MARCO
Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Aunque a veces se trate de la misma puerta, sólo que no nos damos cuenta. La puerta de un bar oscuro y macilento donde el tiempo parece no pasar y cuyos parroquianos descargan la frustración de unas vidas miserables y/o ordinariamente insípidas. Una puerta que marca la diferencia entre el patio de juegos de dos sinvergüenzas como ese Quijote del engaño llamado Jimmy "el escurridizo" y su fiel escudero Marco, y la madurez de una vida donde todo esfuerzo por hacer lo correcto y evolucionar a base de sangre, sudor y lágrimas parece toparse con el muro de los prejuicios; un bar que se constituye en un último reducto de rebeldía, donde las noches se queman con la misma facilidad que los dólares de los sinvergüenzas que pasan de timadores a timados.
Como un círculo vicioso, todo termina desembocando en el mismo lugar donde comenzó. La verdad ha salido a la luz, y, como un Pablo derribado del caballo por una andanada iluminatoria, Jimmy arrastra el peso del rencor y la traición que se se clavaron en su corazón repleto de amor fraternal haciéndolo añicos. Ni el súbito respeto y comprensión de su enemigo Howard ni una surrealista sesión de bingo donde hasta el azar en forma de bolas convierte la lucuacidad en ponzoña y bilis serán capaces de calmar los exaltados ánimos de nuestro protagonista. Para recuperar la fe en una mismo nada mejor que un retorno a los orígenes. Una semana para desplegar todo el repertorio de trucos de prestidigitador trilero en el escenario del bar oscuro y protector convertido en un bosque de Sherwood que vuelve a contemplar el esplendor de esos Robin & Little John que roban al caradura, al rastrero, al egoísta y al inocentón para invitar a unas rondas a la parroquia. Lo importante no es el escueto botín obtenido, sino la emoción del juego; la adrenalina que bulle en el organismo cuando dos artistas despliegan su repertorio con sincronía de gimnasta chino mientras más de un desdichado sale sin plumas y cacareando... o creyendo haber visto a Kevin Costner en el fondo de una botella.
Sin embargo, los personajes crecen y maduran a partir de sus experiencias y decisiones. Como en la vida misma, nuestros actos nos hacen cambiar y adoptar responsabilidades, como esos ancianos que buscan a la persona en quien confían para dejar bien atados sus últimos cabos (y voluntades).
Una semana recuperando al viejo Jimmy "el escurridizo" está bien, pero estos últimos días han sido suficientes para jubilar al personaje. Es el momento de volver a ser James McGill. Sin embargo, Marco le pedirá un último favor. Como el viejo Conan Doyle, acabar con el personaje mediante un último saludo en el escenario. El truco del Rolex falso y el borracho inconsciente servirá como despedida por todo lo alto, aunque con diferentes resultados a los previstos cuando
el simulacro de borrachera se convierte en un ataque al corazón que se lleva la vida de Marco con un suspiro de satisfacción final.
Tras cerrar un ciclo vital, Jimmy vuelve a Albuquerque dispuesto a retomar su vida como abogado, bien pertrechado con el dinero obtenido al traspasar su gran caso a HHM. Incluso tiene la posibilidad de participar en la causa cuando la propia HHM le busca un posible trabajo en otro despacho de abogados en el que ha delegado parte de las tareas. Todo está preparado para proseguir su camino hacia la cima del mundo de la abogacía, salvo dos
pequeños detalles: una visita frustrada a Chuck en la que el rencor y la decepción pesan más que la escasa distancia entre la acera y la puerta y, sobre todo,
el anillo de Marco como recuerdo de otra vida más plena; el recuerdo de "la mejor semana de mi vida". El destino marca en ocasiones en qué lado de la ley te encuentras, mientras que uno decide si quiere ser buena o mala persona. Ser bueno y llevar una vida honrada haciendo lo correcto aunque suponga volver cada día a un despacho de mala muerte es una opción, pero es mucho mejor tener la capacidad de agarrar un millón y medio de pavos limpios de polvo y paja cuando uno lo tiene a tiro.
La decisión está tomada; cuando la vida te da la espalda, tócale el culo a ritmo de Deep Purple. James McGill ha muerto, ¡larga vida a Saul Goodman!
Por Antonio Santos
Cinéfago por puro placer y juntaletras ocasional. Defensor de las causas perdidas seriéfilas. Hincado de hinojos ante Hitchcock y Tarantino, entre otros muchos. Amante de la ciencia ficción, la aventura, Rick Remender, Jonathan Hickman, el helado de chocolate, Jessica Chastain y Eva Green (no necesariamente por ese orden).