De nuevo, un fantástico prólogo nos pone en situación de que, como diría Dylan,
the times they are a-changin'. Algo tan sencillo como un cambio de lavadora por un espectacular último modelo sirve como metáfora para el vuelco absoluto que se ha producido en la vida de Lester.
La sonrisa del asesino al ser plenamente consciente de su "born again" lo dice todo. No sólo eso, sino que además parece que esta aceptación de su maldad interior (o mejor dicho, la constatación de que ser un bastardo es más beneficioso que ser una buena persona). Su
nuevo yo sale a relucir cuando acude a la oficina una cabreadísima viuda Hess junto con su par de hijos matones. Finalmente se ha dado cuenta del engaño al que la sometió Lester para beneficiársela, y está dispuesta a sacarle al agente de seguros una indemnización jugosa, en una escena de lo más divertida. A golpe de grapadora y demostrando una actitud que ni se hubiera atrevido a soñar anteriormente, Lester se los saca de encima y les da una lección de poderío. Ese momento definitorio lo convertirá en la revelación de la oficina y
el terror de las nenas.
Esta metamorfosis de Lester será contemplada con toda la frustración del mundo por la pobre Molly, que en un último arrebato de valor consigue enfrentarse a su jefe para reabrir el caso de los asesinatos. Sin embargo, acabará comprendiendo que lucha contra los elementos. La viuda del antiguo sheriff se da por satisfecha con el encarcelamiento del presunto asesino de su esposo, y el resto del departamento no quiere ni oír hablar de reabrir una investigación que ya ha causado mucho dolor.
Así que a Molly no le queda otra opción que dejarse llevar por la corriente y seguir con su vida. Una vida que ha adquirido múltiples tonos de color con las constantes atenciones recibidas por parte de Gus...
Mientas tanto, por fin vemos un signo de humanidad en Lorne. A su manera, claro. Tras acabar con la mafia de Fargo (y la carrera de los dos federales que vigilaban el local), hace una visita sorpresa al hospital donde se recupera
Mr. Wrench.
Tras matar al policía que lo vigilaba y cuando parece que va a acabar con el último cabo suelto que le quedaba, sorprendentemente opta por perdonarle la vida y liberarlo. Un gesto honorable para con la persona que más cerca ha estado de matarlo y, por tanto, se ha ganado su respeto. Todo un
ronin este Lorne. Y una invitación a volver a verse las caras en el futuro.
Estando así las cosas, un excelente travelling/elipsis nos traslada un año al futuro. Encontramos que Molly y Gus se han casado. Molly sigue con su trabajo y embarazadísima (aunque aún afectada por el escozor de no haber podido capturar a Lester), pero Gus ha dejado la policía y ahora tiene una plácida vida como cartero. El jefe Oswalt sigue tan ido como siempre, ahora con un hijo adoptivo digno de
"El milagro de P. Tinto".
Y Lester se ha convertido en todo un triunfador. Premiado como Vendedor del año, una cutre-gala en las vegas supone el culmen de su nueva vida. Respetado en su trabajo, casado con su compañera de oficina (a la que no le duelen prendas en poner los cuernos cuando la ocasión se presenta), se ve en la cima del mundo. Tanto es así que pretende celebrar su gran momento con una nueva noche de
"caza mayor" a espaldas de su santa esposa cuando, de reojo, vislumbra algo que agria por completo las mieles del triunfo: La maquiavélica sonrisa de Lorne Malvo en una mesa cercana. ¿Será él el próximo objetivo?
Por Antonio Santos