OH MY GOD! OH-MY-GOD! A sus pies, señores Perotta y Lindelof. Qué capítulo tan bien estructurado, escrito y planificado, acompañado además por la exquisita dirección de Mimi Leder. Una experiencia fascinante tanto por la forma en que se va desarrollando la acción como por la manera que tiene de mostrarnos múltiples detalles que siguen enriqueciendo la trastienda dramática de la serie. Y, más importante aún, porque está construido como un complemento perfecto del episodio anterior, encajando ambos como las piezas de un puzzle que al completarse nos muestran un todo mayor y más asombrosos que sus partes.
Comienza la acción justo tras el final de la temporada pasada, con Nora esperando en el porche de los Garvey para romper con todo y encontrando una brizna de esperanza (los famosos brotes verdes) en el bebé abandonado. Inmediatamente llegan Kevin y Jill.
Lo siguiente será dejar atrás todos los sucesos vividos y limpiar las conciencias para empezar de cero. De esta forma, Kevin confiesa el secuestro, suicidio y entierro de Patty (la líder de los Guilty Remnant) mientras Nora reconoce que pagaba a prostitutas para que le disparasen. Una forma de librarse de los fantasmas del pasado que conduce a una nueva vida en común, adoptando legalmente a la pequeña Lily.
Sin embargo, el pasado aún persiste y siempre quedan secretos barridos debajo de la alfombra. Kevin, que ha abandonado su cargo como Sheriff de Mapleton, intenta huir desesperadamente de las visiones del fantasma de Patty que le acosa insistentemente. De ahí que casi todo el tiempo que está solo lleve música a todo volumen en los auriculares. Jill, por su parte, sigue viéndose de cuando en cuando con su hermano Tom.
Mientras la chica es capaz de reconocer que ahora vive feliz porque así ha decidido encarar su nueva vida, su hermano continua atormentado por el peso de sus errores, incapaz de hablar con su padre y a la sombra de una madre que le pasa notas a su hija en lugar de hablar con ella. Ni siquiera los trágicos sucesos en la sede de los GR parecen haberle hecho abandonar sus doctrinas ni su negativa sumisión a la desocialización.
Sin embargo, dos hechos marcarán un rumbo imprevisto en la vida de los Garvey. El primero, la abultada oferta de unos desconocidos por la casa de Nora. 3 millones de dólares, cuatro veces más de lo que pide. La razón es sencilla:
se trata de un grupo de investigadores intentando demostrar una teoría que habla de las probabilidades geográficas de la Ascensión. Y la casa de Nora parece un punto álgido al desaparecer las tres personas que estaban sentadas a la misma mesa. Sobre todo porque nada indica que el suceso no pueda volver a ocurrir de nuevo. El segundo hecho será la visita del padre de Kevin, a quien han dado de alta en el psiquiátrico. Una presencia reconfortante y sabia que deja dos regalos en forma de consejo a su hijo. Por una parte, su curación ha venido porque, en lugar de huir de las voces de su cabeza, ha decidido hacerles caso. Misterioso y atractivo... y tal vez relacionado con las visiones de Kevin. Por otra, parte para Australia por una razón de lo más sensata: quedarse en su amado pueblo no sería sino una fuente de recuerdos de gente que ya no está y una vida que quedó atrás. Así que lo mejor es empezar una nueva vida, olvidar el pasado y buscar la felicidad en otro lugar.
No sólo un lugar donde buscar una nueva oportunidad, sino también un punto en el que Nora puede encontrar la estabilidad que necesita, la seguridad de que a la mañana siguiente su nueva familia no haya vuelto a desaparecer. Ese lugar es el epicentro del milagro, el pueblo de Jarden.
Y en este punto enlazamos con los sucesos del capítulo anterior. Solo que podemos hacernos una idea más clara del estado de las cosas en Jarden.
Colas inmensas de vehículos esperan su turno para visitar la ciudad; las mascotas deben pasar una cuarentena antes de poder entrar al pueblo; un campamento cada vez mayor se forma en las puertas de acceso, llenas de gente desesperada intentando comprar turnos de entrada a los más afortunados... Sin embargo, los Garvey encontrarán una dificultad imprevista: la vivienda que habían alquilado se ha quemado (es muy probable que sea la que John Murphy incendió en el episodio anterior). Por suerte, una subasta comienza justo en ese momento, una ocasión que puede no volver a repetirse en meses... y que Nora ganará haciendo saltar todas las previsiones ofreciendo sus recién adquiridos tres millones.
El destino vuelve a ejercer de nexo de unión entre sucesos aparentemente dispersos. Aunque la casa se cae a trozos es todo lo que necesitan para comenzar su nueva vida... pero no todo será de color de rosa. Cuando Kevin vuelve a casa a recoger la tarta de cumpleaños para John la visión de Patty lo está esperando. Es muy difícil dejar atrás los pecados del pasado. Sin embargo, gracias a su hija será capaz de sobreponerse a un nuevo ataque de negatividad que le había hecho pagar el pato con Nora.
Por fin parece vislumbrar una nueva oportunidad de que las cosas cambien... hasta que cierra los ojos y despierta empapado en mitad del lago seco... y con un bloque de cemento atado a la pierna. De nuevo las lagunas mentales y el despertarse en lugares extraños. Lo siguiente es descubrir el coche donde la hija de John y sus amigas han desaparecido, ocultándose a tiempo de evitar ser visto por su nuevo vecino al acudir a buscar a su hija. De esta forma, es testigo directo de los efectos de lo que parece ser una nueva Ascensión, aunque no está solo. Lo acompaña su inseparable Patty.
La importancia geográfica ya se nos dejó caer sutilmente en el capítulo anterior precisamente por el efecto contrario. Un parque natural y un pueblo entero libre de los efectos de la Ascensión... hasta que la tragedia vuelve a saltar... y Kevin está en el centro del meollo. Un final de órdago que abre nuevos interrogantes y nuevas posibilidades para el devenir de la serie.
Por Antonio Santos