De nuevo estamos ante un gran episodio de esta serie, demostrando que se ha consolidado entre las mejores propuestas de la temporada y está dispuesta a apelar a todas nuestras emociones para lograr que la confluencia de imágenes, música y hechos siempre sorprendentes (con o sin explicación) nos dejen el corazón en un puño. En este caso, una nueva vuelta de tuerca al comienzo de la temporada dotará a la trama del punto de vista de otros personajes que aún no habíamos enfrentado en profundidad. De esta forma, el protagonismo recae en Laurie y Tom Garvey, complementando y enriqueciendo lo poco que de ellos ya vimos en el episodio anterior.
Pronto descubrimos que en el episodio anterior nos llevamos la impresión equivocada. Si bien Tom sigue lleno de esa furia y esa desesperación que le ha venido caracterizando desde que tuvo lugar la Ascensión, su madre parece hacerse librado de la peligrosa influencia de los Guilty Remnant y ahora ha emprendido un nuevo camino.
Retomando su actividad como psiquiatra se dedica a luchar contra los GR librando a gente de su influencia mediante un grupo de terapia. Tom se encarga de la peligrosa labor de infiltrarse en diferentes casas donde residen comunas aisladas de la nihilista secta para detectar a los más vulnerables y ofrecerles una salida. Pese a que las cosas no son nada fáciles la fe de esta renacida Laurie parece inquebrantable, capaz de sostener tanto sus esperanzas como las de su hijo. Aún es capaz de luchar con todas sus fuerzas contra la implacable secta y contra un mundo lleno de aristas a pesar de que su hija no ha perdonado que casi la dejara morir;
de que cada victoria parece pírrica y un alma sanada puede volver a caer en el abismo con la única espoleta de unas pocas palabras escritas en un papel; de que un casero listo como el hambre y con menos principios que una hiena la quiera tangar; de que haya quien se dé cuenta de que tras la fachada impoluta de tranquilidad kármica se oculta una furia latente.
Su única arma para enfrentarse a tantas complicaciones es la esperanza de publicar un libro y que la verdad salga a la luz
. Y es en ese momento cuando descubre que todo se puede ir al cuerno en un instante y que los cimientos de la nueva esperanza que está construyendo se alzan sobre terreno pantanoso. Las diferentes comunidades de los GR no están tan aisladas y desorganizadas como parece, ya que Tom caerá en una trampa que lo llevará al filo de la muerte para descubrir que la dócil y desorientada Meg se ha convertido en una especie de cabecilla de la secta (tal vez el equivalente a la fallecida Patty) y, tras violarlo violentamente, está a punto de quemarlo vivo. Tal vez una advertencia que tomar muy a cuenta. Para terminar de redondear una jornada aciaga, una de sus pacientes recuperadas vuelve a caer en el influjo de negatividad inculcado por los GR suicidándose y llevándose con ella a su familia, una situación poco adecuada para una entrevista con el editor que quiere publicar su libro y que evidencia algo que posiblemente Laurie había ido aparcando.
El libro relata los fríos hechos, pero está falto de pasión. Unos sentimientos que florecerán de repente con el recuerdo de todo cuanto perdió en su estancia con los GR y que se desata de forma violenta. Una violencia que se extrapola a otra solitaria actividad nocturna: atropellar a miembros de la secta para constatar con estupor, en cada caso, que son incapaces de apartarse. No tienen nada que perder, son realmente muertos andantes.
De repente, Laurie tiene claro cuál es el problema, por qué sus esfuerzos parecen no ser suficientes contra la fuerza letal de los GR. La secta les ofrece algo, por miserable y negativo que sea. Les otorga un caparazón para no volver a sentir dolor. Sin embargo, una vez desprovistos de esa coraza no tiene nada que ofrecerles para rellenar el vacío que queda en su lugar. Sólo debe encontrar ese algo. Y será Tom el que se ofrezca a dárselo. En la siguiente sesión de terapia el chico les contará la historia de su amigo Wayne, un sanador capaz de absorber el odio y el temor de alguien dándole paz con sólo un abrazo. Un gurú que antes de morir le traspasó sus dones. De esta forma, Tom se convierte en el nuevo Wayne, un giro inesperado que conecta con uno de los cabos sueltos de la primera temporada y bordea la siempre inquietante frontera entre el mito y la realidad, planteando la siempre difícil cuestión de la necesidad de creer en algo más allá de la triste realidad para evitar tomar el camino más fácil hacia la nada.
Esto es, la única manera de liberar a alguien de la influencia de un culto es ofreciéndole un nuevo culto. Una idea de lo más terrorífica. Un final brillante para un episodio tan lleno de emoción y de esa mezcla de momentos duros y oníricos que hacen de esta serie una experiencia indispensable.
Por Antonio Santos