Se agradece sobremanera encontrarnos con una serie que plantea muchísimas preguntas pero que no trata denodadamente de ofrecernos las respuestas. No, el objetivo es otro. Sabemos de antemano que muchas de las incógnitas que nos encontramos no van a obtener ninguna explicación, y lo más impresionante es que no nos importa en absoluto.
Porque lo auténticamente relevante es el fabuloso camino que vamos a emprender, sin importar lo que nos espera una vez que lleguemos a la meta, ni si todos los cabos sueltos quedarán o no atados (sabemos que no va a ser así).
De nuevo, este capítulo se empeña en sacarnos desde el principio de nuestra zona de confort. Primero, con un cambio total de la secuencia de créditos, mutando el tema principal compuesto por Max Richter en una balada country y adquiriendo las tipografías de los títulos aires setenteros. Segundo, mediante un impresionante prólogo en el que seguiremos las andanzas de una salvaje cuando la humanidad aún era joven en su odisea por dar a luz (al compás de los acordes de
La Traviata) y criar a su retoño sola en una tierra baldía y salvaje tras perder a toda su tribu a causa del desprendimiento producido por un enorme temblor de tierra.
A continuación, volviendo a nuestra época, presentando un nuevo escenario donde no encontramos a ninguno de los protagonistas de la primera temporada hasta bien pasado el ecuador del episodio.
Este capítulo se centra en una pequeña población texana llamada Jarden (de connotaciones muy bíblicas cercanas al concepto de Edén) y toma como protagonistas a una típica familia americana, los Murphy, compuesta por un matrimonio y sus dos hijos.
Pronto descubriremos que ni la población ni la familia son normales y corrientes. Aunque no se llega a decir explícitamente, sabemos que Jarden tiene algo especial al comprobar que es conocida como Milagro, hay peregrinaciones controladas a la ciudad y tiene una vigilancia policial estricta. Básicamente, se trata de una población en la que no hubo ninguna desaparición el día de la Ascensión, lo que la hace especial. Como caracteriza a esta serie, encontramos elementos ajenos fuera de la normalidad como el vecino que se gana la vida leyendo las palmas de las manos (y que se convierte en oráculo de la tragedia próxima a acontecer) o el eremita que, cuan
buñueliano Simón del Desierto, vive en lo alto de una columna. Además, el protagonista John Murphy demuestra tener bastantes puntos oscuros no sólo sobre su pasado, sino también sobre su presente.
Su omnipresente sonrisa no hace sino enmascarar una personalidad oscura como demuestra cuando, en su trabajo como jefe de bomberos, tiene entre sus funciones prender fuego a las casas de aquellos a quienes no quiere en su ciudad. Sobre este escenario descubrimos que el reverendo Jamison va a cubrir la ausencia del cura local y que a la ciudad se mudan los Garvey, que se convierten en vecinos de los Murphy. Las fichas están sobre el tablero y el juego comienza.
También descubrimos que hay cierta creencia de que el agua de un manantial cercano puede ser especial... manantial que resulta ser el mismo que vimos en el prólogo.
Pasado y presente se funden cuando un nuevo temblor de tierra vuelve a desencadenar una serie de acciones de tinte trágico. Tres jóvenes desaparecidas (entre ellas la menor de los Murphy), un coche vacío cerrado por dentro y el manantial seco de forma misteriosa. ¿Ha llegado una segunda Ascensión castigando a quienes se habían librado de la primera? En resumen, un muy buen comienzo de temporada técnicamente impecable y dirigido de forma brillante por Mimi Leder, que sabe crear esa atmósfera enrarecida que tanto atrapa al espectador y crear tensión con elementos mínimos, como el triturador de basura, el pastel misterioso, el pájaro encerrado o ese grillo bastardo capaz de sacar de quicio al más pintado. La cosa promete, y mucho.
Por Antonio Santos