Soberbio. No se puede calificar a este capítulo de otra forma. Bueno, sí, con una recua de sinónimos de similar calado: extraordinario, impresionante, asombroso, brillante. Tanto que, tras sólo dos episodios, mal se tiene que dar para que esta no sea a todas luces una de las series del año. Así está el nivel con dos capítulos a cuestas (y un mono de hincarle el diente al siguiente de proporciones bíblicas).
La escena de apertura nos sitúa justo al final del capítulo anterior, pero desde la perspectiva de Tuco Salamanca. Un hijo de perra de primera división pero con un amor reverencial por su pobre
"abuelita". Ver que la pobre mujer viene con un susto tal que no le llega el corazón al cuerpo ya es indicativo de que alguien va a acabar ciertamente perjudicado. Se funden el respeto por la abuela con las ansias de venganza hacia los que han mancillado su nombre.
De esta forma, la casa de Tuco se convierte en un escenario en el que cualquier cosa puede pasar, aunque la incontinencia verbal de nuestro James McGill sea capaz en ocasiones de amansar a las fieras. Una maravillosa escena en la que la innegable tensión de la situación (propiciada sobre todo por esa olla a presión siempre a punto de explotar que es Tuco) se ve matizada por unos contrapuntos humorísticos que le vienen como anillo al dedo. Sobre todo cuando cambiamos de escenario y la pelea dialéctica por salvar la vida o, en el mejor de los casos, todas las extremidades del cuerpo pase a desarrollarse en uno de esos parajes desérticos de Nuevo México que también jalonaron el desarrollo de Breaking Bad.
Una escena tan divertida como sorprendente y emocionante en la que el desierto se convierte poco menos que en una sala de tribunal en la que James deberá obtener la mejor condena posible para sí mismo y para los skaters marrulleros frente a un Tuco desatado y, hasta cierto punto, paródico con respecto a su figura en la serie madre. Para aplaudir. No sólo eso, sino que también nos sirve para matizar la personalidad de James, siempre moralmente ambiguo pero preocupado de verdad por salvar a los hermanos aún poniendo en riesgo su propia vida. Su remordimiento queda plasmado en tinta en forma de factura de hospital.
Tras vivir una experiencia tan traumática nada mejor que una noche de borrachera y
"caza mayor".
Aunque por desgracia el proceso de engatusamiento del ligue de barra de bar se vea trastocado por el crujir de los aperitivos que se asemeja demasiado al crujir de huesos rotos, lo que hace que uno esté más pendiente del alcohol que de la partenaire y acabe con una melopea como un demonio. Como una cosa lleva a la otra, el alcohol causará también que James acabe en casa de su hermano sin que se le pase por la cabeza acatar las reglas de dejar fuera los aparatos electrónicos, lo que nos dará una idea de la paranoia que tiene Chuck en una escena deudora de las ideas de bombero del personaje de Mel Gibson en "Señales". Una
"manta espacial" cura todos los males. Menos los de la economía.
De esta forma, James se toma su experiencia como un punto de inflexión vital. Hay que ganar pasta y seguir adelante por muy chunga que esté la cosa, así que en estos casos mejor tragarse el orgullo y poner la tienda de campaña en el juzgado. Una escena sin apenas diálogos, a ritmo de música, con un montaje y una puesta en escena impresionantes que nos pondrá frente al día a día de James en los tribunales:
Bidones de cafeína, clientes desesperados, discursos motivadores ante el espejo, batallas dialécticas con los fiscales intentando llegar a un acuerdo, actuaciones tan memorables como imposibles frente al estrado y, sobre todo, tropezar una y otra vez con la misma piedra llamada Mike que nunca perdona el hecho de llevar una pegatina de menos. Pura diversión. Y pura jornada maratoniana que tiene su clónico final al volver a la oficina y encontrarse el contestador vacío. Aunque algo sacará a James de la rutina: la visita de uno de los sicarios de Tuco, interesado en la colaboración del abogado para timar a lo grande a los corruptos de altos vuelos a quienes intentaba timar el capítulo anterior. Un milloncete de dólares levanta muchas pasiones, no todas dentro de los márgenes de la ley. Aunque James se cierra en banda, sabemos que la moralidad a veces se tuerce de la forma más inesperada. Veremos cuánto tarda en caer presa del lado oscuro del poder y el dinero.