clásico" está muy sobrevalorado...
Las dos primeras escenas de esta película nos dejan las cosas bien claras sobre lo que nos espera. La primera acentúa los componentes básicos sobre los que va a girar la trama: sangre y tetas. Sin más. La segunda, una melindrosa escena que sigue a dos enamorados en moto hasta acabar pasto de la sed de sangre de una extraña presencia ya nos anticipa el dato que nos faltaba y que iremos contrastando a lo largo del metraje: es mala de solemnidad. Pero lo peor no es eso, sino que además se empeña en tomarse en serio a sí misma cuando la realidad es que no hay por dónde cogerla. Al menos las películas malas conscientes de serlo tienen la virtud de ofrecer sana diversión e irreverencia que permite a un público que sabe lo que busca disfrutar de ellas, cosa que no se produce en este caso, llegando a hacerse larga y tediosa. Sobre todo porque a lo largo de todo el metraje va dando bandazos sin ton ni son.
Lamentablemente, poco bueno se puede decir de esta propuesta. Un par de escenas visualmente muy potentes, como esa ducha sangrienta de las dos vampiresas mientras dan rienda suelta a su lubricidad, perdidas entre un maremagnum de caos argumental, un montaje de juzgado de guardia y una dirección bastante imprecisa. Al mismo nivel están las labores actorales, donde las vampiresas dan toda la sensualidad que pueden ofrecer (que es mucha) y el resto de actores vagan como almas en pena sujetos a un guión que los va moviendo de un sitio a otro sin orden ni concierto, destacando un Christian Stamm más perdido que un pulpo en un garaje y la estelar presencia de Caroline Munro que se da un paseo en bicicleta, suelta sus diálogos absurdos (como todos) y a otra cosa, mariposa. Pero a los pobres no se les puede achacar el peso de este despropósito, sino a un guión lleno de incoherencias (la luz del día afecta ahora sí, ahora no) y situaciones risibles (el cepo, el momento "lengua") que divaga sin saber dónde quiere llegar y pretendiendo ser críptico y simbólico con determinados detalles cuando la realidad es que al espectador terminan por no interesarle un pimiento.
¿Lo mejor? El póster. Como dice el gran Terrence Fletcher, no hay dos palabras más dañinas en nuestro idioma que
"buen trabajo". ¿Quién le habrá dicho esas dichosas dos palabras a estas pobres criaturas? No ponemos en duda que las intenciones sean buenas, pero bien es sabido que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. En este caso, el camino al infierno del olvido.★
★★★★
Por Antonio Santos
Cinéfago por puro placer y juntaletras ocasional. Defensor de las causas perdidas seriéfilas. Hincado de hinojos ante Hitchcock y Tarantino, entre otros muchos. Amante de la ciencia ficción, la aventura, Rick Remender, Jonathan Hickman, el helado de chocolate, Jessica Chastain y Eva Green (no necesariamente por ese orden).