El reto de la Inteligencia Artificial. Un tema tratado en multitud de ocasiones en cine y literatura y que no deja de estar lleno de posibilidades. La capacidad de una máquina de pensar por sí misma. Pero no sólo eso, sino también de desarrollar un libre albedrío, una conciencia propia que la haga ser responsable de sus actos, tomar sus propias decisiones y crecer (emocional y moralmente) en consecuencia.
Un tema que aquí se aborda desde un punto de vista de lo más atractivo: cuando una mente artificial nace, no deja de ser como un niño, un lienzo en blanco que deberá aprender a través de su educación y su periplo vital a lo largo de un proceso de conocimiento y maduración. Aunque cuando uno tiene la capacidad de
"pensar" a velocidades supersónicas, los tiempos de maduración se acortan y, por otro lado, los golpes a raíz de decisiones erróneas son mucho más duros. Esto, ni más ni menos, es lo que nos ofrece esta película. Contemplar el nacimiento de la primera IA 100% consciente y capaz de desarrollar sentimientos y labrar su propio futuro, pero que no deja de ser un niño en el proceso.
Este planteamiento es la principal virtud, y también el principal defecto, ya que el guión parece también escrito por ese mismo niño en proceso de maduración.
De esta forma, nos encontramos ante un cuento de hadas amable con la particularidad de estar desarrollado en un ambiente futurista y violento. Aunque también podemos verlo como un remake putativo de Robocop pasado por el filtro del LSD (y, todo hay que decirlo, como tal es mucho más disfrutable que el remake
"oficial") o como una versión
Siglo XXI y fumada de
Cortocircuito. En este punto, cabe destacar que quien espere a un Blomkamp cercano a
Distrito 9 o incluso a
Elysium se verá bastante decepcionado.
La forma lleva marcado a fuego el sello del director,
con la ambientación en una Johannesburgo superpoblada, sucia, en la que las bandas criminales han superado con creces la eficacia de las fuerzas del orden, y una forma realista de plasmar los elementos de ciencia ficción de la historia. Vamos, un futuro que podría suceder mañana mismo.
Sin embargo, el fondo argumental está muy alejado de las cintas anteriores del director. Sin duda se trata de una historia muy personal, centrada en esa IA neonata que ha de lidiar con el duro y cruel mundo real desde la perspectiva siempre inocente y bienintencionada de un niño.
De esta forma, los temas sociales no dejan de ser tangenciales, estando el grueso de la función en la apertura a la vida de esta nueva forma de vida inteligente que pronto descubrirá conceptos como la muerte, la mentira, el amor, la traición o el destino.
De esta forma, pese a tener sus buenos momentos de acción y estar dotada de ritmo, en el fondo se trata de una comedia que combina momentos emotivos y genuinamente divertidos con otros que no dejan de ser auténticas chorradas.
Porque si de algo adolece esta película es de un guión simplón en el que las transiciones están muchas veces cogidas con pinzas para que la trama progrese. Así pues, quien le busque las costuras será capaz de desmontar el juguete con suma facilidad, porque la trama es tan burda y previsible que no se sostiene sin la permisividad del espectador.
Lo que no es óbice para que la cinta sea plenamente disfrutable si somos capaces de perdonar sus lagunas argumentales y tomárnosla como lo que es: un divertimento puro y duro. Porque si algo hay que reconocerle a Blomkamp es que es tan diestro con la cámara como laxo con la pluma. La labor de dirección es magnífica, como demuestra con un uso de los medios de comunicación en la narración deudor del mejor Frank Miller. Hay multitud de escenas que están rodadas con tal maestría que nos dejarán con la boca abierta, desde la pura acción (el comienzo con la carga de robots policías es brutal) hasta los momentos más melancólicos (el descubrimiento de la muerte por parte de Chappie, acompañado de lo injustamente efímero de su propia vida), tiernos (
Mami leyéndole su cuento a Chappie) o divertidos. Y es que, en el fondo, lo que a todo niño (por muy robótico que sea) le gusta es ser molón y malote. Aunque los juegos a veces tienen un poso amargo detrás cuando topan con el mundo gris que los rodea.
Sin embargo,
la película tiene otro handicap importante que puede hacer que un sector de los espectadores se revuelvan en su asiento, y no es otro que el protagonismo del dúo rapero Die Antwoord. Los verdaderos Ninja y Yo-Landi que
interpretan a unos sosías de ellos mismos haciendo del histrionismo su bandera, y a los que podemos acabar aceptando u odiar profundamente hasta el punto de querer arrancarles la cabeza con una hacha roma (a lo que también
ayuda que sus apariciones estén acompañadas por un tema musical mezcla de Jay Z y
los pitufos maquineros que pone a prueba nuestros nervios, al igual que la sobredosis de
Papi, Mami y Puta-hijo a lo largo del metraje). Yo me encuentro en el primer grupo, aunque
sin duda es una elección que hace que la cinta ande como un funambulista por el filo del abismo (del ridículo) constantemente. Del resto del reparto, destacar a unos solventes (aunque unidimensionales) Dev Patel y Hugh Jackman. Poco que decir de Sigourney Weaver, con un papel puramente anecdótico.
Otro de los puntos fuertes de la película es la banda sonora obra de un Hans Zimmer pletórico que cumple con creces la función principal de una obra de este tipo: adaptarse como un guante a las imágenes y enriquecer el conjunto aportándole unas dosis de energía, ritmo y adrenalina que la elevan a otro nivel. El compositor parte de un tema principal potente y eléctrico sobre el que desarrolla una serie de variaciones que inyectan fuerza y épica a las escenas de acción (
The only way out of this, Breaking the code) y refuerzan la melancolía e inocencia del protagonista con acordes tiernos y casi bucólicos que facilitan al espectador identificarse con Chappie (
A machine that think and feel, Mayhem Downtown). El sello Zimmer está muy presente, con cortes de raíz muy
"Inception" como
Use your mind y el acostumbrado empleo de percusiones, aunque el conjunto nos sorprenderá por un agradable toque electrónico casi ochentero con variaciones que podríamos pensar firmadas por un Vangelis o un Jean Michel Jarre, trasladándonos así el espíritu de
un producto concebido, en resumen, sin más pretensiones que entretener y recuperar un espíritu cien por cien lúdico propio de otra época. Lástima que la potencia tras la cámara del director no tenga su recompensa en un libreto flojo y lleno de agujeros y altibajos. ¡Ay, Neill, qué buen vasallo si tuvieras buen señor guionista!.★★★
★★
Por Antonio Santos