Sigue la tónica de calidad de la serie en un nuevo episodio en el que, pese a contar con el ritmo pausado y contenido habitual, pasan muchísimas cosas. La guerra de bandas se recrudece, aunque el derramamiento de sangre tendrá una consecuencia imprevista que actuará como factor determinante en beneficio de uno de los bandos... o eso parece.
Las cosas se mueven mucho y el resultado siempre se antoja imprevisible. A destacar la maestría técnica con la que está filmado el capítulo, donde el recurso de la pantalla partida se utiliza de forma sobresaliente y la belleza de algunas imágenes es sobrecogedora (y contrasta con la crudeza de su contenido).
Las cosas se han puesto muy serias y se empieza a notar. Tras un genial montaje que nos muestra una brutal oleada de crímenes que tienen como víctima a piezas de ambos bandos vamos de nuevo a casa de los Gerhardt. La familia entierra a sus difuntos, tanto a Rye como al patriarca, que encontró la muerte tras el asalto de Kansas. Además, tras su regreso (y derrota) en Luverne, Bear ha cogido las riendas de la situación y sopesa sus opciones.
Una cosa quedará clara: si ya de por sí la relación con su hermano era tensa el enrarecimiento ha llegado al límite al considerarlo el causante de que su hijo esté detenido y vaya a ir a la cárcel. Esto quedará patente en repetidas ocasiones a lo largo del episodio cuando se niega a coger las llamadas de alguien anónimo que parece conocer el paradero de Dodd. No le importa lo más mínimo. Para más
inri la situación se pone a punto de ebullición cuando la policía llega para llevarse a Floyd. La sangre se está extendiendo por todo el territorio y es el momento de intentar ponerle freno a la situación.
En el interrogatorio de la cabecilla de los Gerhardt colaborarán tanto la policía de Fargo como la de Luverne, lo que llevará a Lou Solverson y Hank Larsson al estado vecino. Una escena grandiosa en la que los jefes de policía de ambas ciudades mantienen lo que no deja de ser una conversación llena de lógica y razón con la anciana y en la que poco a poco Floyd va cediendo terreno ante lo que promete ser un buen trato.
Estando las cosas como están, los policías le dejan caer que la mejor forma de acabar con el derramamiento de sangre es apostar por el mal menor. Esto es, con el que ya había en casa. Si la nueva cabeza de familia les da el paradero de los de Kansas la policía irá a por ellos y dejará a los Gerhardt al margen... de momento. Un duro momento en el que contrastará la lucha interna de Floyd hasta finalmente ceder y violar la
omertá, seguido de la cínica sonrisa final al comprender que la lealtad entre ladrones está muy sobrevalorada cuando uno está en el lado correcto de la balanza. Esto lleva a Lou y su cobarde compañero de la policía local a un nuevo careo con Mike Milligan. Por una parte, queda claro que Lou tiene un par de bemoles bien puestos y no se achanta ante las bravatas del mafioso. Por otro, deja un mensaje alto y claro: a partir de ahora la policía irá a por ellos, así que más les vale dejar de causar problemas. De forma colateral también impiden que Milligan acabe con Simone, que ha quedado totalmente expuesta. Su veletismo le ha llevado a quedarse en tierra de nadie, inútil ya para los objetivos de Kansas y marcada para su propia familia (que no son tontos).
Esto dará pie a la mejor escena del episodio. Bear no duda en usar a Simone para cubrir sus ansias de venganza hacia Dodd. Su hermano le quitó a su hijo; él le arrebatará a su hija. Una secuencia bellísima y todo un homenaje a la Muerte entre las flores de los Coen tanto por la forma en la que está rodada como por el uso del tema tradicional irlandés "Danny Boy". Una maravilla que demuestra por qué esta serie estará entre las mejores del año sin duda alguna. Además de todo un arroyo de sentimientos con ese careo entre Bear y su sobrina rogando por su vida.
Curiosamente, sólo podemos intuir si finalmente Simone ha muerto o ha logrado el indulto de su tío mediante su exilio. Se admiten apuestas.
Mientras tanto, en Luverne tendremos las escenas más emotivas del episodio protagonizadas por Betsy y Karl, su protector circunstancial.
La mujer confiesa al borrachín abogado que está segura de que su medicación es un placebo y le encomienda cuidar a su marido cuando ella no esté. Una serie de escenas tan sencillas como llenas de sentimiento y la consolidación de Karl, ese Rey de los desayunos, como un gran personaje. La parte enigmática vendrá cuando, en una visita de Betsy a casa de su padre, descubre las paredes de su despacho cubiertas por extraños símbolos. ¿De nuevo las referencias a la presencia extraterrestre?
Para finalizar un episodio repleto de grandes momentos tenemos dos revelaciones de órdago. La primera, que Milligan pasará a ser una pieza de lo más imprevisible para la recta final de la serie. Denostado por sus jefes de Kansas tras el cariz que está tomando la guerra, decide rebelarse contra ese
Enterrador que ha mandado la mafia para resolver el asunto. Pintado a lo largo del episodio como una presencia tan peligrosa como mítica (lo que refuerza esa pareja de chinos que le hacen las veces de guardaespaldas/chicos para todo), Milligan y su fiel Kitchen demostrarán con contundencia y sangre a borbotones quién es el más chulo del barrio. Por su parte, tenemos sorpresa fina
l. Quien ha estado llamando a los Gerhardt para ofrecerles el paradero de Dodd no es otro que Ed. Parece que los Blumquist consiguieron fugarse y se llevaron como salvaguarda al mafioso. Si su familia no les hace caso, ¿qué mejor que ofrecérselo a Milligan? Sin embargo, una llamada a casa de los Gerhardt también alerta de que Hanzee ha descubierto el paradero de Dodd. Las cosas ya están calientes, pero van a ponerse al rojo vivo...
Por Antonio Santos