Charlie Brooker lo ha vuelto a hacer. A falta de Paseo de la fama londinense, el artífice de esta serie se está ganando la construcción de un pedestal en la puerta de la BBC. La mala leche y concentración de bilis por pixel sigue superando toda expectativa, atreviéndose a brindarnos el especial navideño más pesimista, caustico y sádico visto en la pequeña pantalla en mucho tiempo. Un antídoto a base de crueldad a la sobredosis de azúcar que nos rodea en estas fechas. El anti-christmas hecho carne (más bien nueva carne).
El capítulo se estructura como una temporada concentrada en un solo episodio. De esta forma, a lo largo de 70 minutos se nos presentan tres historias, aunque
la novedad es que todas ellas están enlazadas mediante un hilo conductor común que no sólo las hilvana, sino que desemboca en un final tan sorprendente como demoledor. Conviene no contar demasiado del argumento para preservar intacta la magia de este especial, así que intentaremos ser lo más
Spoiler-free posible.
El principio del capítulo ya nos deja claro que el desarrollo va a ser de lo más enigmático. Dos desconocidos en una cabaña aislada en la que presuntamente han pasado cinco años sin apenas interactuar hasta que, aprovechando que es el día de Navidad, uno de ellos decide romper el hielo, preparar una comida especial y socializar un poco. No sabemos cuál es su función, qué hacen en este emplazamiento, aunque parece que es una especie de castigo o destino poco deseado por alguna metedura de pata cometida.
De esta forma, comienza una velada donde ambos abrirán su alma y relatarán los hechos que los han llevado a tan ingrata situación. Tres fragmentos de una vida marcada, como viene siendo habitual en esta serie, por alguna relación malsana con la tecnología que los rodea. Aunque este componente tecnológico no deja de ser algo circunstancial. Lo que realmente está podrido hasta las entrañas son las relaciones sociales, que utilizan los avances técnicos como muleta para dar lugar a seres cada vez más asociales y deshumanizados.
De esta forma, el componente crítico está tan afilado como siempre. El drama se sustenta en dos conceptos básicos. Uno es
"el bloqueo", es decir, llevar la tecnología vista en el capítulo
"Tu historia completa" un paso más allá, añadiéndole una importante característica
"social media". ¿Y si alguien me tiene hasta las narices y no quiero hablar con él? Pues lo bloqueo igual que en una red social, con el mismo efecto pero en la realidad. Lo único es que aquí se explora la extrema crueldad y desquiciamiento a la que puede dar lugar un comportamiento de este tipo si se emplea a la ligera. El segundo concepto es
"la galleta". Este es el nombre de un aparatito con la capacidad de albergar un
backup de nuestro cerebro. Una Inteligencia Artificial que es una copia exacta de nuestra red neuronal, albergando nuestros recuerdos, nuestros gustos y preferencias, nuestro carácter... A priori no parece una mala idea, aunque utilizado para determinados fines puede resultar atrozmente inhumano. U
no de los eternos debates de la Ciencia Ficción: ¿una IA tiene vida? Porque esta es la base de todo el episodio: el ser humano desprovisto de su humanidad, convertido en un animal asocial; la tecnología que nos convierte en esclavos, aunque no nos demos cuenta. Algo no tan descabellado visto nuestro día a día. De esta forma, las diferentes historias van aumentando cada vez más en crudeza y desazón, hasta llegar al desolador final en el que se pone de manifiesto que el hombre es un lobo (con implantes) para el hombre, y utilizará todos los medios a su alcance para castigar a sus congéneres.
Es impresionante el alto grado de crueldad que alcanza este epílogo totalmente desesperanzado. Porque aunque los giros sean en esta ocasión más predecibles, las diferentes capas y lecturas morales que Brooker nos tira a la cara no pueden sino dejarnos planchados.
Destacar también las geniales interpretaciones de Rafe Spall y, sobre todo, de Jon Hamm, que está soberbio como trasunto de un Don Draper pasado por el filtro del sarcasmo, un prestidigitador carismático que oculta un lado oscuro bajo su fachada de perfecto colega de copas. También es de destacar la
malrollera y malsana
interpretación de
nuestra Natalia Tena. Y que compensa lo descolocada que está Oona Chaplin en su fragmento. Esta chica ha demostrado tablas en otros trabajos como la serie
Dates o la mismísima
Juego de tronos, pero aquí está a la altura de sus compañeros de reparto, restándole fuerza a su historia. Sin embargo, no deja de ser una minucia que no nos impedirá disfrutar de este gran capítulo que sacia nuestra hambre de Black Mirror mientras llega la nueva temporada.
Podrá gustarnos más o menos en comparación con otros capítulos, pero lo cierto es que sigue a un nivel de calidad sobresaliente y nos permitirá apasionados debates con nuestro entorno, cosa de la que no pueden presumir todos los productos audiovisuales. Inocentes de nosotros, creemos que seguimos siendo libres... ¡Feliz blanca, desolada y árida Navidad!
Por Antonio Santos