Una mañana como otra cualquiera, de esas en las que uno se siente complacido por el floreciente olor a Napalm, el Coronel Kurtz repetía su letanía: "No creo que existan palabras para describir todo lo que significa, a aquellos que no saben qué es, el horror. El horror...". Esta píldora de sabiduría concentrada se podría aplicar hasta el último de sus fonemas a esta entrega final (gracias sean dadas a todos los dioses de los panteones conocidos y por conocer) de la saga YA (Young Adult) salida de la pluma de la escritora Suzanne Collins y trasladada a la pantalla en una progresiva caída libre de interés y eficacia cinematográfica.
Ya en la anterior entrega nos topábamos con una narración estirada hasta el exceso con más puntos muertos que una carretera de los Cárpatos. Aunque podíamos conservar la esperanza de que, al igual que ocurrió con la última y dividida entrega de las aventuras del Harry Potter, los responsables dejarían la traca final para esta segunda parte. Nada más lejos de la realidad. Sólo hacen falta 15 minutos para darnos cuenta de que este vehículo distópico no arranca ni aunque le empuje el reparto entero.
Conoceréis lo que es el horror... o más concretamente: EL SOPOR.
No hay otra forma de definir esta secuela.
Soporífera hasta el extremo, lenta como una tortuga con artritis, vacía de contenido más allá de llenar minutos de metraje con diálogos insulsos y politiqueo insustancial que muy lejos de ofrecer las pretendidas lecciones morales sobre el totalitarismo y los engaños en la persecución del poder derivan en la nada más absoluta. Porque es imposible pretender que algo resulte epatante, moralizador o remueva conciencias cuando cada diálogo está cargado de palabrería vacua sin otro objetivo de ganar minutos sin decir nada y los silencios no resultan efectivos sino cargantes y aburridos.
Esto es, las consecuencias lógicas de que la narración tenga tal cantidad de paja que con ella se podría llenar un establo. La acción tarda en arrancar un lustro, lo que hace que cuando por fin comienza a moverse la trama estemos tan aburridos como la protagonista de este drama inoperante. No me cabe duda de que esta última parte debe mostrarnos a una Katniss hastiada de su papel como mero muñeco propagandístico, pero es muy fácil trasladar este hastío, este cansancio mortal, a la propia Jennifer Lawrence, a quien se le nota a la legua que está deseando acabar de una vez por todas con sus andanzas en Panem, soltar sus líneas anodinas, poner el cazo y largarse a casa.
Por fortuna, a diferencia de
Sinsajo Parte 1 aquí encontraremos partes rescatables logrando al menos que el visionado no se convierta en una tortura digna de Guantánamo como sí ocurría en la entrega anterior. Al límite de que empecemos removernos en la butaca y a desear que venga el marine de turno a clavarnos astillas en las uñas la narración se traslada al Capitolio y a una misión para infiltrarse y acabar con el presidente Snow.
Esta parte ofrece al menos buenas secuencias de acción, como el enfrentamiento a los mutos en los túneles bajo la ciudad, una escena muy bien dirigida llena de emoción y con un ritmo brutal. Todo un soplo de aire fresco en una película que se caracteriza precisamente por lo contrario, por la necesidad de un desfibrilador que se insufle algo de vida. Sin embargo, lo bueno dura poco y pronto nos estancaremos de nuevo en una sucesión de finales que parecen no acabar nunca y que resultan completamente anticlimáticos.
De esta forma, la elipsis comienza a ser una herramienta más para hilar trozos desmadejados de argumento que nos llevan a dos conclusiones irrevocables. 1) Por mucho que nos quieran hacer creer que está en juego el destino de un pueblo y de una país, finalmente queda claro que no importa un pimiento. Los mimbres de la consabida reconstrucción no es capaz de encontrarlos ni Perry Mason. Y 2)
Para los interesados en ese artificial triángulo amoroso que por desgracia parece consolidarse como el núcleo de toda la narración, la forma de resolverlo no es ya que esté cogida por los pelos sino que se hace deprisa, corriendo y mal, como si hubiera faltado tiempo. Un ejemplo más de la penosa planificación de esta saga. Eso sí, quienes sean fan de las películas donde se cuenta si
"al final se casan, cuantos churumbeles tienen y si son felices y comen perdices" se van a poner las botas. El resto nos conformamos con mirar ávidamente el reloj por si con un poco de suerte las manecillas avanzan más deprisa. O si todo acaba siendo un
sueño de Resines y en realidad estamos plácidamente durmiendo en el sofá en lugar de perder más de dos horas de nuestra vida con semejante ladrillo.
Una reflexión final:
la culpa de este despropósito no es de los pobres actores, técnicos ni profesionales involucrados, sino de los ejecutivos ávidos de vil metal que se empeñan en dividir una trama que ya queda larga para una película en dos entregas, con el único objetivo de estrujar un poco más la gallina de los huevos de oro. Solo que a este paso la pobre gallina va a acabar interponiendo una demanda ante el Tribunal Constitucional por malos tratos porque ya no le queda ni una gota de creatividad.
"El final épico de una saga".
Efectivamente, ese es el calificativo adecuado, "épico". Una castaña de dimensiones épicas. ★
★★★★ 1/2
Por Antonio Santos