Sinopsis
Momentos antes de que empiece la pomposa celebración de su centésimo cumpleaños, Allan Karlssondecide que nada de eso va con él, vestido con su mejor traje y unas pantuflas, se encarama a una ventana y se fuga de la residencia de ancianos en la que vive, dejando plantados al alcalde y a la prensa local. Sin saber adónde ir, se encamina a la estación de autobuses, el único sitio donde es posible pasar desapercibido. Allí, mientras espera la llegada del primer autobús, un joven le pide que vigile su maleta, con la mala fortuna de que el autobús llega antes de que el joven regrese y Allan, sin pensarlo dos veces, se sube con la maleta, ignorante de que en el interior de ésta se apilan, ¡santo cielo!, millones de coronas de dudosa procedencia. Pero Allan Karlsson no es un abuelo fácil de amilanar. A lo largo de su centenaria vida ha tenido un montón de experiencias de lo más singulares: desde inverosímiles encuentros con personajes como Franco, Stalin o Churchill, hasta amistades comprometedoras como la esposa de Mao, pasando por actividades de alto riesgo como ser agente de la CIA o ayudar a Oppenheimer a crear la bomba atómica. Sin embargo, esta vez, en su enésima aventura, cuando creía que con su jubilación había llegado la tranquilidad, está a punto de poner todo el país patas arriba.
“Lunes 2 de mayo de 2005
Es verdad que habría podido decidirse antes y de paso haber tenido la deferencia de comunicar su decisión a los interesados, pero Allan Karlsson nunca había dedicado tiempo a pensar las cosas antes de hacerlas.
Por tanto, en cuanto la idea le vino a la cabeza, abrió la ventana de su habitación en el primer piso de la residencia de ancianos de Malmköping, provincia de Södermanland, y bajó por el emparrado hasta el arriate del jardín.
La maniobra le resultó complicada, algo comprensible dado que ese mismo día Allan cumplí cien años. En menos de una hora se celebraría su fiesta de cumpleaños en el salón de la residencia. El mismísimo alcalde haría acto de presencia. Y la prensa local. Y el resto de ancianos. Y el personal al completo, con la furibunda enfermera Alice a la cabeza, por supuesto.
Solo el homenajeado no tenía la intención de presentarse.”
Si hubiese una palabra para definir la vida intensa de Allan Karlsson es: explosiva, y más cuando lo mejor que ha sabido hacer a lo largo de un siglo es provocar ruido, mucho ruido. Al principio por su peculiar afición de volar cosas – no personas-, pero tras destruir por accidente su hogar, el joven Karlsson optó por socavar otros cimientos menos familiares, completamente ajenos a su persona ante la absoluta falta de interés por cualquier ideología política o religión, siendo uno de los rasgos más característicos de este particular centenario. Además de la copita de aguardiente, único vicio del que nunca se ha privado, incluso en las circunstancias más inverosímiles. Por esta razón, Allan Karlsson se niega a vivir sus últimos días en la plácida vejez de la residencia de Malmköping, sometido a la tiranía de la enfermera Alice y la abstinencia forzosa, y toma una decisión irrevocable que acabara denotando toda una serie de acontecimientos tan insólitos como su propia vida.
«El abuelo que saltó por la ventana y se largó» es una sátira retrospectiva del siglo XX en la que acompañamos a Allan Karlsson durante un nuevo capítulo de su ajetreada existencia, yuxtaponiéndose el pasado y el presente de este peculiar anciano para demostrar al lector que, en realidad, nada –o muy poco- ha cambiado durante este tiempo.
Jonas Jonasson realiza una crítica implícita dentro de su primera novela, analizando los principales acontecimientos y personajes históricos que definieron el pasado siglo a través de las vivencias de Karlsson quien, sin ser consciente de la gran relevancia de sus acciones con algunas de estas grandes personalidades, acabó por convertirse en el mayor antihéroe contemporáneo. Y es que el escritor sueco, siempre con un tono coloquial y surrealista, obsequia al lector con las peripecias de este atípico anciano que –en palabras de su propio autor- es «un idiota político, una máquina de matar, un hombre sin moral, no es un hombre común». O en otras palabras, la imposibilidad de asociar a Karlsson con un determinado movimiento social, partido político, religión, afición cultural o cualquier otra etiqueta que habitualmente empleamos para la designación de las personas, nos imposibilita establecer una distinción entre bueno o malo.
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El autor |
Al contrario,
Jonasson no pretende realizar un juicio de valor que pudiera posicionarnos a favor o en contra no solo de su protagonista, sino también del resto de personajes que intervienen en esta desternillante historia, tal y como demuestra el estilo del autor basado en descripciones breves y directas de las acciones, sin apenas adjetivos o deteniéndose en detalles superfluos. Este estilo narrativo impide al lector crearse una opinión concreta, limitando la lectura al simple placer que nos proporciona.
Es cierto que «El abuelo que saltó por la ventana y se largó» realiza una crítica a diferentes aspectos de la sociedad sueca como la discriminación racial, la corrupción política y judicial dentro de las instituciones gubernamentales, la falta de ética y objetividad de los medios de comunicación, o la soledad de las personas mayores. Sin embargo, se encuentra muy desvinculado de otras novelas como la saga «Millenium» (StiegLarsson) o «Los crímenes de Fjällbacka» (Camilla Läckberg), desvinculándose por completo del género negro que tanta fama ha repercutido a los escritores nórdicos durante los últimos años. Jonas Jonasson no pretende que su novela se convierta en un ensayo crítico sociopolítico, sino hacernos reír. Y lo consigue, aunque con resultados bastantes desiguales.
La primera parte del libro que empieza con la huida de Allan Karlsson para desembocar en una disparatada roadmovie, decrece significativamente conforme avanza la narración concluyendo de forma agridulce frente a las peripecias pasadas en las que predomina un sarcasmo inteligente en contraposición a los gags y el humor absurdo de las desventuras presentes.
En el mismo sentido, tampoco le beneficia la sucesión de personajes secundarios que se incorporan a la historia por su excesivo individualismo, incluso en las escenas de grupo, que provocan una interacción forzosa y artificial con los demás. Únicamente Herbert Einsten –no es necesario decir de quien es familia, aunque no reconocido por parte de su famoso hermano- merece ser destacado por su humildad e inocencia versus el histrionismo del resto.
Por consiguiente, «El abuelo que saltó por la ventana y se largó» acaba siendo un entretenimiento de lectura ligera que, durante sus primeros capítulos, genera unas amplias expectativas respecto a las peripecias del centenario Allan Karlsson, claramente insatisfechas conforme las situaciones se vuelven cada vez más disparatadas basándose en un humor absurdo de alocadas persecuciones o golpes de tamaño paquidérmico –literalmente-. Jonas Jonasson pretende abarcar demasiado en su primera novela y el resultado son dos relatos independientes que, aunque representan la vida completa del peculiar anciano, no consiguen interrelacionarse, adquiriendo una mayor interés que la otra durante su lectura. En la realidad, Allan Karlsson no hubiese conseguido llegar muy lejos, pero todos sabemos que la ficción tiende a superarla… no siempre.
Lo Mejor: Allan Karlsson. La crítica inherente en el relato. El humor sarcástico de las peripecias pasadas del anciano. La conclusión cíclica de la historia.
Lo Peor: El decrecimiento del interés por las desventuras presentes. El mayor uso de un humor absurdo de gags conforme avanza la lectura. Los personajes secundarios. El excesivo abarcamiento de JonasJonasson siendo su primera novela.
Por MariCarmen Horcas
Título: El abuelo que saltó por la ventana y se largó; 416 págs.
Autor: JonasJonasson
Editorial: Salamandra, 2014