Secuela directa de una de las grandes sorpresas de 2011,
The Raid: Redemption, se trata de una continuación lineal de los hechos narrados en ésta. En este caso, Gareth Evans (autor total en tareas de dirección, guión y montaje) lejos de acomodarse en el éxito de la primera parte y hacer un calco de ella da una vuelta de tuerca construyendo una película más ambiciosa en forma y fondo:
dos horas y media de duración y un escenario que pasa de centrarse en un edificio a tener como terreno de juego toda la ciudad de Yakarta. Es
The Raid elevada al cubo. Al salir de la sala de proyección llegué a escuchar que era
El Padrino del cine de yoyas. Pues estoy casi, casi de acuerdo.
Más grande, más fuerte, más brutal. Esto es The Raid 2: Berandal.
Si hay algo digno de valorar es el coraje de un creador que cree en lo que hace y sigue fiel a su estilo, pero que después de un gran éxito intenta ir mucho más allá. Y a fe mía que lo consigue. La ambición, cuando está sustentada en talento, siempre es buena.
La minimalista historia de la primera parte se convierte aquí en una trama mucho más elaborada que nos mete de lleno en las luchas de bandas por el control de Yakarta. Dos grandes familias, la local Bangun y la japonesa Goto, se reparten los negocios sucios en la ciudad, en un precario equilibrio que dura ya diez años en los que se han evitado las luchas de poder y los derramamientos de sangre. De sangre mafiosa, claro, porque la otra se sigue derramando a raudales. Otra tercera fuerza, la del maquiavélico Bejo, irrumpirá lenta pero segura sembrando la discordia.
En medio de este clima de tensión, Rama tendrá que infiltrarse en la banda de Bangun para intentar encontrar pruebas de la corrupción policial que casi acaba con su vida y que aún amenaza a su familia. Para ello, ingresará en prisión para ganarse el favor del hijo de Bangun. Este será el comienzo de una peligrosa misión encubierta en la que sólo una persona conocerá su verdadera identidad y todos, desde villanos hasta policías, pondrán en peligro su vida.
De esta forma, encontramos un trama criminal bastante solvente, donde curiosamente el verdadero protagonista pasará a ser prácticamente el irascible heredero del clan Bangun, ambicioso y sediento de poder, en eterna lucha por demostrar a su padre que es capaz de dirigir su imperio criminal. La parte más dramática del film recae sobre este personaje torturado, mientras que Rama adopta un papel más secundario en esta trama, aunque conserva el protagonismo absoluto en las numerosas y excelentes escenas de acción. Porque no olvidemos que esta historia es, en el fondo, una
"historia de mamporros como panes con guerra de bandas al fondo".
Y es que las peleas siguen siendo impresionantes. Un prodigio de ritmo, explícitas, sin estridencias, maniqueísmos, cámaras lentas constantes o "baile San Vito". La planificación, puesta en escena y montaje de estas escenas es excelente, así como su crudeza, asistiendo a un auténtico festival de sangre, huesos rotos, miembros dislocados, patadas, puñetazos, escenas donde cualquier elemento a mano constituye un arma mortal. Y todo narrado de una forma clara, como si fuera un ballet de sangre y fuego al que sólo podemos asistir con la boca abierta. Porque la variedad y calidad de la acción es digna de alabar. Desde una batalla campal en el embarrado patio de una prisión, pasando por una de las persecuciones en coche más
espídicas e impresionantes de este siglo (incluyendo una escena de lucha en el interior de un coche que hay que ver para creer) hasta el asalto final a la guarida de Bejo en el que Rama deberá sortear a diferentes y carismáticos enemigos como si de un videojuego se tratase hasta llegar a su objetivo.
Otro de los puntos fuertes de esta película es que el protagonismo se reparte de forma coral y se presentan nuevos personajes que dan forma a un (poco duradero por otra parte, porque ya sabemos cómo va a acabar) panteón de lo más atractivo. Por una parte se recupera a
Prakoso, el mejor personaje de la primera parte que ya se las hacía pasar canutas a Rama, y al que incluso Evans se atreve a dar una historia, un transfondo trágico.
Por otra parte tenemos la terna de asesinos de Bejo, dotados cada uno de ellos de un arma identificativa (martillos, bate de béisbol, armas blancas) y que nos darán algunas de las escenas más lúdicamente escabrosas del film. De esta forma, las evidentemente escasas capacidades interpretativas de Iko Uwais más allá de ser el eterno personaje obligado a sobrevivir en un entorno hostil se ven arropadas por el resto del reparto. De hecho, las referencias a su vida familiar disminuyen considerablemente. Todo un acierto.
Si la primera parte era un concierto de rock, esta es una ópera en tres actos, en las que no faltan arias que nos harán arder en deseos de aplaudir a rabiar. ¿Es previsible? Sí. ¿La trama de guerra de bandas no aporta ningún elemento original? Sí, sonará a conocido sobre todo a los amantes del thriller oriental ¿Importa? En absoluto. Porque está muy, muy bien rodado.
Puro espectáculo para los amantes del cine de acción que garantiza más de dos horas de absoluta diversión con mucha alma y con múltiples y diversas escenas que se nos quedarán grabadas en la memoria y nos harán salir del cine con ganas de saltar por los tejados. Y con la firme sensación de que eso que se practica en los gimnasios que llaman artes marciales no son sino bailes de salón.★★★★
★
Por Antonio Santos