Sinopsis: Humbert Humbert, un sujeto culto, refinado y hedonista con debilidad por las niñas pre-adolescentes, acepta a la viuda Charlotte Haze como casera, y como esposa, a continuación, a fin de compartir techo e intimidades con la hija de ésta, una chiquilla de 12 años que responde al nombre de Lolita. La muerte de Charlotte, atropellada por un coche a las pocas horas de descubrir el diario (y, en consecuencia, los perversos intereses) de su marido, dejara vía libre a Humbert para disfrutar de la compañía de su hijastra.
Reseña: Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.
Si exceptuamos las famosas aventuras del hidalgo manchego, podríamos afirmar que nos encontramos ante uno de los principios más conocidos de la literatura contemporánea. En apenas dos párrafos, Vladimir Nabokov condensa la obsesión del doctor Humbert hacia su ninfula, Lolita. A pesar de catalogarse como novela pornográfica, la historia posee un interesante y complejo trasfondo psicológico que comienza con el frustrado amor adolescente de su protagonista con Annabel. La imposibilidad de consumarlo físicamente y la posterior muerte de la joven son la causa de su irremediable atracción hacia las niñas preadolescentes, con objeto de satisfacer esta fantasía. Es más, observé el lector como confluyen ambas para convertirse en una única figura de deseo ante sus ojos:
Hay dos clases de memoria visual: con una, recreamos diestramente una imagen en el laboratorio de nuestra mente con los ojos abiertos (y así veo a Annabel, en términos generales tales como «piel color de miel», «brazos delgados», «pelo castaño y corto»,«pestañas largas», «boca grande, brillante»); con la otra, evocamos instantáneamente con los ojos cerrados, en la oscura intimidad de los párpados, el objetivo, réplica absolutamente óptica de un rostro amado, un diminuto espectro de colores naturales (y así veo a Lolita).
Sin embargo, incluso el propio Humbert desaprueba su comportamiento y, para justificarse, tiende a describirse como una víctima de la provocación de las ninfulas. ¿Y qué (o quiénes) son las ninfulas?:
Entre los límites temporales de los nueve y catorce años surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana sino de ninfas (o sea demoníaca); propongo llamar nínfulas a estas criaturas escogidas.
El prematuro desarrollo de estas muchachas, y no nos referimos a aspectos tan evidentes como pechos incipientes o la insinuante curva de sus caderas, sino algo más sutil y relacionado con la actitud que exhiben durante esta etapa, representa la condena para los actores que intervienen en esta farsa disfrazado de romance o amor incomprendido ante los ojos de una sociedad excesivamente puritana e hipócrita culturalmente.
Adviértase las menciones que realiza Humbert de diferentes civilizaciones y que permiten al autor realizar un interesante contraste para reflejar la mezquindad del pensamiento occidental, pues
Lolita es una crítica sátira del estilo de vida basado en las apariencias, en la cultura kleenex de usar y tirar. Una metáfora que ilustra este concepto, y que se encuentra muy relacionado con el argumento de la novela, serían las muñecas exhibidas como pequeños tesoros en el escaparate de cualquier juguetería. La incapacidad de conseguirlas en un principio, como cuando nuestros padres nos las negaban, incrementaba el deseo de conseguirlas. Una vez que son de nuestra posesión, tras muchos esfuerzos y sacrificios para conseguirlas, disfrutamos al máximo con todos los placeres que nos reporta la novedad. Transcurrido un tiempo no demasiado extenso, nos cansamos de ella, la apartamos en un rincón lo bastante alejado para que su presencia no nos resulte molesta, pero tampoco para que pudiera sentirse abandonada ni ignorada por completo. Y, cuando conseguimos encontrarle una sustituta mejor, la reemplazamos sin contemplaciones. Lolita es una muchacha que
renuncia a la inocencia, deja de ser niña precipitadamente para convertirse en lo que ella considera que debería ser una mujer, a fin de obtener los privilegios reservados solo a los adultos.
De hecho, resulta muy interesante el personaje de Charlotte Haze, quien percibe a su propia hija como un rival para conquistar el corazón de Humbert. Es significativo como, a pesar de tu temprana edad, Dolores es consciente de su potencial como mujer y de la atracción (y el control) que puede llegar a ejercer sobre algunos hombres en su propio beneficia, con la ventaja de su juventud. Por tanto, cabe preguntarse si Lolita actúa siguiendo el ejemplo de su progenitora o, por el contrario, desde el principio es consciente de las consecuencias de un comportamiento más que reprochable.
Algunos pueden considerar que Charlotte Haze actúa en base a un comportamiento egoísta, cuya única finalidad es ascender dentro de la reducida élite de su comunidad, siendo su hija uno de los obstáculos que le impide alcanzar este propósito. Si analizamos con detenimiento algunos fragmentos del fugaz matrimonio, es cómico comprobar como Humbert se convierte en un hombre objeto tras el compromiso, exhibido con orgullo ante sus conocidos, obligado a integrarse dentro de un grupo con más carencias que virtudes. Por otro lado, las remodelaciones en el hogar familiar o la necesidad de sustituir a su actual asistenta muestran su ferviente necesidad por cambiar, pero solo desde un punto de vista externo, pues la estructura de la persona, los cimientos que la definen permanecen inalterables, cuando son realmente los que deberían restaurarse para apreciar resultados significativos. Es decir, se encuentra tan centrada en las apariencias que es incapaz de apreciar el alcance del daño hasta que resulta demasiado tarde para arreglarlo.
Con todo, Vladimir Nabokov prescinde de este interesante triángulo amoroso con demasiada rapidez y, durante gran parte del mismo, destaca por la ausencia de Lolita. Es cierto que la historia es la tormentosa relación entre Humbert y su ahijada, pero hubiese resultado atractivo enfrentar a estos tres personajes y sus intereses algo más que unos breves capítulos, insuficientes para profundizar en toda la psique de la madre, reducida a una mera secundaria sin repercusión en la trama posterior.
Por otro, no podemos negar que la gran protagonista es Lolita, aun cuando la historia es narrada por Humbert. La idiosincrasia de este personaje sitúa al lector en una inflexión, pues siendo testigo de los abusos, siente empatía por Humbert. Todo resulta mucho más complejo de lo que a simple vista pueda aparentar y, aunque nos resulte repulsivo en algunos aspectos, como la anécdota de los somníferos, la propia Lolita genera antipatía ante su comportamiento promiscuo y caprichoso. En cierto modo, Lolita nunca llega a crecer, pues siempre acaba por mostrar una conducta demasiado infantil y, a pesar de los cambios que experimenta su cuerpo, estos no son más que el reflejo de la degradación y corrupción de su espíritu, tal y como ocurre en El retrato de Dorian Gray (Oscard Wilde). De hecho, cuando concluye la lectura de Lolita, esta ambigüedad no ha desaparecido, sino que se ha incrementado durante todo el relato. El lector es incapaz de realizar un juicio objetivo sobre los acontecimientos sin verse influenciado por las circunstancias descritas. Pedirle que se posicione a favor o en contra de sus personajes le resulta una ardua tarea de difícil cumplimiento, pues todas sus convicciones previas han sido objeto de una profunda revisión que le lleva a replantearse una opinión que consideraba sólida e inalterable.
Y si el argumento de la novela resulta fascinante, la forma de narrarlo es igual de atractivo. Vladimir Nakobov emplea una prosa soberbia, caracterizada por su capacidad para embellecer incluso aquellos fragmentos que hubiesen podido provocar el rechazo del lector, como Anthony Burgess en La naranja mecánica. Sin embargo, la ironía del autor se pierde en la traducción al castellano, e incluso leyéndolo en la versión original, resulta complicado captar el sarcasmo de algunos comentarios. Por desgracia, esta dificultad para captar los detalles más sutiles de la narración se incrementarán ante el progresivo empobrecimiento cultural de los lectores.
¿Qué nos has hecho Lolita? Pequeña ninfula, sinónimo de tentación, nuestra particular Eva fuera del paraíso, nuestra condena. En palabras del propio Humbert: Yo me empecinaba en mi paraíso escogido: Un paraíso cuyos cielos tenían el color de las llamas infernales, pero con todo un paraíso. Vladimir Nakobov narra con una maestría incomparable la turbulenta relación de estos dos amantes, una insana obsesión con trágicas consecuencias para sus protagonistas que solo puede terminar de una forma…
Lo Mejor: Salvo algunos aspectos, absolutamente todo.
Lo Peor: El escaso desarrollo del persona de Charlotte Haze. La traducción al español impide apreciar la sutil sátira de Nakobov.
Por MariCarmen Horcas
Título: Lolita; 392 págs.
Autor: Vladimir Nabokov
Editorial: Anagrama, 2002