Hay muchas ocasiones, sobre todo cuando estamos hartos de ver remakes, reboots y películas prácticamente clónicas a partir de clásicos (y no tan clásicos) o la sobreexplotación de recursos narrativos eficaces pero limitados (found foutage), en las que llegamos a creer que está todo inventado en el cine fantástico. Y sin embargo antes o después llega a nosotros alguna propuesta que ofrece una buena dosis de originalidad, ingenio y capacidad de buscarle las vueltas al género, suficiente para hacernos volver a creer y tornar el rostro al cielo entonando un
"aleluya" con mirada redentora.
Habitualmente se trata de productos bajos en presupuesto que compensan su falta de medios con buenas ideas y una sana intención de entretener y sorprender al respetable. Este es el caso de la película que nos ocupa.
El
"mockumentary" o
"falso documental" es un género que utiliza los habituales mecanismos del documental para narrarnos hechos ficticios como si fueran reales y empleando habitualmente un tono bufo, aplicando la ironía y la sana diversión a los temas que trata. Este curioso género nos ha dado grandes alegrías con propuestas que van desde las fundacionales y divertidísimas
"This is Spinal Tap" y
"Zelig" hasta la reciente
"I'm still here".
De esta forma, esta película nos mete de lleno en la grabación de un documental que sigue el día a día de un grupo de vampiros que comparten piso en Nueva Zelanda. Desde el mismo principio, en el que un despertador suena y vemos cómo una mano con más sueño que vergüenza sale de un ataúd para apagarlo sabemos que nos vamos a encontrar con algo diferente a lo habitual.
La parte más divertida es que todo está narrado con total naturalidad, haciéndonos partícipes de las rutinas de la convivencia en el día a día que todos los que hemos compartido vivienda hemos experimentado: los platos sucios que se acumulan, los turnos de limpieza, las salidas de fiesta, los roces entre compañeros por alguna tontería... Todo tan familiar que resulta de lo más hilarante verlo aplicado a un entorno fantástico.
No esperemos un hilo conductor narrativo a lo largo de todo el metraje.
El "documental" está construido a partir de retazos del día a día de nuestros protagonistas, formando lo que podríamos considerar una serie de sketches que nos hacen partícipes de aspectos concretos de esa rutina. También encontraremos docenas de referencias a otras películas del género, desde
Crepúsculo (sobre todo con la divertida interacción con lo hombres lobo y su particular forma de comportarse... y saludarse) a
Entrevista con el vampiro o
Sólo los amantes sobreviven en unas geniales escenas que demuestran que, pese a lo que nos contaba Jim Jarmush, disponer de vida eterna no garantiza el que uno pueda dominar un instrumento musical o el arte de la danza.
Otro gran acierto de la película son los protagonistas, mezclando diferentes tipos de vampiros con con distinta personalidad según su edad y procedencia. Viago, nuestro anfitrión, nos recuerda al Louis de
Entrevista con el vampiro, amable y elegante aunque con algo más de sed de sangre y una preocupación por la limpieza poco práctica para una criatura de la noche. Tenemos también a un tal
Vladislav el pinchador (huelga decir a quién hace referencia) de lo más Coppoliano; a Deacon el
joven rebelde (sólo 183 años) de la casa, con pasado nazi incluido; y a Petyr, el abuelo del grupo, a quien sus milenios de existencia han dado un aspecto de lo más
Nosferatu y convertido en todo un anacoreta.
Por lo demás, encontraremos multitud de situaciones y vueltas de tuerca a las temáticas habituales del género para llevarlas a la parodia en una serie de rocambolescas y estrambóticas situaciones: el amor más allá de la edad (los conceptos de "joven" y "viejo" son muy relativos cuando uno es inmortal), las dificultades para irse de bares cuando uno necesita que lo inviten a entrar a los sitios, las siempre tensas relaciones con los
esclavos (sobre todo las
esclavas, y es que hasta en los entornos vampíricos hay desigualdad de géneros), la adaptación a las nuevas tecnologías, el uso de dones como la hipnosis y la transformación en animales, las noches de
"cena en casa", el amigo que siempre cae bien (aunque tenga el pequeño aunque perdonable defecto de ser un humano),
las fiestas temáticas donde uno se relaciona con otros gremios como las brujas y los zombies (y en vez de un jamón rifan un humano) o el divertido encuentro entre Vladislav y esa Bestia que casi acaba con él en el pasado y cuya identidad resulta ser de lo más sorprendente (muchos de nosotros tenemos una
némesis similar en nuestra mundana vida).
Otro punto fuerte de esta propuesta es que tanto estética como formalmente todo es deliberadamente cutre. El escaso presupuesto se convierte en virtud cuando el tono es tan intencionadamente cochambroso desde la misma planificación hasta los escenarios y los efectos especiales que le da un plus de encanto a la película. Ojo, los efectos son buenos, tanto que la cutrez está maravillosamente diseñada y uno casi espera ver los cables tirando de los protagonistas cuando se ponen a volar, o esos chorretones de sangre que no hacen más que salpicar los muebles para horror del pobre Viago. Esto mismo hará que no sea una cinta disfrutable por todos los públicos, pero quien entre en la propuesta seguro que disfrutará con el humor negro, tontorrón y absurdo que lo impregna todo, a lo que ayuda una excéntrica banda sonora que nos recordará al universo de Kusturica, y las numerosísimas referencias y detalles de los que hace gala la película.
Si quieres ver algo diferente, arriesgado, con un encanto arrebatador y que te tendrá todo el metraje con la sonrisa (y más de una carcajada) puesta, esta es tu película. ¡Ah! Se recomienda quedarse hasta el final de los créditos. De ello puede depender tu cordura.★★★
★★1/2
Por Antonio Santos