Poco a poco esta serie se sigue consolidando como toda una obra coral en la que contamos con dos protagonistas de peso como son Jimmy y Mike, pero en la que los secundarios van tomando cada vez más importancia en el devenir de la trama.
En este episodio se va a cimentar aún más la personalidad y motivaciones de quien se ha ido convirtiendo en un antagonista de carácter: Charles McGill. El hermano del protagonista llega para demostrarnos que cada historia tiene al menos dos caras, y que su actitud hacia Jimmy no es por motivos baladíes, sino por una conflictiva historia conjunta pasada.
Por otra parte, también se profundiza en una ilustre secundaria como es Kim, además de presentarnos a la misteriosa Rebecca que ya se anticipaba sutilmente en el capítulo 2.
El prólogo es una auténtica maravilla. Comienza dejándonos completamente descolocados cuando Chuck aparece en su casa encendiendo luces y poniendo música de ambiente. Pronto nos damos cuenta de que se trata de un flashback. Una mujer está en la cocina preparando la cena. Se trata de Rebecca, de la que poco a poco vamos conociendo detalles.
Violinista de éxito, clase alta, gustos refinados, la pareja perfecta para el abogado de éxito. El invitado no es sino nuestro Jimmy, que acaba de reconducir su vida en el bufete de su hermano y es presentado en sociedad.
Una cena tan políticamente correcta como aburrida que pasa a una nueva dimensión cuando aflora mínimamente la personalidad del Jimmy locuaz, irreverente y desvergonzado. Ante el estupor de Chuck, pronto su hermano se convierte en el rey de la noche ganándose a Rebecca para su causa y dejando constancia de algo: la acomodada, burguesa y, en el fondo, aburrida vida conyugal de la pareja adolece de una alarmante falta de chispa.
Un primer indicador de las posibles razones de la caída en desgracia del abogado.
De vuelta al presente, Jimmy ha de sufrir en sus carnes otra de las consecuencias de su pérdida de credibilidad en el bufete.
La nueva oportunidad viene acompañada por una niñera de lo más tenaz y persistente. La profesionalidad y corrección en su oficio viene delineada al milímetro por un millar de reglas de conducta y rigidez de formato, como vienen a demostrar los
pequeños cambios a realizar en un documento (con más post-it y colores que en una fiesta de arco iris) y, posteriormente, una de las mejores escenas del capítulo. Un retorno triunfal al juzgado a lomos de su cabalgadura de lujo nos deja un hilarante encuentro con Mike (con homenajes chispeantes a
El club de la lucha y
Rocky incluidos) y un posterior reencuentro en los baños con Bill, otro de los quemados abogados de
pleitos pobres que pululan por el lugar. En apenas un minuto vemos la encrucijada moral en la que se encuentra Jimmy.
Ante sus ojos se despliega la patética vida profesional que dejó atrás, aunque en ella el viejo Slippin' Jimmy se moviera como pez en el agua, pero también es consciente de que en la actualidad tiene todo lo que cualquiera de sus antiguos compañeros podría desear... excepto la libertad de chanchullear como sólo él sabe. Incluso un inocente osito de peluche constituye un soborno terrible en su nuevo y almidonado mundo.
Mientras tanto, Kim sigue sufriendo su travesía en el desierto. En primer lugar, le deja las cosas bien claras a Jimmy: que se deje de pájaros en la cabeza y se centre en adaptarse a su nueva vida y dejar a sus avalistas en buen lugar. De salvarse ya se ocupa ella solita.
Todo un viacrucis de llamadas telefónicas a ritmo de los Gipsy Kings que tras no poco esfuerzo lograrán su objetivo: conseguir una nueva y lucrativa alianza que consiga ablandar a Howard y devolverla al lugar que merece. Por desgracia, parece que el cabreo de su jefe es tal que ni siquiera parece debilitar sus defensas. Aunque sí obtendrá un aliado imprevisto en su retorno a la cima. Una inesperada conversación con Chuck en la que por primera vez nos ponemos en la piel del veterano y estricto abogado. Chuck se solidariza con Kim al empatizar con lo que supone ser una víctima de los daños colaterales fruto de los actos de su hermano. De esta forma,
el mayor de los McGill se nos muestra no como el villano que hasta ahora creíamos entrever, sino como la siempre desagradecida figura del efecto hijo pródigo; el hombre recto obligado a soportar permanecer siempre en segundo plano, sin méritos ni gratitud, en favor de su hermano descarriado. El mensaje que deja a Kim es claro: Jimmy tiene buen corazón pero termina arrasando con todo lo que le rodea sin darse cuenta.
Para terminar tenemos otro encuentro sorprendente de alto voltaje. Mike tenía toda la razón al anticipar que la muerte de Tuco no haría sino derramar la ira eterna de los Salamanca sobre sus artífices.
El viejo Héctor Salamanca (aún no tan perjudicado como en Breaking Bad) se presenta para hacerle una oferta ¿irrechazable? Como víctima de su sobrino le comprende y se disculpa ante él, pero no puede permitir que la
sangre de su sangre se pudra en la cárcel.
Un buen fajo de billetes puede hacer cambiar de opinión al ex-policía sobre su declaración... y allanar el camino hacia ese idílico nuevo hogar que busca para su nieta. Veremos cómo evoluciona la trama.
Por Antonio Santos