BEASTS OF PREY
Vuelve la serie centrada en la ciudad del crimen y lo hace dejando clara su hoja de ruta. Tras este parón primaveral llegaba el momento de comprobar si se preparaba un final de temporada por todo lo alto y/o si la tendencia cada vez mayor a lo anecdótico e inane se dejaba atrás en pos de un poco de dignidad acorde al material que se maneja. Y efectivamente la declaración de intenciones no puede ser más evidente desde el mismo momento en el que el arranque está protagonizado por la infumable subtrama de Fish Mooney. Si no quieres arroz, toma dos tazas. O mejor un saco entero cuando comprobamos que además se come la mitad del episodio. Vamos, arroz para alimentar a medio oriente. Todo sigue igual a esta orilla del río Gotham, por desgracia. Resumiendo muy mucho, que no es cuestión de perder el tiempo (sobre todo el del lector) con estas mamarrachadas: Fish tiende una trampa a los "abusones" de entre los prisioneros para que entretengan a los guardias mientras ella se fuga con los más desfavorecidos en un helicóptero. Todo desarrollado de una forma pueril y con el piloto automático del manual del mal guionista activado. Sonrojante a más no poder. En plena huida, recibirá un disparo. ¿Tendremos la suerte de que acaben con ella de una vez? ¿O volverá a Gotham para participar en la guerra de bandas que esperemos que se avecine... y acabarán con ella de una vez de la forma más cruel posible?
Por otra parte, sigue avanzando a paso de tortuga la subtrama de la búsqueda de los asesinos de los Wayne. En este caso, Brucie se busca la ayuda de Selina para localizar al cuasi-asesino de Alfred. Los dos chavales localizarán a Reggie en uno de esos edificios abandonados donde los yonkis desahuciados van a ponerse finos y le arrancarán la verdad dándole donde más le duele: amenazando con tirarle la bolsa con los cigarrillos de la risa, las drujas varias y los polvos de talco por la ventana. Entre el mono horribilis y el estreñimiento atroz, el traidor acabará cantando por soleares antes de que Selina lo anime a hacer un poco de vuelo son motor a lo correcaminos y coyote. El horror. Total, un pasito más al constatar que la orden de robar la investigación del prepuber Wayne vino de su propia empresa. ¿Llevará a algo este Club de los cinco meets Gotham?
Comparado con lo anterior, otras dos subtramas levantan un poco el nivel; cosa nada difícil, por otra parte, pero el nivel está tan bajo que basta con un argumento un poco serio (o conscientemente tróspido) y pensado para que disfrutemos del capítulo. La parte más curiosamente loca la protagonizará el Pingüino, que se empeñará en adquirir un viejo antro de comida italiana a su cabezota propietaria ante el estupor de su sicario. El precio para negociar será muy peculiar a la par que "padrinesco". La díscola hija está por ahí de picos pardos con un artistilla músico de poca monta que no es del agrado de la buena señora. Así que el Pingüino se encargará de recordarle a base de tijera de podar que en el amor y la guerra todo vale... y perder dedos no es la mejor forma de apostar por el amor. ¿Pero para qué demonios quiere Cobblepott este local cutre y salchichero? Nada menos que para convertirlo en el escenario de la muerte de su odiado Maroni. Por Crom, ojalá tengamos un poco de acción a base de guerra de bandas pronto, que esta parte criminal ha pasado de ser lo más atractivo de la serie a otra nueva fuente de argumentos que no llevan a ningún lado...
Por otra parte, Gordon sigue medrando en el GCPD tras poner al corrupto comisario Loeb entre la espada y la pared. Tanto que uno de los jóvenes policías, tomándolo como símbolo de pureza y cambio del departamento, le pasa un expediente para que lo investigue como signo de transparencia y respeto. Una chica desaparecida meses atrás que resultó asesinada, aunque sin señales de violencia ni tortura que evidencien un secuestro.
Una investigación que se narrará en paralelo a unos flashbacks (formal y narrativamente impecables) donde se nos presenta al asesino. Un tipo tan atractivo como elegante (interpretado por Milo Ventimiglia) cuya obsesión por encontrar el amor verdadero y perfecto le llevará a encerrar a las jóvenes féminas a las que seduce hasta comprobar si se trata de la elegida. Lo malo es que en cuanto hay alguna decepción la chica acaba con la garganta cortada de un tajo. Mal negocio. Gordon acabará descubriendo que su caso se corresponde con el modus operandi de este asesino, conocido como el Ogro y que
tiene un método infalible para no ser capturado: tomar como objetivo a un ser querido de quien se atreva a investigarle. Todo se trataba de una estratagema de Loeb, que había forzado al joven (presuntamente) admirador a llevarle el caso a Gordon para pintarle una diana en la frente, no sólo a él sino también a alguna de sus amadas.
Un giro inesperado que pone a Gordon en una situación peliaguda. ¿La emprenderá el Ogro contra él? ¿Quién será la damisela en peligro, la pizpireta Leslie o la sosa de Bárbara? Apostaría por esta última mientras limpio de lágrimas mis ojos incrédulos por algo que creían más difícil de suceder que la colonización de Marte. ¡Un giro de guión, voto a Bríos! Esperemos alguna sorpresa más a lo largo de la trama, aunque siguiendo la tónica habitual no volvería a tocar hasta dentro de una decena larga de episodios.
Por Antonio Santos
Cinéfago por puro placer y juntaletras ocasional. Defensor de las causas perdidas seriéfilas. Hincado de hinojos ante Hitchcock y Tarantino, entre otros muchos. Amante de la ciencia ficción, la aventura, Rick Remender, Jonathan Hickman, el helado de chocolate, Jessica Chastain y Eva Green (no necesariamente por ese orden).