Tras varios años ligado al género del terror en labores de producción (es uno de los artífices de la saga
[REC]) o guión (
Romasanta,
Mientras duermes) el siempre estimulante e inquieto Alberto Marini ha decidido a dar el salto a la dirección sirviéndose en bandeja una historia que, como no podía ser de otro modo,
incide en el género pero resulta bien distinta de su trabajo anterior. Si hasta el momento se ha caracterizado por ofrecer productos férreos caracterizados por una atmósfera de alta tensión y un ambiente enrarecido que intentan mantener al espectador aferrado a la butaca y no darle un segundo de descanso, con su salto tras la cámara parece que su intención es regalarse un merecido descanso a tanta sobriedad para confeccionar
un puro divertimento con el único objetivo de que el espectador amante del género pase una hora y media de absoluta evasión desprejuiciada apostando al 100% por la diversión espídica y el desenfreno.
De esta manera, hay dos formas de atacar una trama de
género: tratar de
reinventar la rueda aportando un componente original que convierta la historia en algo especial (algo terríblemente difícil de conseguir) o
ser consciente de que está casi todo inventado y sacar partido a las referencias que se emplean tratándolas con soltura y eficacia. Marini apuesta por la segunda opción mezclando con habilidad en una coctelera elementos bien reconocibles de los subgéneros
Serial killer + Survival horror (los campamentos en mitad de la naturaleza con presencias
"sospechosas", las infecciones tipo
Cabin Fever y sus referentes, la supervivencia contra un elemento hostil) para
ofrecer un cocktail lleno de frescura, efervescencia y chispa cuya principal virtud es no tomarse en serio a sí mismo.
A
diferencia de otras propuestas,
Marini tiene las tablas y el ingenio como para ofrecer ocurrentes vueltas de tuerca y jugar con la trama de forma traviesa, sin llegar del todo a sorprender pero con multitud de detalles como optar por que el espectador vaya (casi) siempre por delante de los personajes, lo que permite que se vuelque más en una trama que discurre a velocidad de vértigo y sin puntos muertos. O
la gamberra forma de jugar con los estereotipos de los protagonistas (la pija buenorra, la ingenua con gran corazón, el guaperas sinvergüenza y el amigo
pupas al que le pasan todas las perrerías)
y con la diferencia idiomática entre los monitores (jovenzuelos y voluntariosos americanos) y los oriundos del lugar (españoles de pura cepa). Evidentemente, se disfrutará más la película si se ve en Versión Original.
También es muy destacable y agradecido el uso del malentendido sobre quién está o no infectado en cada momento,
que añade un plus de diversión canalla. Porque en resumen se trata de algo tan sencillo como eso: un juego con el que, si dejamos atrás prejuicios y entramos en la propuesta, nos lo pasaremos de miedo.
Una vez presentados los personajes y el ámbito donde se van a mover arranca la trama de género
sin perder en ningún momento el ritmo, creciendo en intensidad y virulencia hasta el final y punteada por agradecidos momentos de sano humor (negro), casquería y sangre. Ya sabíamos que Marini es un buen guionista
y está más que curtido en el género,
tablas que traslada a su trabajo tras la cámara con un puesta en escena fluida, precisa y sin estridencias, apuntalando un guión que tiene entre sus puntos fuertes la falta de pretensiones, la duración ajustada y las ganas de divertir.
Un producto fresco, gamberro, descarado y que asegura diversión al cien por cien. En definitiva, una película con la única y sana pretensión de entretener que le da sopas con honda a la gran mayoría de subproductos clónicos filmados en piloto automático
llegados del otro lado del Atlántico que inundan puntualmente nuestras carteleras, así que esperemos que obtenga el éxito que se merece.
★★★
★★