
Seguro que si buscáis una imagen que defina el término épica cinematográfica clásica encontraréis una imagen de la cinta de 1959, Ben-Hur. Y no es para menos. Podría ir seguida de otras muchas, pero nunca en la misma posición, y es que la película de William Wyler es histórica y capital. Una cinta que ha marcado a las diferentes generaciones (durante sus habituales retrasmisiones de Semana Santa) que la han visto y que aún a día de hoy sigue impresionando por el realismo de algunas de las escenas más míticas como la de las galeras o la carrera de cuadrigas. Todo comenzó en 1880 cuando el general estadounidense Lewis Wallace publica Ben-Hur: A tale of the Christ, el cual fue un gran éxito de ventas. En los años 20, la MGM compra los derechos de la novela y realiza en 1925 su primera adaptación, dirigida por Fred Niblo, protagonizada por el mexicano Ramón Novarro, y que no pocos encuentran en muchos aspectos superior a la versión de Wyler. Sí que es una adaptación más fiel a la novela, eso no admite discusión alguna. Aunque algo que no todo el mundo sabe es que en 1907 ya se llevó a cabo otra versión de unos 10-15 minutos en la que podemos apreciar la carrera de cuadrigas y poco más. Curiosamente esta versión se realizó sin el permiso de los herederos de Wallace, por lo que tras la denuncia y sentencia a favor de la familia, sentó un precedente en lo referente a los derechos de propiedad intelectual.
La trama nos lleva a Judea en el año 30 después de Cristo. Roma controla con mano de hierro toda la zona de Palestina y algunos judíos tratan de levantarse contra su yugo esperando la llegada de su salvador, por eso el nuevo jefe militar de la zona, Mesala (Stephen Boyd) pide ayuda a su amigo de infancia, Judá Ben-Hur (Charlton Heston), para que le ayude a delatar a los cabecillas de la rebelión al ser este un conocido y respetado comerciante. Este se niega por fidelidad a su pueblo, por lo que Mesala, contrariado por esta "traición", no tarda en vengarse de su viejo amigo enviándole a galeras, y a su madre y hermana a prisión, tras un accidente en el que resulta herido el nuevo gobernador romano de la zona. Judá deberá sufrir durante largo tiempo la condena a una segura muerte en las galeras mientras no deja de soñar con su ansiada venganza.

En su momento la MGM decidió apostar fuerte por esta nueva adaptación de la afamada novela buscando salvarse de la bancarrota y rivalizar con el auge de la televisión, y la jugada salió bien, ya que con un presupuesto de 15 millones de dólares consiguió recaudar más de 90 por todo el mundo. Las grandes producciones estaban al orden del día, y la temática solía ser religiosa o del género Peplum, lo cual en plena Caza de Brujas era más que acertado.
Hay, ciertamente, cambios con respecto a la novela original, siendo el más comentado tiempo después la relación entre Mesala y Judá. En la novela ambos fueron amantes durante su infancia, por lo que el rechazo del segundo hacia el romano años después cuando le pide ayude le resulta imperdonable, dando a este un carácter mucho más malvado y sádico que en la película. Debido a las normas de la época, a Wyler le fue imposible mostrar estos hechos, y menos en una superproducción, algo parecido a lo que ya le había ocurrido con These Three (1936). Esto fue algo que Gore Vidal, que fue uno de los guionistas de la película, nunca aceptó de buen grado. Sin embargo, podemos decir que Wyler era uno de esos directores capaz de sufrir las tijeras o censuras más directas de los estudios, y aún así mejorar su producto. Tuvo también que aceptar otros cambios en la trama para recortar la ya de por si extensa duración del metraje, como la relación de Judá con el cristianismo o el personaje Iras (amante de Mesala que acaba con él). Pero nada de esto supuso un problema para que la cinta hiciese historia siendo la primera película en ganar 11 Oscar, incluyendo Mejor Película, Director y Actor.
Pero ¿qué hace inolvidable a esta película? Es obvio que estamos ante una de las obras maestras del séptimo arte. Un cinta colosal cuyo propio peso ante la historia, la narrativa, la técnica hablan por sí solos. Un sin fin de escenas inolvidables rodadas con cámaras de 65 mm y acompañadas por la magnífica banda sonora de Miklós Rózsa han pasado de padres a hijos como un bien cultural único. La escena en la que Mesala y Judá se encuentran por primera vez; el intento de fuga del segundo de la cárcel; la caminata por el desierto y el encuentro de Judá con un joven Jesús (al que nunca vemos el rostro); las galeras que tanto impresionó a espectadores de todo el mundo; la carrera de cuadrigas, claro ejemplo de cómo aunar emoción y acción en una misma escena; y el final con la pasión de Cristo en Jerusalén. De estas escenas nos quedamos con dos:
Una que causó no pocas pesadillas a los niños que vieron por primera vez la película, la de los presos de la galera, en la cual Wyler tuvo que crear dos salas distintas al no poder introducir la cámara en ella por lo que en ocasiones esta se ve más o menos ancha según el plano. Los remos tuvieron que ser recortados por la dificultad al moverlos, añadiéndole luego un peso extra en los remos. Y a pesar de todo, la escena es pura ficción, ya que los romanos no usaban condenados en sus galeotes. No pocos padres llegaron a amenazar a sus hijos con las galeras de Ben Hur si no se terminaban la comida, recogían el cuarto, etc...

La otra fue, por supuesto, la carrera de cuadrigas. Debido a la importancia de la escena, y a la inexperiencia de Wyler en este tipo de acción, fue dirigida por la segunda unidad de dirección bajo la supervisión del propio director. por Andrew Marton, el cual consiguió una de las mejores escenas de acción de la historia, y que sin embargo jamás rodó una película que le haya justicia. Fue rodada en los estudios de Cinecitta de Roma en el mayor set construido hasta el momento, el cual imitaba a la perfección al antiguo circo de Antioquía, y con más de 15000 extras durante más de tres meses. El rodaje de la carrera llevó a cabo cinco semanas para ser finalizada. Se ha comentado hasta la saciedad el mito de que un extra murió durante el rodaje, más concretamente al que el carro le pasa por encima. Según Wyler y Heston nadie resulto herido de gravedad o muerto durante el rodaje. Se usaron diversos muñecos para dichas escenas para crear el efecto, pero no hubo accidentes que lamentar en ese aspecto. El momento que si merece destacar es en el que Judá es impulsado hacia delante con el carro y casi cae entre este y las patas del caballo. Fue el extra de Heston, Joe Canutt, que aunque tenía conocimiento de que el carro daría un salto, no esperaba que el impacto fuese tan fuerte, por lo que milagrosamente pudo agarrarse y volver a subir como vemos en la película con únicamente un rasguño en la barbilla. Después Heston repetiría el momento en el que sube al carro de nuevo. Canutt fue su extra durante gran parte del resto de su filmografía desde ese momento.
Curiosamente, a pesar de la cantidad de percances o dificultades que alguien puede encontrar en una película de estas características, fue el trabajo de Chartlon Heston posiblemente la mayor dificultad que Wyler se encontró. Heston no fue la primera opción para el papel protagónico. Burt Lancaster rechazó el papel debido a la temática "violenta" de la película; Paul Newman también lo rechazo por temor a que sus piernas no pegasen con una túnica; Rock Hudson debido a la temática gay; y aunque Kirk Douglas no pudo hacerse con el papel, si que le sirvió de aliciente para estrenar un año después Espartaco. Pero volviendo a Heston, el actor no se tomaba en serio ni la película ni su papel. Había prohibido terminantemente cualquier tipo de referencia homosexual entre su personaje y el de Mesala, y no colaboraba durante el rodaje. Llegó a tal extremo que Wyler tuvo que ir un día a su caravana e informarle de que todo el mundo le estaba tomando en broma y que el trabajo de la mayoría del reparto era superior al suyo, aún siendo el protagonista. Heston captó la idea. Wyler jamás tuvo que volver a la caravana del actor.
Como curiosidad final, decir que Wyler tuvo problemas a la hora de realizar la escena del reencuentro entre Judá y Esther (el amor del personaje). No sabía muy bien como prepararla, por lo que el compositor, Miklós Rózsa le sacó del apuro componiéndole una partitura que le sirviese cómo inspiración. Aunque esto supuso un coste adicional de 5000 dólares, por lo que el director jamás volvió a pedir ayuda para una escena al mítico compositor. ★★★★★1/2
Amante del séptimo arte y en especial de la ciencia ficción. Fan incondicional de Stanley Kubrick y Terrence Malick, pero con todo y con eso, soy capaz de disfrutar en colorines de cintas de dudosa reputación. Cantante en mis tiempos libres y apasionado del mundo del cómic. Eso si, siempre con una birra cerca.