Después de un primer episodio con sus luces y sus sombras, se ruega a los señores espectadores que se abrochen los cinturones porque caemos en picado. No es que el capítulo sea malo (que lo es) o aburrido (que también lo es); es que no hay por dónde cogerlo.
Se podría resumir en una sola frase, sin spoilers: John Constantine se pasa todo el capítulo dando vueltas de un sitio para otro sin mucha razón de ser para resolver un caso de la forma más anticlimática posible. Ahondando un poco se podría llenar un poco más de espacio. Vamos a intentarlo.
El capítulo arranca donde terminó el anterior. El mapa que dejó Liv tras su huida para escapar de los guionistas que querían asesinarla comienza a obrar su efecto mostrando actividad en uno de los puntos. Así que Constantine parte a un perdido pueblo minero para desentrañar qué mal se oculta allí.
Al llegar descubre que los responsables de la mina están cayendo como moscas en incidentes con reminiscencias oscuras, como una ducha que se pone a escupir fuego. Además, tendrá un encontronazo fortuito con una joven llamada Zed que lleva meses soñando con nuestro mago y que demostrará ser una clarividente primeriza con mucho que aprender. Aunque John, fiel a su personalidad irreverente y sardónica, inicialmente se la quita de encima pronto descubrirá que merece la pena tener la como aliada. Entretanto, nuestro demonólogo hace una visita a la viuda de la última víctima (que se muestra de lo más cariñosa), conoce a un cura que ha perdido la fe, da vueltas sin mucho rumbo por la mina y por una iglesia destartalada, se echa un termo de agua por encima, casi muere de la forma más absurda (tantas artes oscuras para no poder abrir la puerta de un coche) y, en definitiva, va haciendo hora de forma bastante intrascendente hasta que descubre al malo de la función, que el espectador un poco avispado habrá calado a los 5 minutos.
En definitiva, un tostón donde la mayor parte del tiempo se va en perseguir humo, con escenas (toda la parte del cura desilusionado) que nada aportan a la trama y un final apresurado tras 40 minutos al ralentí. Aunque lo peor es constatar que quitando el buen hacer tras las cámaras y la potencia visual de Neil Marshall, lo que queda es paja. Lo mejor es que el personaje de Zed es atractivo y promete dar juego, tanto por su carácter indomable como por su
tensión sexual no resuelta con el protagonista (tal vez demasiado explícita para ser una presentación). ¡Ah! Y Constantine casi, casi fuma. Al menos se echa un cigarrillo a los labios, aunque no lo encienda. Algo positivo hay que buscar. Para todo lo demás, mucho se tienen que afanar los responsables de la serie en empezar a remontar. Le daremos algo más de cancha, que una mala tarde la tiene cualquiera y aún es pronto para que salten las alarmas.
Por Antonio Santos