FLASH VS ARROW
Los crossovers en los cómics son tan viejos como el papel (dibujado) impreso. La idea básica es la pura esencia del marketing: si un personaje vende mucho, y otro cuyas aventuras edito también (o no vende tanto y quiero animar al público), si los junto en un mismo número seguro que vendo al menos el doble. Dicho y hecho. Los cruces entre personajes comenzaron, la cosa se fue animando y llegaron las grandes sagas y los perma-crossovers. Pero eso es otra historia. La estructura típica del crossover también es tan antigua como el mundo (de ficción): los héroes se encuentran, normalmente persiguiendo a un enemigo común (o incluso cruzado); un equívoco los lleva a pelearse, desde razones tan peregrinas como las puras exigencias de guión hasta la más repetida del mundo editorial: el control mental; finalmente, el desencuentro se resuelve y colaboran para atrapar al villano de turno; apretones de mano, besos, abrazos y para casa, que el Mal no descansa. En el caso que nos ocupa, todos estos puntos se aplican a rajatabla en el encuentro de los dos héroes de la cadena CW. Flash y Arrow comparten acción por primera vez tras la presentación oficial de Barry Allen (su anterior encuentro una vez convertido en Flash no pasó de la mera anécdota) como medio de animar la fiesta y, evidentemente, de que los espectadores de una serie tan consolidada como Arrow se unan a la nueva apuesta de la cadena si no lo habían hecho ya.
En esta ocasión, el encuentro obedece a una visita de Arrow y su equipo (bueno, sólo Diggle y Felicity) a Central City persiguiendo una pista de un asesino que utiliza boomerangs bastante peculiares (y que pudimos ver al final del séptimo capítulo de su serie). Ya que está por allí, le echará un cable (a instancias de Felicity) a Barry para atrapar a un nuevo meta-humano que está robando bancos empleando el viejo truco del control mental. O algo similar. Su capacidad es infundir la rabia a través de la vista. Si le miras a los ojos, estás fastidiado. No podrás contener tu ira y empezarás a liarla parda. Su nombre en clave: Prism. Para los seguidores del Universo DC, un buen homenaje a las series de Green Lantern y sus anillos de colores como extensión del espectro emocional. El rojo corresponde a la ira, y a través de este color Prism ejerce su influencia sobre los demás. Por suerte, Wells y su equipo dan con la solución a estas "posesiones". Si la sobredosis de mala leche está causada por un efecto cromático a través de la vista, la cuestión es encontrar otro juego de colores que la contrarreste. Cosa que le vendrá muy bien a Barry ya que, celoso de que "su" Iris se ponga como una moto en presencia de Oliver, se mete de cabeza y en solitario en la boca del lobo y acaba bajo los efectos de su rabia descontrolada.
Ya tenemos servido en bandeja el germen de la confrontación. El metabolismo especial de Barry hace que los efectos de la
"rabieta" se manifiesten de forma lenta, aunque al final explota poniendo en peligro a todos los que lo rodean, empezando por cantarle cuatro verdades a Oliver en su cara y terminando por perseguir con toda la saña del mundo a Eddie Thawne, blanco último de su ira al ser quien le ha
levantado a Iris. Lástima que despliegue toda su rabia en presencia de la chica. Y suerte que Arrow esté al quite, llegando a tiempo antes de que Barry cometa una locura. Finalmente llegamos a la escena para la que está diseñado todo el episodio. Y se nota, porque la planificación y la espectacularidad son más que loables.
Una lucha sin cuartel entre un Oliver que, aún a medio gas (que no es plan de cargarse a su colega), sigue siendo muy peligroso y un Barry desatado. Muy buena pelea y buena utilización de las habilidades de cada contendiente, sobre todo las artimañas de Arrow para contrarrestar a base de cerebro y experiencia la velocidad de Flash. Aunque es una confrontación desigual en la que a largo plazo el arquero tiene todas las de perder, bastará con inmovilizar temporalmente a su rival hasta que el séptimo de caballería científica llegue con un artilugio de luces capaz de anular el efecto de la ira desatada. Por cierto, que Wells podría reutilizar esa furgoneta para financiar el laboratorio, porque haría las delicias en los alrededores de Pachá Ibiza.
Argumentalmente, el final es de lo más anticlimático. Se nota que la estructura está diseñada al milímetro para que la confrontación entre ambos héroes sea el punto culminante del episodio, porque incluso la captura del villano sucede fuera de plano. Lo siguiente que sabemos es que Prism es puesto entre rejas en la prisión de meta-humanos de STAR. El resto queda para nuestra imaginación. Por lo demás, nos quedan también otros puntos buenos como la interacción de Wells con Felicity y Oliver, mostrando el lado oscuro latente del científico, y el divertido pique entre Cisco y Diggle sobre cuál de sus respectivos compañeros es mejor. Además, Oliver demuestra que tiene el instinto bien afilado e intuye que algo huele a quemado en Laboratorios STAR, y no precisamente la blusa de Felicity.
Y sobre todo, tenemos un buen juego de contrastes: justiciero frente a héroe, experiencia frente a poder bruto, oscuridad frente a luz, afectación frente a diversión, mojabraguer frente a pagafantas. Finalmente, se cierra también el subargumento de Barry intentando utilizar su otra identidad para ligarse a Iris (las palabras de Oliver son sabias y reveladoras:
"Nosotros no somos de los que nos llevamos a la chica")
y el capítulo nos deja un nuevo cliffhanger de órdago: reaparece el presuntamente fallecido Ronnie Raymond haciendo gala de todo su poder nuclear. ¡Firestorm is in da town, baby!
Por Antonio Santos
Cinéfago por puro placer y juntaletras ocasional. Defensor de las causas perdidas seriéfilas. Hincado de hinojos ante Hitchcock y Tarantino, entre otros muchos. Amante de la ciencia ficción, la aventura, Rick Remender, Jonathan Hickman, el helado de chocolate, Jessica Chastain y Eva Green (no necesariamente por ese orden).