Nos quedamos mi amor y yo bajo el sauce llorón.
Pero ahora sólo me acuesto y lloro junto al árbol.
Cantando "Oh sauce Waly" por el árbol que llora conmigo.
Cantando "Oh sauce Waly" hasta que mi amante vuelva a mí.
Nos quedamos mi amor y yo bajo el sauce llorón.
Un corazón roto. Que yo me muera sauce, Oh, sauce, que me muera.
Estamos ante una cinta de terror que decide sustentar la razón de su género en unas pocas escenas cargadas de tensión delicadamente construidas con un magnífico guión que nos presenta una historia más terrorífica e inesperada de lo que puede parecer a priori. Una consecución de sorpresas que harán disfrutar al cinéfilo de una hora y media de magnífico cine. Una película nada fácil de ver ni comprender. Infravalorada en su tiempo y recuperada actualmente cumpliendo ese dicho de que el tiempo es el único juez verdadero.
Nos trasladamos al Londres del siglo XIX, donde la señorita Giddens (Deborah Kerr) es contratada por un aristócrata para que cuide a sus dos sobrinos huérfanos en su casa de campo, y de los que no quiere saber nada en absoluto. Una vez allí, la nueva institutriz se sorprende al conocer a dos niños encantadores rodeados de una atmósfera extraña. El chico (Martin Stephens) acaba de ser expulsado del colegio por mal comportamiento, aunque no se especifica el porqué, sin embargo la educada y agradable personalidad del niño, y su buena relación con la niña (Pamela Franklin) hace olvidar a Miss Giddens la razón de su presencia. Al menos durante un tiempo, hasta que empieza a ser testigo de extraños acontecimientos como la visión de un hombre y una mujer oscuros que la aterrorizan al descubrir que fueron antiguos empleados de la casa y que ambos murieron en extrañas circunstancias. Miss Giddens comienza a sospechar que ambos no han muerto en realidad y siguen ejerciendo una fuerte influencia en los niños. Aunque la verdad, por supuesto, no es tan sencilla.
Jack Clayton firma la mejor película de su carrera con un magnífico guión de William Archibald y Truman Capote adaptando la novela de Henry James. Archibald se dedicó a adaptar una genial historia de fantasmas, mientras que Capote mostró su talento y estilo al cargar la historia de una latente tensión sexual entre la institutriz, el hombre, y el propio niño. Miss Giddens es solo uno de los geniales personajes que se nos presentan cargados de secretos y dudas. Ella no solo sufre el terror y la tensión de que otras dos personas habiten en la casa, sea incapaz de encontrarlos, y que sólo ella los vea. También sufre por la terrible tensión sexual hacia la figura del hombre, un personaje alto y atractivo cuyo retrato y presencia no solo la visitan durante el día, también durante la noche, en sus sueños, haciéndola gemir tanto de placer como de terror. Los niños también ayudan a sustentar la carga psicológica de la película mediante el contraste de pureza e inocencia con el de la realidad latente y los diferentes acontecimientos que se van produciendo. Miles y Flora parecen ser el oscuro objetivo de dos fantasmagóricas figuras que se han propuesto adueñarse de ellos para seguir obrando a su placer en el mundo terrenal.
Una historia de fantasmas que no es tan sencilla como parece. Gran peso de la película recae en la magnífica actuación de Deborah Kerr, una institutriz puritana e inocente que se enfrentará a una situación extraña y difícil y cuya única resolución posible será salvar a los dos niños de la terrible influencia de los dos fantasmas. Una joya del terror, alejada de las conocidas películas americanas de la Hammer, de los thrillers de Hitchcock, que en su tiempo fue considerada excesivamente terrorífica, y aún está por descubrir por muchos.
•Calificación: 8.5/10
Por José Mayo
Amante del séptimo arte y en especial de la ciencia ficción. Fan incondicional de Stanley Kubrick y Terrence Malick, pero con todo y con eso, soy capaz de disfrutar en colorines de cintas de dudosa reputación. Cantante en mis tiempos libres y apasionado del mundo del cómic. Eso si, siempre con una birra cerca.