THE DEVIL'S VINYL
Tras el traspiés (muermazo más bien) del capítulo anterior la serie remonta con un capítulo que, sin ser nada del otro jueves, al menos es divertido, ameno y presenta a algún personaje recurrente en la colección Hellblazer que que hará las delicias de los fans del cómic. Además tenemos una mezcla que da bastante juego: música y pactos demoníacos. Un buen tándem. Sólo han faltado Sus Satánicas Majestades para cerrar el círculo, aunque a falta de Rolling Stones bien están los Sex Pistols para reafirmar la británica y macarra esencia de ese azote del Thatcherismo que es John Constantine.
Zed, la chica de armas tomar que conocimos el capítulo pasado, llega gracias a sus visiones a la nueva base de operaciones de Constantine, quien la había vuelto a dejar tirada. Muy fiel al personaje. Por fin tenemos algo más de información sobre esa misteriosa casa (cuyo propietario no ha sido desvelado) abarrotada de objetos arcanos y que por dentro es mucho más grande que por fuera. Infinitamente más grande y con puertas que se abren a pasillos interminables. ¿Tal vez la Casa del Misterio, o la Casa de los Secretos? Esperemos que se profundice en este tema más adelante, porque puede dar mucho juego. La noticia de la muerte de un viejo conocido de John, un productor musical que se encargó de llevar el único disco de la infame banda de juventud del hechicero (Membrana Mucosa), marcará su nueva misión. El culpable de la muerte del productor Bernie Reed es un viejo vinilo rescatado de entre la ponzoña por una desconocida que tiene el efecto de poseer a quien lo escucha. En este caso, la curiosidad no mató al gato sino a Bernie, que acaba suicidándose de forma horrible. Una visita a la morgue y un viejo truco de hechicero de John lograrán que el cadáver de Bernie les deje una última pista, aunque suficiente para dirigirles a la mansión de una estrella de rock. Una escena que es puro Hellblazer.
Una vez allí, descubrimos que la mujer del rockero es quien se llevó el disco maldito. Su objetivo: romper un nuevo trato con el diablo para que su marido se curara de un cáncer a cambio, evidentemente, de su preciada alma. Constantine comienza a sospechar, porque un demonio no rompe un pacto así como así, lo que le llevará a descubrir que alguien se está aprovechando de la pobre mujer para conseguir el preciado disco, sin intención alguna de cumplir su parte del trato. Este alguien resulta ser Papa Midnite, otro viejo conocido de Constantine. Al igual que él, un maestro de la hechicería, especializado en el vudú, y con afición por coleccionar objetos de poder arcano. Nunca se está lo suficientemente bien pertrechado en este mundillo de magia y engaño. No es un asesino o un ser especialmente malvado, sino algien de moral distraída a quien no le pesan los daños colaterales de sus actos. Un rival que ya se ha visto las caras con Constantine en más de una ocasión y no le tiene precisamente cariño. Midnite consigue sacar de John la información que necesita para hacerse con la posesión del disco, que resultará ser un objeto diabólico fruto de otro pacto mefistofélico, en esta ocasión por parte de un bluesman llamado Willie Cole que vendió su alma a cambio de éxito. Lástima que el demonio reclamara su premio justo en mitad de una sesión de grabación, quedando parte de su esencia atrapada en el vinilo.
Midnite manda a dos sicarios a casa del rockero a hacerse con el disco y deja a Constantine en una trampa mortal de película (mala) de espías en una escena de lo más risible y absurda, en la que además aparece el ángel Manny sin venir mucho a cuento, posiblemente para que no nos olvidemos de él. Evidentemente, Zed llegará a tiempo para rescatarle, pero es que esto está más visto que la carta de ajuste y más que tensión da risa. En fin, dejando de lado esta escena ridícula, el capítulo cobra más interés cuando el disco se apodera también de los dos sicarios, y les va obligando a reproducirlo en sitios en los que cada vez afecte a más gente; primero un club y, como remate, una emisora de radio. Allí se dirigirá John para detenerlos, enfrentándose también a Midnite, que sigue buscando hacerse con el malvado objeto. En plena orgía de ruido, furia y maldad Constantine consigue recitar un hechizo para devolver a la infame presencia diabólica a su lugar en el infierno, aguándole la fiesta a su rival y salvando el día. Dado que dicho hechizo puede tener particular valor, por ejemplo cuando vamos a una boda y al DJ le da por poner discos de Camela, lo dejo aquí por si alguien lo quiere recitar para que vuelva al infierno de donde salió:
Exorcizámos te,
ómnis immúnde spíritus,
ómnis satánic potéstas,
ómnis infernális adversárii
in nómine et virtúte
Dómini nóstri
Jésu.
Nunca se sabe cuando puede ser útil, que discos malvados y rompetímpanos hay muchos. Otro demoniconsejo que nos ofrece el capítulo: la mejor forma de romper un pacto diabólico es que quien nos engañó se coma el contrato. Literalmente. En definitiva, es un buen avance que tengamos más triquiñuelas, trucos y engaños, y menos exorcismos. Le da más vidilla a la serie y más capacidad de sorprender al espectador, cosa que se agradece, aunque el carácter episódico y los momentos chusqueros la siguen lastrando. De momento, las tramas a largo plazo que se apuntaban en el piloto no están y no sé muy bien si se las espera. En cualquier caso, la cabronería de Constantine se está plasmando bien y algo se ha mejorado. Esperemos que la cosa siga creciendo en interés.
Cinéfago por puro placer y juntaletras ocasional. Defensor de las causas perdidas seriéfilas. Hincado de hinojos ante Hitchcock y Tarantino, entre otros muchos. Amante de la ciencia ficción, la aventura, Rick Remender, Jonathan Hickman, el helado de chocolate, Jessica Chastain y Eva Green (no necesariamente por ese orden).