Con el cambio de año, es un buen momento para revisitar y hablar de esta película, centrada en los dos últimos días de 1999 y culminando en la cuenta atrás no sólo de un nuevo año, sino de un nuevo milenio. Una cinta infravalorada, actualmente considerada
de culto, a la que el tiempo ha acabado por poner en su lugar y que sigue siendo un referente para los amantes de la ciencia ficción 20 años después de su estreno.
Lo tenía todo para triunfar. Un guión escrito por James Cameron, al frente también de la producción, en un punto álgido de una carrera aún en ascenso; la dirección siempre férrea y adrenalínica de una Kathryn Bigelow que acababa de petarlo con "Le llaman Bodhi"; un reparto de campanillas encabezado por alguien de la talla de Ralph Fiennes, exquisito actor caro de ver en producciones de este tipo; y una narrativa original que acompañaba de forma excelente a una historia dura con ecos del cine negro más clásico, aunque ambientada en un futuro (cercano) distópico, frío y en permanente estado de crispación. Y sin embargo, pinchó en taquilla. No es la primera vez que pasa (prácticamente siguió los mismos pasos de otros fracasos comerciales como Blade Runner), siendo recibida inicialmente con frialdad por crítica y público hasta que alguien de la talla de Roger Ebert la encumbró como una de las películas del año 1995, encontrando desde entonces a un público fiel y entregado.
Varias pueden ser las razones de este fracaso inicial. La primera de ellas, una clasificación R (restringida a menores de 17 años si no están acompañados por un adulto) en Estados Unidos. Actualmente, que un estudio decida aceptar una calificación R o superior es poco menos que una utopía y, aunque por aquél entonces se tenía algo más de manga ancha, no dejaba de ser veneno para la taquilla en tiempos de conservadurismo. De esta forma, la Fox apenas la promocionó y prácticamente se desentendió de ella. Otros factores que pudieron afectar fueron el frío recibimiento inicial de la crítica tras su estreno en el marco del Festival de Venecia y su larga duración, aunque lo que posiblemente más peaje le costara es su trama oscura y marcadamente pesimista, unida a un argumento para nada complaciente y muy crítico con la sociedad y, de forma velada pero ostensible, con los que ostentan el poder.
La trama se desarrolla en Los Ángeles, pero no vamos a encontrarnos con la ciudad llena de luz, cuerpos esbeltos y bronceados y playas interminables que siempre hemos visto, sino una con urbe gris, oscura, al borde del colapso, en cuyas calles conviven la represión extrema en forma de presencia militar constante, frecuentes controles policiales, disturbios, crimen, desencanto e inseguridad. En lugar del Sol, la ciudad está inundada por la basura, las armas, la crispación y la corrupción. Lo que se magnifica con la locura generada por el fin de milenio, con la llegada del Apocalipsis a la vuelta de la esquina. En este marco distópico malvive Lenny, un ex-policía que se dedica a trapichear con una tecnología ilegal conocida como SQUID tan inocua como adictiva. Una nueva droga que permite evadirse de la dura realidad haciendo sentir por un momento las vivencias de otra persona. Pero no sólo viendo lo que hace esa persona, sino siendo esa persona gracias a las conexiones neuronales que permiten experimentar las sensaciones tal y como fueron vividas. De esta forma, uno puede vivir desde la experiencia hacer surf hasta prácticas sexuales de alto voltaje sin ningún riesgo. Todo lo que se pueda comprar con dinero es posible.
Pese a considerarse una práctica ilegal, es tan habitualmente inofensiva que la preocupación policial por esta nueva droga es mínima, lo que da cancha a toda una cadena de producción alrededor del SQUID: desde los camellos como Lenny, que venden experiencias a la carta a sus clientes, hasta los que se encargan de editar el material y buscar a los receptores que recrearán las experiencias solicitadas. Un negocio en el que Lenny es una maestro, un truhán capaz de vender arena en el desierto y del que poco a poco vamos conociendo detalles de su pasado. Se trata de un protagonista que es la viva personificación del antihéroe, un caradura siempre sin blanca que, pese a todo, sobrevive fiel a sus principios en un mundo amoral que se está yendo al infierno. Y soporta un lastre que le impide levantar cabeza: la presencia fantasmal de un antiguo amor que le abandonó en pos de la fama y en cuyo recuerdo sigue perdido merced a las grabaciones de las experiencias felices vividas en la mejor etapa de su relación. Toda una femme fatal a la que da forma una hipersensual Juliette Lewis. La vida triste y sin visos de esperanza de Lenny sólo encuentra un poco de solaz en sus dos únicos amigos: Max, otro antiguo policía reconvertido en detective privado y Mace, una chófer de limusinas que siempre le está sacando las castañas del fuego. Hasta que de pronto la rutina desaparece al llegar a sus manos una grabación pretendida por muchos poderes fácticos de ambos lados de la ley y que puede ser la clave para evitar (o lograr) que una sociedad en precario equilibrio arda definitivamente hasta los cimientos.

De esta forma, se desarrolla una trama que bebe de las fuentes del cine negro, moldeándolas y adaptándolas a los esquemas de la ciencia ficción de componente más crítico. Tenemos al antiguo policía desencantado de vida gris que ejerce como héroe a su pesar de la función, metido accidentalmente en una conspiración de la que tiene difícil escape, la mujer fatal a quien sigue amando pese a que le ha dejado tirado como una colilla, policías corruptos, mafiosos perversos, antros de mala muerte, un caso con muchas más aristas e implicaciones de las que se ven a simple vista, alianzas improbables, traiciones inesperadas... Toda la riqueza de este género unida a una ambientación en un "futuro" de lo más probable. Una decisión argumental que permite explotar el marco temporal tan poco utilizado como atractivo que supone el fin de un milenio, con toda la paranoia y teorías apocalípticas que lleva asociadas. Y sin embargo, una solución argumental de lo más curiosa dado que la película está rodada en 1995 y sitúa la trama en el "lejano" futuro del año 2000... ¡tan sólo cinco años después! Sin embargo, la forma de ambientar esta sociedad es el factor diferencial. No vamos a encontrarnos con coches voladores, armas de rayos o estéticas alucinadas, sino que la pretensión es poner a nuestro presente en un microscopio, una de las principales armas de la ciencia ficción. Lo mismo pueden ser 5 años en el futuro que 50, o una realidad alternativa. Lo importante es presentar esta sociedad futura tan cercana a la nuestra en la que se está a un paso del autoritarismo, la represión militar, el caos social más absoluto, la pérdida de la esperanza y la deshumanización que hacen presagiar esa chispa que puede desembocar en una distopía orwelliana en un corto plazo. Además de hacer gala de una clarividencia a prueba de bombas, al adelantarse a los asesinatos de raperos como Tupac Shakur o Notorious B.I.G. E incluso plantear una sociedad caracterizada por el descontento ciudadano y la incapacidad de respuesta de unos gobiernos asolados por la corrupción incapaces de escucharlos... cosa que se aleja completamente de la realidad actual (modo ironía ON); o la deshumanización y aislamiento provocado por el uso y abuso de la tecnología como "droga".
Por otra parte, otro de los puntales de la película es la maestría tras la cámara de Kathryn Bigelow. Si alguna vez se ha puesto en duda la valía de una mujer como directora de películas de acción, la buena de Kathryn ha zanjado el debate en un santiamén. Y aquí vuelve a demostrar su pulso tras la cámara dotando a la película de un ritmo imparable y una fuerza abrumadora en cada una de sus escenas, evidenciando que tiene más talento, sentido del espectáculo, pulso narrativo, nervio y cojones que gran parte de sus colegas. Destaca el recurso narrativo utilizado para plasmar los efectos del SQUID, planteando escenas narradas en primera persona que meten al espectador de lleno en la narración y lo hacen protagonista de experiencias extremas, como el atraco que abre la película y que ya deja claro desde el principio que nos vamos a meter de lleno en un carrusel de adrenalina. Además, las peleas duelen de verdad, las persecuciones le dejan a uno pegado al asiento y el ritmo no baja desde el minuto 1 hasta el final, convirtiéndose en una montaña rusa que hace que las dos horas largas se pasen sin darnos un respiro. Y además tomándose tiempo para profundizar en unos personajes cargados de verdad, destacando un Ralph Fiennes totalmente implicado que es capaz de mostrarse duro y vulnerable, encantador y superado por las circunstancias, haciendo gala de una cantidad de recursos y una mirada de expresividad infinita. De igual forma destacan dos personajes femeninos fuertes, marca de la casa Bigelow, sobre todo el encarnado por una Angela Bassett pletórica a la que es todo un placer ver pateando culos y salvando el mundo.
Como curiosidad, cuando comenzó el rodaje de la película Cameron y Bigelow ya se había separado, aunque siguieron adelante con el film. Preguntado al respecto por la prensa amarilla, Cameron atajó la posible polémica con un rotundo: "Kathryn dirige mucho mejor que yo" (cosa que años después sus colegas ratificaron cuando ambos compitieron por el Oscar). Además, el personaje de Angela Bassett era inicialmente masculino, aunque Bigelow y Cameron decidieron reescribirlo para darle más matices y fuerza a su relación con el protagonista, decisión que se ha mostrado muy acertada. Y una anécdota final: uno de los diálogos de la película fue utilizado como sample por el DJ Fatboy Slim en su famoso tema "Right Here Right Now":
El tono oscuro y decadente de la cinta está reforzado a ritmo de rock por la constante presencia en su banda sonora (y en su ambiente de clubes nocturnos) desde temas de punk/rock de Skunk Anansie hasta versiones de The Doors ("Strange days") o Leonard Cohen ("Dance me to the end of love"), destacando la genial versión del clásico "Hardly wait" de P.J. Harvey interpretada por la mismísima Juliette Lewis demostrando que también es una bestia escénica. Curiosamente, la única nota de esperanza que se permite la película llega justo al final, reforzado por un tema pletórico de energía y luminosidad fruto de la colaboración de Peter Gabriel y Deep Forest.
En resumen, no es una película perfecta; hay algunas soluciones de guión, como la resolución de la trama relacionada con el asesinato del rapero, que están un poco pilladas por los pelos pero en absoluto empañan el resultado final,
dejándonos una cinta impecable en sus planteamientos y en la forma de narrarlos, negra como la noche, sucia como un callejón abandonado, trepidante y cien por cien disfrutable.★★★★
★1/2
Por Antonio Santos