Podríamos encontrarnos ante un genial libro si recopilásemos todas las historias de rescate, supervivencia y protección por parte de terceros al pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial.
La mayoría de los casos fueron por órdenes gubernamentales secretas de los países ocupados a espaldas de los nazis, la población civil, o (muy a menudo) los propios oficiales nazis que no toleraban las matanzas de judíos. Curiosamente no podemos encontrar ningún caso como este. Una situación en la que el rodaje de una película contase con extras judíos y la cual se alargase lo máximo posible esperando la llegada de los aliados. Esta es la historia real del rodaje de La Porta del Cielo.
Roma, 1943: La capital, y la práctica totalidad del país, ha sido invadida por las tropas alemanes después de que Mussolini fuera depuesto y colocado nuevamente al cargo del gobierno fascista del país. Los nazis pululaban a sus anchas deteniendo a todos los sospechosos, incluido por supuesto, a la población judía. Goebbels continuaba con su guerra cultural y propagandística, y es por eso que decidió enviar a uno de sus ayudantes a Italia para que citasen a un director italiano que le había llamado la atención, Vittorio de Sica. El ministro de propaganda de Hitler quería que de Sica fuera a Venecia a montar los nuevos estudios cinematográficos del régimen nazi-fascista para rodar películas más acordes a la nueva República Social Italiana. El director, alarmado, tuvo que reclinar la oferta, ya que se encontraba "trabajando" para el Vaticano en una nueva película. Esto salvó a de Sicca, anti-fascista, de acabar con una muerte segura, y es que efectivamente, la Santa Sede ya había comenzado la pre-producción de una película de temática religiosa con la excusa de poder salvar el mayor número de judíos, anti-fascistas y homosexuales usándolos como extras. El Papa Pio XII financió la película a través del Centro Católico Cinematográfico y su joven prelado, Giovanni Montini, colaboró en el desarrollo del rodaje con las localizaciones, especialmente con la cesión de la Basílica de San Pablo Extramuros, una de las cuatro iglesias pontificas de Roma con convenio de extraterritorialidad y, por lo tanto, lugar de cobijo ante las fuerzas nacional socialista. La idea era alargar el rodaje lo máximo posible hasta que llegasen las tropas aliadas. Para ello, de Sica puso todo su ingenio para rodar una película sobre un grupo de peregrinos enfermos de camino al Santuario de Nuestra Señora de Loreto en tren. El rodaje marchaba bien hasta que el 3 de febrero de 1944 un grupo de soldados fascistas, capitaneados por Pedro Koch, entraron en la basílica llevándose a 60 extras, de los cuales la gran mayoría acabaron en un campo de prisioneros. También vivieron momentos de tensión durante los bombardeos aliados, aunque afortunadamente para ellos, ni el Vaticano ni su basílicas sufrieron daño alguno.
Las enfermedades hicieron mella también a un grupo de personas cuya integridad se debilitaba día a día ante la constante espera. Fue finalmente el 5 de junio de 1944 cuando las tropas liberaron Roma y todos los miembros de la película fueron libres de nuevo. Al día siguiente los aliados desembarcaban en Normandía.
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Fotograma de La Porta del Cielo |
En 1945 fue presentada la película que supuso un gran fracaso tanto económico como crítico. Hasta el propio Papa censuró la película, haciéndola desaparecer, por lo que hoy en día es considerada una película casi descatalogada.
El joven prelado que ayudó a de Sica durante el rodaje, Giovanni Montini, se convertiría años después en el nuevo obispo de Roma, también conocido como Pablo VI.
Vittorio de Sica ha pasado a la historia, no por esta anécdota y su labor de director neorrealista, sino por su importante filmografía posterior, entre la que destacan títulos como Ladrón de Bicicletas, El Limpiabotas, Umberto D, Milagro en Milan, El oro de Nápoles, Ayer, Hoy y Mañana, o Dos Mujeres, entre otras... además de 3 Oscars.
Hay una anécdota genial sobre el rodaje de la película: En Italia es costumbre que todo aquel que mira por la cámara durante un rodaje sin estar encargado de ello ha de invitar a los miembros presentes a comer o beber algo. Hasta que un tarde llegó el futuro Papa Pablo VI y quiso supervisar los encuadres desde la cámara. Ninguno de los presentes se atrevió a ir hasta él para informarle de lo que debía hacer por usar la cámara. Fue el propio de Sica el que se acercó a él para hacerle saber que debía invitar a todos a café y pastas frescas. Todos merendaron entre risas aquella tarde, incluido el propio prelado.
Por José Mayo
Amante del séptimo arte y en especial de la ciencia ficción. Fan incondicional de Stanley Kubrick y Terrence Malick, pero con todo y con eso, soy capaz de disfrutar en colorines de cintas de dudosa reputación. Cantante en mis tiempos libres y apasionado del mundo del cómic. Eso si, siempre con una birra cerca.