Como corresponde a la naturaleza de esta serie, llegamos al final de temporada con un episodio marcado por la intensidad dramática y las emociones a flor de piel. Setenta minutos de búsqueda de la felicidad en un mundo (y unos malditos -y adorados- guionistas) empeñado en poner todas las trabas posibles a tamaña epopeya existencial.
Esta vez, como corresponde a una temporada tan coral y donde el protagonismo ha estado tan repartido, todos y cada uno de los protagonistas tendrán su gran momento y, por supuesto, nos harán sufrir lo indecible. Aunque finalmente la figura principal del drama será Kevin Garvey en su espinoso camino hacia la redención y el renacimiento. De esta forma, una imagen tan impactante como de belleza extrema marcará el proceso al que se ve obligado una y otra vez: una muerte (su inconsciente intento de suicidio en el lago de Miracle en el
primer episodio) que se funde con su regreso del onírico mundo de los muertos al final del
episodio 8.
Comenzamos con un encadenado de reveladoras situaciones que se utiliza también para pasar el testigo de un protagonista a otro. Kevin regresa de entre los muertos habiendo dejado atrás la presencia invisible de Patti pero también recuperando los recuerdos de las experiencia vividas mientras experimentaba sus fases de sonambulismo. Unos recuerdos que le revelan un hecho sorprendente y conectan con lo que vimos en el capítulo anterior: Evie y sus dos amigas salen del coche, cogen algo del maletero y se dirigen al bosque. Su desaparición ha sido voluntaria y han preparado el escenario para simular su ascensión. Descubrimos también que la vida familiar aparentemente idílica y feliz de la joven Murphy no era sino una pantomima. Nada más subirse en el coche, las tres chicas desenmascaran su verdadera actitud: el silencio, la completa abstracción, el rictus denotando su profundo vacío interior; el plan de Meg se ha cocido a fuego lento durante mucho tiempo y ahora comienza a dar sus frutos. Mientras tanto, John Murphy descubre por fin que la huella del coche pertenece a Kevin y va a buscarlo a su casa, encontrando en su lugar a Laurie, cuya recuperada relación con Jill no puede ser más tirante. El encadenado termina con Kevin apareciendo tras su odisea por el más allá y topándose de bruces con la ira de Murphy.
En paralelo,
Nora hace un descubrimiento asombroso. No es una mañana más, sino que sorprendentemente su cuñada recupera la consciencia. El largo sueño ha quedado atrás y por fin vuelve en sí. El encuentro con Matt será emocionante y también el anticipo de los actos que Meg tiene preparados para la desprevenida Jarden. La chica irradia felicidad cuando le da a Tom una última lección:
"la familia lo es todo".
Acto seguido pone en marcha su plan, saltándose la barrera y situando en mitad del puente que une Jarden con la "ciudad sin ley" de las afueras la caravana donde ha tenido guardadas a las tres chicas... junto con un regalo especial: una bomba que explotará al cabo de una hora. Dos escenas paralelas afectan mientras tanto a los padres de Evie. John trata de comprender la verdad que le está revelando Kevin. ¿Por qué su pequeña abandonaría voluntariamente a una familia a la que ama?
Kevin, a su modo, tendrá la respuesta que no quiere oír por más certera que sea: "tal vez porque no os ama". Una sinceridad que le costará un disparo a bocajarro.
Entretanto, su hijo Michael nos da respuestas en la iglesia sobre la actitud de su hermana. La chica sufrió mucho en su infancia por la ausencia de su padre mientras estuvo en la cárcel, demasiado pequeña para comprender este abandono. El germen perfecto que la llevó a sentir la terrible afinidad en su encuentro fortuito con Meg que la lanzó hacia los Guilty Remnant.
La mejor forma de no sentirse de nuevo abandonada es descartando toda esperanza y cortando todos los lazos. A partir de este punto se desencadena un torrente emocional desbordante. La treta de Meg perseguía el objetivo de que los GR infiltrados en las afueras de Jarden aprovechen la confusión para tomar el puente y entrar en masa en la ciudad;
la impotencia de una madre (Erika) y de un padre (John) viendo que su hija se ha convertido en alguien completamente diferente, un ser sin sentimientos; la desesperación de Nora al ver cómo le arrebatan a su hija de las manos y tiene que protegerla con su propio cuerpo de la riada humana; la recuperación de Tom, que de nuevo parece encontrarse a sí mismo salvando a Nora y a la niña que abandonó tanto tiempo atrás y no deja de ser el instrumento patente de su redención.
Por si fuera poco, nos espera un nuevo viaje de Kevin al hotel entre la vida y la muerte, obligado otra vez a encontrar el camino a casa y hacia su propia redención mediante un karaoke de lo más especial que le muestra una verdad tan simple como absoluta: el hogar está allá donde se encuentren sus seres queridos. Una vez lo dejó escapar por su propia desidia; sólo en su mano está recuperarlo. El final de un camino lleno de meandros y baches que, tras devolverlo de nuevo a la vida, le permite compartir el último tramo hacia la redención acompañado de John Murphy, quien por primera vez es consciente también de su propia debilidad y su ceguera.
Un trayecto final que le llevará, atravesando el centro de Jarden convertido en un auténtico infierno y la nueva comuna de GR instalada en la ciudad bajo el bastón de mando de Meg, hacia su hogar. Un final que no deja de ser un soplo de esperanza tras un auténtico viacrucis existencial y una montaña rusa de emociones como pocas veces se ha visto en televisión. Desde ya, una de las series del año y la confirmación de que, como en todo gran viaje, las experiencias vividas durante el camino son más importantes que el final del mismo o las razones que nos llevaron a emprenderlo. Esperemos que la tercera y última temporada conserve el grandioso nivel y el atrevimiento de esta que termina.