Como en muchas historias de este calibre, unas simples palabras pueden hacer que nos echemos a temblar: "Basado en hechos reales". Pese a que los hermanos Coen se encuentren en el equipo de guionistas no se trata de una muestra de ácido sentido del humor equivalente a la de su
Fargo. Se trata de un hecho real de verdad de la buena. Sin embargo, hay dos factores fundamentales para conservar la esperanza de no toparnos de bruces con un telefilme de sobremesa.
El primero, como ya hemos comentado, la participación de los Coen en el guión siempre es un indicador de calidad. El segundo, contar con un director de la talla de Steven Spielberg para llevar a la pantalla esta historia enmarcada en los albores de la guerra fría. Pese a que, anticipamos, no encontraremos al Spielberg que se vuelca completamente en la historia dejando su impronta genial en cada plano (estamos muy lejos de
La lista de Schindler o
Munich)
sí que ofrece un punto de vista que conecta la historia con algunas de las grandes obsesiones del director: el hombre de la calle enfrentado a una situación que claramente le sobrepasa y la apuesta por la bondad del individuo, capaz de aflorar cuando las cosas pintan peor.
De esta forma, toda la trama está sustentada en el personaje interpretado por Tom Hanks, un abogado excelente en su campo (las disputas de seguros) que se ve metido a su pesar en un circo mediático del que le resulta imposible salir. Sobre todo porque atenta contra todos sus principios.
Un hombre enfrentado a un sistema que ofrece una cara impoluta mientra que tras la máscara de pulcritud encierra unas entrañas podridas. Todo un héroe heredero de la ingenuidad e integridad Capriana que trabajará para salvar de la picota a un espía ruso que no deja de ser otro hombre íntegro cuyo único pecado es defender unos ideales y unas creencias. Esto es, intentar hacer bien su trabajo (aunque esta rutina diaria sea la de espiar al país rival). Se trata tanto del retrato de una época marcada por el desasosiego y la constante crispación de tener una espada de Damocles con la forma de ojiva nuclear sobre la cabeza como de poner sobre la mesa un hecho indisoluble de todo espacio temporal y geográfico: nosotros, como hombres libres, somos los únicos capaces de decidir sobre nuestros actos y nuestra moralidad; mientras tanto, los entes sociales que están por encima de nosotros (estado, patria, nación), o mejor dicho sus representantes, muchas veces en la creencia de estar en la posesión de la Verdad absoluta, son tan ciegos a las necesidades de su pueblo que confunden paranoia e integrismo con bienestar social. La perenne división entre el blanco y el negro sin matiz de ningún tipo.
De esta forma, el protagonista se verá de repente mezclado en un huracán de odio e incomprensión por el mero hecho de intentar hacer bien el trabajo que le han encomendado y, sobre todo, el respeto a la vida humana más allá de las fronteras y las ideologías. Un encargo en teoría sencillo (un paripé más bien) que lo acabará llevando a negociar con todos los mecanismos de poder que se confrontan en el nuevo Berlín dividido.
Sin embargo, pese a una premisa tan dramática no estamos ante una cinta ni oscura y obsesiva ni, en el otro extremo, sentimentaloide y maniquea. Quien tema encontrarse ante una trama patriotera que se quede tranquilo. Aquí no hay buenos y malos. El punto de vista, de forma realista, es que en todos lados cuecen habas y en un clima de tensión y enfrentamiento la sinrazón abunda en todos los frentes. La única forma de hacerse valer frente a un clima tan arbitrario y tendente al adoctrinamiento y aborregamiento es creer en uno mismo y defender su individualidad y sus valores. Cosa nada fácil cuando los poderes fácticos de toda índole están en tu contra.
Por suerte, el protagonista cuenta con sus "superpoderes de abogado" para desarrollar argucias y triquiñuelas mil que le permiten hacerse valer en un terreno tan pantanoso. Bueno, con eso y con unos impagables diálogos "made in Coen" siempre frescos, dinámicos y divertidos. En el lado negativo, Thomas Newman toma el relevo del habitual John Williams con una partitura poco lucida que se empeña en remarcar un sentimentalismo que la película no exige. Sobresalen algunos temas más tensos y de aire soviético que, sin embargo, están en minoría frente a los recursos temáticos más maniqueos e insustanciales. No es el camino de hacer olvidar al Maestro, Mr. Newman.
Pese a la extensa duración (casi dos horas y media) la película no se hace larga y su desarrollo, aunque previsible (al fin y al cabo es un hecho real), mantiene al espectador atento con un innegable sentido lúdico y una tensión ligera pero efectiva y que se mantiene hasta el final. Como hemos comentado,
no es uno de esos trabajos donde Spielberg se exprime al máximo pero sí que lleva toda la película con una fluidez envidiable y podemos encontrar diversos momentos en los que el director se suelta de verdad (como el excelente prólogo, la parte del avión espía o toda la escena del puente, exquisitamente rodada) y que no hacen sino constatar que, incluso en un trabajo más alimenticio, este hombre es un grande. Si a eso añadimos unas grandes interpretaciones de Tom Hanks (capaz de llevar todo el peso de la trama sobre las espaldas como quien se da un paseo) y su contrapartida Mark Rylance y un apartado técnico sobresaliente (destacando la detallista ambientación y el siempre genial trabajo de fotografía de Janusz Kaminski),
el resultado es un producto más que disfrutable, sin más pretensiones que entretener, que gustará sobre todo a los amantes de la Historia y de los caballeros sin espada. Aunque sea para constatar que no hay mayor recompensa que dejarse caer en la cama al final del día con la conciencia tranquila y la satisfacción del trabajo bien hecho.
★★★
★★ 1/2