Algo hay que reconocerle a esta serie: cuando se pone
camp y retro es mucho más divertida que cuando no tiene ni idea de por dónde tirar. En esta ocasión tenemos un poco de todo.
Partes muy potables, ligeras y efectivas lastradas por esas subtramas de auténtica vergüenza ajena que no hay por dónde cogerlas. Véase las desventuras de Fish Mooney en su nuevo
"reino" de donantes de órganos forzosos, trama absurda que no sólo no aporta absolutamente nada a la serie, sino que además se lleva casi un tercio del capítulo para contar cosas sin ninguna relación con el resto de tramas y que nos importan un pimiento. O dos, si son pequeños.
Eso sí, las más altas cotas de patetismo y tiempo tirado en pantalla se las lleva el regreso de... ¡Bárbara Kean! Sí, la Barbie
"necesito tomarme un tiempo" vuelve, protagoniza un desfile de modelitos bajo la atenta mirada de sus
mini-yos y contra lo que atenta es la vergüenza ajena del espectador. Increíble. De ahí que cuando se topa con que
su Gordie está con ese dechado de virtudes que es Leslie Thompkins no podemos más que alegrarnos esperando que se vaya con viento fresco. Cosa que por desgracia sabemos que no va a ocurrir. Por desgracia para Gordon, claro.
Una vez pasada la mandanga, vamos a lo bueno, lo que realmente merece la pena de este capítulo.
Y es su planteamiento plenamente lúdico y desacomplejado, volviendo al tono vintage y sesentero de aquel hombre de los globos asesinos. ¡
Nos vamos al circo! Un episodio no puede ser malo cuando un espectáculo para grandes y pequeños acaba convertido en una auténtica batalla campal entre trapecistas y payasos. Escarbando un poco, la explicación a tal trifulca reside en una rivalidad entre las familias circenses que se remonta décadas en el pasado originada por una de esas cosas absurdas que se propagan y crecen de generación en generación como una bola de nieve. Vamos, los Capuletos y Montescos trasladados al mundo del circo. Cuando además una de las familias son los Grayson voladores, famosos trapecistas, los amantes del cómic no podrán evitar más de una sonrisa. Y es que la pareja de enamorados, esos émulos circenses de Romeo y Julieta, resultan ser los futuros padre de Dick Grayson, alias Robin (el primero), alias Nightwing. Muy bien presentado e integrado en la trama. Aunque la cosa termina derivando en algo mucho más tétrico cuando se encuentra el cadáver de la encantadora de serpientes. Mal asunto.
Por supuesto, la investigación policial es tan inexistente y carente de sentido como siempre. Vamos, que hasta Gordon descubre al asesino porque sí, textualmente, sin absolutamente ningún indicio que pueda llevar a ello fuera de las sempiternas exigencias del guión o la omnisciencia (me inclino más por lo primero). Pero no importa.
Toda esta parte está llena de detalles de lo más divertidos. Lo que de verdad importa es pasarlo bien. Y aquí se unen ingredientes como la comisaría llena de frikis circenses, las peleas dialécticas entre las familias enfrentadas, un ciego con aparentes poderes adivinatorios, una fallecida de sangre caliente y catre más caliente aún, una serpiente que rastrea a su adiestradora como si fuera un perrete... pero por encima de todo, y quién me lo iba a decir, una pareja Gordon-Leslie que se come la pantalla.
Diálogos muy ingeniosos, química, interacción muy divertida e incluso cercana a la screwball comedy y un personaje femenino fuerte, tridimensional, alejado de la mera comparsa romántica o del perchero con patas (ejem, Bárbara, ejem). Estupendo personaje, ojalá contemos con él mucho tiempo.
Para la anécdota, algunas cosas más. Se supone que este capítulo tiene la presentación del Joker. Si no lo hubieran publicitado hasta en la sopa, hubiera sido más sorprendente, porque el chaval lo hace bastante bien.
Pasa de la extrema prudencia a la locura desenfrenada en una misma escena sin caer en el ridículo que podría haber sido (ejem, Harvey Dent, ejem). Sin embargo, no me convence la escena. No pega, no tiene sentido. Se intentan fundir todos los orígenes del Joker (el artista maltratado por la vida, el loco trastornado) en uno, y la cosa no cuaja.
Sobre todo, no creo acertada en absoluto esta tendencia a imponer que todos los enemigos de Batman ya estaban sonados desde pequeños. Un poco más de matices, motivaciones y elaboración, por favor... En paralelo, el Pingüino demuestra no tener ni idea de gestionar el club de Fish, así que Falcone le lleva como mascota a un Butch con el cerebro lavado. Ppfff, veremos... Por otra parte, Bruce también tiene su escena de gloria, poniendo sus pequeñas gónadas sobre la mesa y acongojando al corrupto consejo de administración de Industrias Wayne. Y de paso pintándose una diana en el pecho, claro está. Esperemos que esta vez la escena no se quede en la anécdota del "olé mi Bruce" y conduzca a alguna parte, porque hace 10 capítulos estábamos prácticamente en la misma situación. Pongámosle dos velas negras al ciego visionario para que así sea.
Por Antonio Santos