A estas alturas poco se puede decir de William Shakespeare que no sea reinventar la rueda. Dramaturgo universal cuya obra se ha mantenido vigente a lo largo de los siglos, sigue siendo una referencia para el mundo audiovisual en todos sus formatos. Historias más grandes que la vida capaces de describir las más bajas pasiones y los recovecos que encierra el alma humana con una fuerza portentosa y que las hacen el perfecto caldo de cultivo tanto para intérpretes deseosos de buscar la inmortalidad en las tablas como para creadores con el atrevimiento suficiente para demostrarse dignos de sacar el partido que merece un texto de dimensiones míticas.
Este es el caso de la obra que nos ocupa, una de las más reconocidas e intensas salidas de la pluma del Bardo de Avon y todo un trágico tratado sobre la ambición desmedida, que ya ha conocido adaptaciones cinematográficas a cargo de genios del séptimo arte de la talla de Orson Welles, Roman Polanski o Akira Kurosawa.
De esta forma, la valentía es un ingrediente imprescindible a la hora de realizar una adaptación de tamaño material y salir victorioso del envite.
Otro es la personalidad suficiente como para aportar algo que dé valor a la puesta en imágenes del texto original. Muchos han intentado (sin éxito) trasladar la acción a un nuevo escenario, época o incluso apostar por el cambio de tono.
El casi novel Justin Kurzel sigue una estrategia mucho más inteligente: respetar no sólo la esencia sino también toda la extremada potencia del texto original y añadir a la receta unos intérpretes de primer nivel volcados en sus personajes y una puesta en escena sobresaliente. No deja de ser un gran riesgo asumido del que su responsable sale completamente airoso.
Dos gigantes chocan en una batalla sin cuartel.
En una esquina del cuadrilátero, una historia que comienza y acaba marcada por la muerte, a lo largo de la cual un hombre íntegro se verá devorado por la locura fruto de perseguir un destino que le ha sido pronosticado pero que por pura ambición (tanto la propia como la de su esposa, quien verá cómo el Edén prometido se transforma gradualmente en un infierno auto-infligido e inevitable) se afana en atajar emprendiendo un camino lleno de sangre y autodestrucción.
En la esquina contraria, un apartado visual arrebatador que busca su propio protagonismo en la historia. Batallas sucias rodadas con un ejemplar uso de la cámara lenta y una fotografía en la que contrastan la frialdad de unos escenarios naturales desangelados, inclementes y neblinosos con los cielos rojizos precursores de sangre y fuego.
Un combate entre el clásico, desgarrador y pasional fondo y la moderna y bellísima forma que lejos de rechinar acaba sumando para conformar un todo tan atractivo como sugerente. También aporta la banda sonora de Jed Kurzel. Pese a ser algo monocorde temáticamente, lo que la lleva a saturar en algún punto, sus referencias étnicas y su carácter minimalista nos traslada en volandas a esa Escocia dividida y gélida donde se desarrolla la acción. Sin embargo, quien busque una versión
"Juego de tronos" del clásico de Shakespeare (como algunos han pretendido vender) se verá ampliamente defraudado. Nada más lejos de la realidad.
El clasicismo tonal de la obra se mantiene intacto, y los diálogos del autor se trasladan de forma ejemplar al espectador por medio de un reparto volcado en el empeño en el que destacan unos Michael Fassbender y Marion Cotillard cuya pasión y emociones desbordadas traspasan la pantalla. Todo un disfrute para quienes entren en una propuesta cuyo rabioso esteticismo no está reñido con su intensidad primordial. ★★★
★★ 1/2