Incidiendo en el eterno debate sobre la calidad del cine español, películas como esta nos conducen por una senda que ya hemos transitado anteriormente y no nos cansaremos de defender. No hay géneros mayores o menores, y una película no tiene por qué ser mejor o peor que otra sólo porque busque entretener al espectador y no se dedique a desgranar las grandes incógnitas de la vida o a filosofar sobre el sexo de los ángeles. Sobre todo cuando están tan bien hechas como esta
La isla mínima.
Cine fabricado desde el cerebro, pero también desde las tripas, con una factura técnica más que loable, un trabajo de planificación que se nota en cada plano y una historia que te atrapa, que tiene multitud de lecturas y, sobre todo, no toma por tonto al espectador. Ojo, el término
entretener no es sinónimo de desconectar el cerebro junto con el móvil cuando uno entra en la sala de cine. Y eso los espectadores lo sabemos y lo valoramos.
Todo en esta película funciona como un reloj.
Un todo formado por una serie de partes engarzadas de forma perfecta que si bien son brillantes de forma aislada cuando se unen subliman en una pequeña joya. A saber: una ambientación de lo más atractiva en uno de esos pueblos de la España profunda donde el tiempo parece no pasar nunca; una época de cambio drástico en la que todo un país vio la luz tras una larga etapa de oscurantismo, transformando sus vidas a lo largo de un proceso de transición largo y difícil; una historia que bebe del cine negro más genuino, con un par de perdedores enfrentados a un caso que los sobrepasa claramente y, aún así, dejando de lado sus limitaciones y mutuo desprecio para desempeñar su labor de forma digna;
una dirección fabulosa, clara, que saca el máximo partido a cada plano y al marco en el que se desarrolla la acción; una fotografía y dirección artística de quitarse el sombrero y sacar el reclinatorio; y unas actuaciones estupendas donde no chirría ni la presencia del nuevo Sex Symbol prefabricado que es Jesús Castro y que está perfecto en su papel. A alguien llamado
"El guapo" sólo se le puede exigir... ser guapo (y chulo), así que puede dedicarse en cuerpo y alma a sus dos recursos actorales (recordemos, "mirada acero azul" y "pómulo pómulo") sin desentonar en absoluto.

Centrándonos en el argumento, nos encontramos ante una brillante propuesta de cine de género puro y duro, con muchas influencias del cine negro y en la que se podrían encontrar trazas de películas como
Memories of murder o
Conspiración de silencio. El germen de la historia es la desaparición de dos adolescentes en un pequeño pueblo perdido al que, como castigo, envían a investigar a dos policías de la capital. Evidentemente, los habitantes verán esto como un paripé que el gobierno se saca de la manga para salir del paso y quedar bien de cara a la opinión pública. Los personajes están muy bien perfilados, dejando caer detalles que nos permiten ir conociéndolos poco a poco. Dos protagonistas cargados de claroscuros, en los que intuimos que hay mucho más bajo su superficie, y que pese a sus ideologías totalmente contrapuestas luchan por hacer bien su trabajo... aunque a veces haya que recurrir a artimañas poco políticamente correctas para desvelar la verdad.
El marco donde se desarrolla la historia es de lo más atractivo. Está ambientada en la España profunda del Sur, pero podría desarrollarse perfectamente en Nueva Orleans o en los arrozales de china sin desentonar en absoluto. Solo que el marco temporal nos traerá a los que lo hemos vivido recuerdos de una época, de una forma de vida; los días de feria en el pueblo donde la obligada visita a los carruseles y casetas de tiro era poco menos que una aventura; la gente humilde que no dudaba en echarse a la calle para colaborar en ayuda de un vecino; las noches de verano formando corrillos en la calle; incluso los señoritos y caciques que nos siguen recordando que, en algunos aspectos, nuestro país no ha cambiado tanto. Sólo encontramos a los mismos perros con distintos collares.
Además del marco histórico, la investigación policial también está muy bien desarrollada. Poco a poco la trama se irá complicando y tomando unos derroteros imprevistos que involucrarán a las redes de contrabando, a las que no les interesa en absoluto tener a la ley dando vueltas por sus aledaños, y otro tipo de redes que se aprovechaban de la inocencia y la necesidad de huir de tan asfixiante atmósfera de los más débiles.
Una historia rematada por un final perfecto pero que no será del gusto de todos al tener una brutal carga de ambigüedad. Quien espere un final feliz o explicado hasta el último detalle saldrá decepcionado. Sin embargo, me parece un broche de oro para una historia tan dura y que, además, obliga al espectador a darle a la cabeza y rellenar determinados puntos de la trama.
En cuanto a los actores, sobresale sobremanera un Javier Gutiérrez en estado de gracia que desaparece completamente bajo su personaje de policía de la vieja guardia con un oscuro pasado en la brigada político-social que lo persigue y que con el tiempo se ha convertido en un cínico, borracho, pendenciero y desencantado; y aún así, capaz de jugarse el tipo por resolver un caso. Arropándolo, encontramos a Raúl Arévalo desenvolviéndose con solvencia en uno de esos papeles dramáticos a los que no nos tiene acostumbrados y al gran Antonio de la Torre en un rol tan poco agradecido como necesario para la historia. Otros personajes como el de la sufridora madre interpretada por Nerea Barros o el periodista sin escrúpulos en busca de carnaza y morbo para
El caso ayudan a darle matices a la trama.
En definitiva, para quien suscribe estamos ante la mejor película española del año y, en general, ante uno de los mejores estrenos de esta temporada. Si tal y como ha venido ocurriendo en otras ocasiones (con una caso tan flagrante como el de
Mientras duermes) es ignorada en las entregas de premios patrios por pertenecer a un
género frívolo, mucho me temo que toda esperanza estará perdida en ese ente llamado Academia del Cine.★★★★
★1/2
Por Antonio Santos