Última jornada en el festival, y tras la polémica lectura de un palmarés que no satisfizo a nadie salvo a los miembros del jurado (que pese a lo inicialmente previsto no dieron la cara para explicar los criterios que les habían llevado a encumbrar de forma absoluta un título poco destacable más allá de lo formal, dejando en la cuneta injustamente a otras propuestas con suficientes méritos como para entrar en el reparto de premios) tocó disfrutar de dos de las películas más interesantes de la edición. Dos obras eminentemente festivaleras y sesudas, nada complacientes para el espectador, que con inteligencia y saber hacer sacan mucho partido a sus escasísimos medios ofreciéndonos sendas distopías que utilizan el entorno post-apocalíptico como escenario para desarrollar historias que apelan a nuestras emociones si entramos en la aridez de la propuesta. En mi caso, ambas lo han conseguido con creces.
Para quien escribe, una de las mejores películas vistas en el Nocturna. Como en los mejores relatos del género, la ciencia ficción se utiliza como mero escenario, como excusa para tratar temas de gran calado y, sobre todo, hacernos reflexionar sobre nosotros mismos tanto en el ámbito personal como en el social. En este caso, la premisa parte de una pandemia que se ha extendido a nivel global provocando que la memoria se borre en cuestión de horas, o incluso de minutos. Un "efecto Memento" que se utiliza de forma muy inteligente para reflexionar sobre la memoria y su efecto sobre la naturaleza humana y sentimientos tan arraigados como la paternidad, el amor (en general) y el instinto de protección. ¿Qué ocurre si nos olvidamos de nuestros seres más queridos? ¿Volverán a florecer los sentimientos si los volvemos a encontrar como unos extraños? ¿Es mejor una vida de confinamiento eterno y soledad, aunque exenta de los efectos de la enfermedad de la memoria? ¿O ser consciente de vivir en una prisión autoimpuesta en plenitud de facultades puede ser peor que aceptar la renuncia a una forma de vida? ¿Sin el punto de apoyo del pasado traducido en un futuro incierto (lo que implica no tener que hacer frente a las consecuencias de nuestros actos) es más probable que salga a relucir la bestia primaria que todos llevamos dentro?
Esta poderosa apuesta conceptual se ve arropada por una puesta en escena fría, sobria y un buen guión que sigue a un puñado de personajes desarrollando varias historias de forma coral, embarcándonos en sus vivencias en este mundo hostil, fracturado, en ruinas tanto física como moralmente. Algunas de ellas se acabarán cruzando, otras seguirán su propio curso, pero todas ellas son notables. Además, no se cae en el recurso fácil de la sobre-explicación. Encontramos a cada personaje en una determinada situación y vamos descubriendo más detalles y matices sobre cada subtrama en particular y sobre esta nueva situación mundial en general de forma natural, por el propio contexto de cada una de las historias. En definitiva, una buena trama muy bien narrada (aunque con un ritmo lento, que nadie se piense que esto va a ser Los juegos del hambre), bien interpretada, de las que te hace pensar y darle más de una vuelta a la materia gris cuando acaba la proyección, sacando gran partido de un presupuesto exiguo en una nueva demostración de que el mejor antídoto contra la carencia de medios es desarrollar buenas ideas. ★★★★★1/2
"La guerra el global. Sin embargo, André y Stéphanie preparan su participación en un open de tenis... sin pelotas de tenis. Ellos creen firmemente en ello y logran convencer a Ralph, un guerrillero de la llanura, que dejará su arma por la raqueta."
Una buena parte de lo expuesto en la anterior película podríamos trasladarla a esta. Propuesta árida, difícil, de planteamiento arriesgadísimo que podría bordear con facilidad la fina línea del ridículo, pero que sin embargo se sostiene con mucha dignidad gracias a unos actores implicadísimos que bordan sus papeles (nada fáciles) y una historia que si te engancha ya no te suelta. El presupuesto no es que sea bajo, sino que prácticamente es inexistente. Sin embargo, el aprovechamiento de los recursos es máximo, lo nos habla de un director (y guionista) capaz e imaginativo. Escenarios 100% naturales, historia sostenida sobre tres únicos actores y mucha imaginación tanto en la puesta en escena como en el montaje para que la trama no llegue a hacerse repetitiva. En un mundo que sufre una guerra mundial cruda e inacabable, tres outsiders con su propia mochila emocional y un pasado marcado por la tragedia a cuestas luchan contra viento y marea por evadirse de una realidad cruda, violenta y sin el menor atisbo de esperanza para embarcarse en un sueño utópico: jugar un Open de tenis... sin pista, sin cordajes y sin pelotas.
Una vez puestos en situación, asistimos al planteamiento con el mismo escepticismo que uno de los protagonistas. Un acierto absoluto ofrecernos un personaje con el que empatizar, que poco a poco va evolucionando y asumiendo su rol, entrando al igual que el espectador en la realidad paralela que se le ofrece como alternativa a esa guerra de crueldad imponderable. Un viaje por momentos tan surreal como dramático al fondo del alma de tres seres rotos (bien por la sangre que baña sus manos, por los seres queridos perdidos o por la final que el destino nunca les deja jugar), agarrados a su pasión por el tenis para sobrevivir y mantener su cordura en un mundo que se va a la mierda haciendo lo que mejor saben, lo único que les da esperanza, tratando de perseguir sus sueños hasta las últimas consecuencias. Esta historia tan llena de matices se ve complementada por una dirección, una fotografía y un montaje de altura, muy bien acompañado por una banda sonora sencilla pero muy efectiva y enérgica, dando alas a este tenis tan particular.
En definitiva, una película árida, tan fría y desolada como sus paisajes, que exige mucho al espectador y que pondrá en fuga a quien no entre en la difícil propuesta, pero también una película valiente y arriesgada, una rara avis difícil de degustar fuera de estos ambientes festivaleros. No en vano viene avalada pos los galardones obtenidos en el Fantasporto. Como pega se le podría achacar una duración tal vez excesiva, aunque si entras en el juego (nunca mejor dicho) que propone serás capaz de vibrar y disfrutar con uno de esos esperpénticos (a la par que adictivos) partidos imaginarios en el camino a la gran final perseguida con tanta pasión. ★★★★★
Y hasta aquí ha llegado este año el Nocturna. Una edición que no ha tenido la calidad global de otros años, marcada sobre todo por los problemas presupuestarios, pero que supone todo un bálsamo para los que amamos el cine de género. El Nocturna es un festival necesario para la capital, así que desde aquí no podemos sino agradecer a la organización el buen trato que siempre nos dispensa y a los responsables su valentía, determinación, trabajo y pasión infinita para hacer frente a los numerosos problemas que se cruzan en el camino y permitirnos disfrutar un año más de esta cita imprescindible.
Por Antonio Santos