Dependiendo de la época, o el momento, podíamos encontrar en cada país una serie de directores cuyos proyectos creaban una expectación total debido a que eran casi un referente nacional de cara al exterior. Directores cuyas películas mostraban un reflejo cultural en el extranjero: En Francia tenían a Renoir, Clouzot, Clair, Bresson...; en Italia a de Sicca, Rosellini, Fellini... en España a Bardem, Berlanga..., en Suecia a Bergman...; y en Japón, por supuesto, a Kurosawa.
Kurosawa es posiblemente uno de los directores que más ha influido, no solo en el cine asiático, sino en el cine mundial.
Los Siete Samuráis es una de las películas más famosas de la historia, y si buscamos hacer un listado de las mejores películas japonesas de todos los tiempos, en el Top 10 la mitad serán seguramente suyas.
Kurosawa supo encontrar el equilibrio entre el cine tradicional japonés con el americano, dándole una mayor importancia al ritmo y al estilo de las mismas, siendo a veces criticado injustamente en Japón por ello. Y digo injustamente porque eso no hizo sino acercarle más a occidente y dar a conocer una gran cultura como la japonesa. Estuvo mucho más cerca que otros monstruos de la dirección como
Kabayashi o
Mizoguchi. Y
esa capacidad de transformar historias de samuráis en westerns japoneses le acercó mucho a un director al que respetaba, John Ford. Ford hizo uso en muchas de sus películas de su actor fetiche,
John Wayne, pero también colaboró en algunas películas con otro grande que trabajaba para otros grandes directores,
James Stewart. Kurosawa tenía un actor fetiche,
Toshiro Mifune; pero también trabajó con otro gran actor japonés que triunfaba con, precisamente
Kabayashi, Tatsuya Nakadai. Debido a esto, que
Kurosawa juntase en una película a
Mifune y a
Nakadai, es quizás lo más parecido a que
Ford juntase a
Wayne y
Stewart, dando un resultado espectacular.
Kurosawa unió a los dos mejores actores japoneses de la historia en tres ocasiones:
El Mercenario (1961),
Sanjuro (1962), y
El infierno del odio (1963). Es sobre esta última colaboración sobre la que quiero hablar.
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Kingo Gondo (Toshiro Mifune) es un importante ejecutivo de la principal empresa de calzado de Japón. Está a punto de cerrar un trato que le dará el control total del negocio, tras haber trabajado duro durante varios años y endeudarse por completo. Es una jugada arriesgada pero confía en el éxito. Su ayudante está a punto de coger un avión para cerrar el trato, su hijo y el hijo del chófer juegan fuera a vaqueros y forajidos, su mujer tiene serias dudas sobre la idea, pero todo parece bajo control. ¿Todo? No, todo no. Una llamada al señor Gondo justo antes de que su ayudante parta al aeropuerto le informa de que han secuestrado a su hijo y que deberá pagar 30 millones de yenes o el chico morirá. Gondo, asustado, está dispuesto a pagar hasta que su hijo entra en la habitación sin ningún daño aparente. Tras tranquilizarse se percata de lo que ha ocurrido realmente, el secuestrador se ha llevado al hijo del chófer. Efectivamente, al momento el individuo vuelve a llamar para confirmarle el hecho, pero asegurar que la amenaza sigue siendo la misma, pagar los 30 millones, o no volver a ver vivo al hijo del chófer. Por su hijo estaba dispuesto a entregar el dinero de su inversión, y de la que depende su vida; pero... ¿hará lo mismo por un niño que no es su hijo? El inspector de policía Tokura (Tatsuya Nakadai) no tardará en aparecer para ayudarles a sobrellevar el caso.
Esta confrontación moral no tardará mucho en resolverse. Podríamos decir que es la primera parte de las casi dos horas y media de duración de la película. Una primera en la que Gondo, debido a la presión de la situación y su propia conciencia toma una dura e irrevocable decisión. Y una segunda parte, más extensa, en la que Tokura, con la ayuda de una unidad especial creada para dicho caso, deberá encontrar al responsable del secuestro y a sus colaboradores.
Welles, Lang, Wilder, Torneur, Reed, todos genios del cine negro que sin embargo debieron sentirse orgullosos de la lección que da aquí un gran alumno, a la vez que maestro, Kurosawa. Estamos ante uno de los mejores ejemplos de como crear una historia policíaca y de cine noir sin necesidad de una femme fatale. Las armas del director nipón son la propia conciencia del espectador al verse ellos mismos reflejados en la propia decisión del señor Gondo, a la vez que encontramos a un inspector de policía que no busca seducir o soltar frases ingeniosas que pasarán a la historia, sólo resolver el caso. Esto hace de El infierno del odio una película única, realista y especial.
Como curiosidad,
Kurosawa pasó a la historia en esta película al ser el primer director en mostrar un detalle en color en una película de blanco y negro. Se trata de una nube rosa que podemos apreciar en un cielo gris.
Spielberg tomó buena nota de ello para su obra maestra,
La Lista de Schindler. Curiosamente, muchas personas que vieron esta película tiempo después en televisiones en blanco y negro no pudieron apreciar este detalle.
★★★★★
Amante del séptimo arte y en especial de la ciencia ficción. Fan incondicional de Stanley Kubrick y Terrence Malick, pero con todo y con eso, soy capaz de disfrutar en colorines de cintas de dudosa reputación. Cantante en mis tiempos libres y apasionado del mundo del cómic. Eso si, siempre con una birra cerca.