Unidos por el mismo destino, una adolescente inteligente y optimista llena de curiosidad científica y un antiguo niño prodigio inventor hastiado por las desilusiones se embarcan en una peligrosa misión para desenterrar los secretos de un enigmático lugar localizado en algún lugar del tiempo y el espacio conocido en la memoria colectiva como “Tomorrowland”.
Brad Bird acomete su nueva aventura tras la cámara en una propuesta de acción real con la ilusión de un chiquillo. Tras su puesta de largo con personajes de carne y hueso dejando el listón bien alto en la cuarta entrega de la saga "Misión: Imposible" toca abandonar los encargos encarando un proyecto mucho más personal. Como muestra, el botón de haber participado activamente en todas las fases de la película, desde la producción hasta el guión.
Y no cabe duda de que ha puesto mucha de la brillante esencia y cariño que ya demostró en productos animados como "El gigante de hierro" y "Los increibles". Como en éstas, el mismo comienzo ya nos atrapa irremediablemente porque está narrado y planificado con la mano de un maestro. Una apuesta decidida por apelar a nuestras emociones, a que el espectador vuelva a sentir la ilusión de un niño ante un mundo por explorar. Una demostración palpable de la verdadera esencia del cine: pura magia en vena.
La primera mitad de la película es un completo frenesí que nos presenta toda la mítica alrededor de ese Shangri-La utópico llamado Tomorrowland y nos pone en la piel de la verdadera protagonista, una joven idealista llamada Casey que lucha contra viento y marea para evitar que la NASA desmantele una lanzadera espacial en su ciudad natal y deje sin trabajo a su padre al tiempo que rompe su sueño de alcanzar algún día las estrellas. En sus manos caerá de forma aparentemente accidental un misterioso pin que abrirá una ventana a este maravilloso
mundo del mañana. De esta forma
comenzará una búsqueda por encontrar la verdad tras esas misteriosas visiones, cosa que no será nada fácil ya que en su camino se cruzarán un inventor anacoreta y unos misteriosos, imparables y violentos desconocidos que harán lo posible porque la chica no consiga sus propósitos.
Con estos mimbres, Bird construye una historia dotada de un ritmo endiablado y una imaginación desbordante.
Ante nuestros ojos desfilarán imágenes de una belleza abrumadora, inventos imposibles y docenas de detalles a cada cual más asombroso. El diseño de producción es sencillamente impresionante, y la música de Michael Giacchino acompaña perfectamente a las imágenes como viene siendo habitual, firmando una partitura llena de emoción, dinamismo y encanto que refuerza la narración con distinción y energía. La protagonista está muy bien, de lo más natural y creíble como contrapunto de un George Clooney tan magnético como es habitual en él. Incluso la sempiterna niña marisabidilla que toda aventura para toda la familia ha de tener en su reparto no resulta (casi) nada petarda y tiene una merecida incidencia en la trama.
Una envoltura colorida y maravillosa que, sin embargo, se topa con el principal problema de esta propuesta: la resolución. "El mensaje". Cuidado, esto es una opinión puramente subjetiva. La aventura en su más pura esencia desemboca en un tramo final donde los evidentes detalles que nos ha ido dejando hasta entonces confluyen en una moraleja y un clímax edulcorado rozando el límite de lo pueril (manifestado en ese robot que, cuan muñeco de madera tocado por una varita mágica, ha aprendido a
sentir).
Ejercicio de positivismo exacerbado, nos dice algo que sabemos (el mundo se va a la mierda) y algo que olvidamos: en nuestro interior tenemos la fuerza para buscar las soluciones. Otra cosa es que nos dejen, claro está. Porque por desgracia las ilusiones de la infancia normalmente se topan con la cruda realidad en un inevitable proceso vital conocido como "madurez"... y por desgracia llegados a una edad (con el considerable depósito de bilis generado en el camino)
la línea entre el positivismo y la ñoñería se vuelve demasiado fina.
Si Frank Capra hubiera nacido en nuestro siglo se estaría dopando de Prozak hasta las cejas, su caballero hubiera cambiado la espada por un AK47 y sus ángeles se ganarían las alas a base de trapichear con maná. Momo ha sido devorada por los Hombres Grises.
Corren malos tiempos para la lírica buenrollista y el optimismo a prueba de bombas. Los años 40 quedaron muy atrás; la bondad inocente, nobleza de espíritu y fe en un mundo mejor se ha visto poco a poco bañada en una pátina de cinismo no exento de corrosión.
Si aún así somos capaces de encontrar al niño de mente y alma limpias que es posible que todavía llevemos dentro sacaremos mucho más jugo a esta película. Si no, al menos podremos rememorar una época en la que creíamos que las utopías eran viables y dejarnos llevar por el torrente de imaginación, gusto por el detalle, diversión pura y dura, luz y color que se desplegará ante nuestros ojos. ★★★
★★