Lo primero a destacar es la excelente labor tanto de la propia Simmons, que acapara el protagonismo completo del capítulo de forma más que solvente, como la brillante fotografía. Los tonos ocres y eléctricos se adueñan de una ambientación tétrica y desolada que recrea perfectamente ese mundo remoto, salvaje y sin asideros emocionales sumido en una noche eterna y sólo iluminado por el tenue resplandor de sus dos lunas. Una noche que comienza con la promesa de cita con Fitz y termina inesperadamente en la superficie de un mundo extraño y desconocido. Sola (¿o no?) y abandonada en un territorio salvaje y desconocido la científica pasará por el equivalente anímico a las etapas de un duelo: la Negación inicial a lo desesperado de su situación, manteniendo una falsa esperanza y optimismo de que su querido Fitz pronto acudirá a su rescate; la Ira al constatar que pasan las horas y el cuerpo comienza a notar los efectos de la falta de agua y alimento; la Negociación consigo misma para abandonar el lugar donde espera su rescate para buscar agua desesperadamente. Eso sí, sin perder la esperanza y haciendo gala de un optimismo tan insaciable como irreal. Las horas pasan, las condiciones son cada vez peores y la tierra yerma sólo ofrece la soledad y el desconsuelo del polvo y la ceniza.
Finalmente, una Simmons casi al límite encuentra un pequeño pozo de agua en la arena que le bastará para recuperar fuerzas, aunque resultará tener un habitante bastante belicoso y lleno de tentáculos.
Situaciones desesperadas exigen medidas desesperadas, así que pronto los roles se invierten y el depredador pasará a ser la presa... y la cena. Un buen tentáculo a la brasa nunca está de más. No será el único habitante del peligroso planeta. Pronto se topará con un misterioso ser que la hace prisionera y con el que establecerá un juego psicológico de desconfianza mutua. Sin embargo, la situación cambiará pronto, y es que
su captor resulta ser Will Daniels, un astronauta abandonado en el planeta después de que su expedición cayera bajo la influencia de una peligrosa presencia capaz de adueñarse de la mente de sus presas y hacer que se vuelvan los unos contra los otros... o contra sí mismos. Una presencia que viene precedida por una tormenta de arena y que pondrá en peligro constante a los dos supervivientes condenados a entenderse.
Una convivencia tensa marcada por el pesimismo de Daniels, que ha perdido ya toda esperanza de rescate tras pasar solo casi 15 años, y la fe inquebrantable de Simmons, cuyo totémico móvil le sigue ofreciendo imágenes de su añorado Fitz. Hasta que la esperanza se desvanece con el último resquicio de batería y un intento infructuoso de localizar el camino de vuelta. Llega la fase de Dolor emocional cuando el optimismo a ultranza se transforma de manera irrevocable en la desesperada comprensión de su situación real... aunque su actitud ha hecho mella en Will, quien la anima a no rendirse y seguir luchando. Los roles han cambiado y, con ello, se llega a un nuevo escenario.
Sin el recuerdo de los mensajes e imágenes de Fitz, sin nada palpable a lo que agarrarse como puerta de enlace con una vida anterior, la relación entre Will y Simmons se estrecha (sí, llegando hasta el catre). La científica entra en la fase de Aceptación haciendo borrón y cuenta nueva, disfrutando de una renovada ilusión junto a su nuevo amor. Sin embargo, sus neuronas no paran quietas, comprendiendo que el funcionamiento interno del portal depende de las fases de la luna, al igual que las mareas terrestres. Una nueva puerta de salida está a su alcance, pero nada saldrá tal y como estaba previsto.
El conocido rescate de Fitz es interrumpido por una nueva tormenta que anticipa la llegada del ser abyecto, a quien Will se enfrentará de manera heroica para facilitar que Simmons consiga escapar. He aquí las razones de la chica para regresar al inhóspito astro. Un capítulo original y emocionante que personalmente me ha parecido magnífico y que deja en el aire múltiples preguntas: ¿Quién más conoce la existencia del monolito, con la reciente inclusión de la NASA en la ecuación?
¿Se trata ese ser demoníaco de un guardián que protege el portal y liquida a quienes lo utilizan? ¿La última imagen de un Will sano y salvo tras su pelea con dicho ser significa algún tipo de conexión entre ambos? Y, sobre todo, ¿se está convirtiendo Fitz en el mayor pagafantas de la historia de la televisión USA? La respuesta a todo esto y mucho más, próximamente en sus pantallas.
Por Antonio Santos