Prácticamente desde que el hombre comenzó a caminar sobre dos piernas, su tierno cerebro empezó a elucubrar que no estaría mal lo de convertirse en un Dios. No está mal vivir bajo la voluntad de un ente todopoderoso y arbitrario, pero poder convertirse en uno de ellos debe ser brutal. De esta forma, se fraguó el
Mito de Prometeo para alertarnos de los peligros de creerse un ser superior y, sobre todo, de jugar con un concepto tan divino como la capacidad de crear vida. Este runrún se ha mantenido inalterable con el paso de los siglos, y sobre él se han construido nuevos mitos modernos, como el Frankenstein de Shelley, que volvía a incidir sobre la misma cuestión desde un prisma marcadamente romántico; o la nueva vuelta de tuerca nacida a raíz de la Revolución Industrial.
Dada la capacidad del hombre para crear máquinas que podían realizar el trabajo de un hombre, ¿no sería posible también que dichas máquinas pudieran estar dotadas de inteligencia propia? Esta cuestión ha estado vigente durante más de un siglo hasta el día de hoy, siendo la base de muchas e interesantes propuestas en el género de la Ciencia Ficción. Y es el fango primigenio que ha escogido el escritor Alex Garland para moldear su salto tras la cámara.
El campo del thriller y la ciencia ficción no es en absoluto ajeno al guionista y director de esta cinta. No en vano está más que curtido en el campo de la novela (
La playa,
Perro negro en Manila) o el guión cinematográfico (
28 días después,
Sunshine,
Dredd). En este caso, es el género que ha elegido para su salto a la dirección cinematográfica.
Una historia con sólida base de Ciencia Ficción y tono intimista y minimalista a la que aplica los mecanismos del thriller más psicológico para crear un ambiente opresivo y claustrofóbico desarrollando un creciente clima de tensión y paranoia. Por lo tanto, no estamos ante un espectáculo lleno de efectos especiales y acción, sino ante un relato en el que la verdadera acción se encuentra en el desarrollo de un trío de personajes poliédricos y llenos de matices y la lucha por descubrir la verdad oculta tras un avance fundamental en el campo de la Inteligencia Artificial.
Ojo, no vamos a encontrar nada extremadamente original ni ideas que no hayamos visto plasmadas antes en pantalla de una u otra manera.
Pero sí estamos ante una historia muy bien narrada, una dirección eficaz que le saca mucho partido a un escenario tan reducido y, sobre todo, unos actores que se implican por completo en sus papeles en un tour de force interpretativo a tres bandas que nos mantendrá pegados a la pantalla durante todo el metraje. En este sentido, el trabajo del trío principal de actores es de quitarse el sombrero. Pese a algún problema de guión (sobre todo en la resolución, algo apresurada), se nota que nada está dejado al azar, sino que esta pequeña pieza de cámara está planificada al dedillo y resuelta con una eficacia formidable, así como rodada con una elegancia y una clase que la convierten en un ópera prima más que destacable. Una semana de pruebas de una IA ultra-evolucionada estructurada en base a siete sesiones humano/robot en las que poco a poco se va perdiendo la perspectiva de lo que es real y lo que es artificial; de lo humano y lo divino; del creador y sus creaciones.
El guión (casi) siempre va un paso por delante de nosotros, de forma que cuando creemos tener una teoría sobre la verdad oculta tras los trampantojos que nos vamos encontrando el propio Garland, actuando como un demiurgo malvado, las desmonta de forma consciente, casi diciéndonos:
"no, estás equivocado" (por no decir "zas, en toda la boca").
Pese a que el conjunto adolece de una frialdad que puede sacar a algunos espectadores de la trama y puede resultar espesa y demasiado cerebral en ocasiones, se agradece contar con productos así en la cartelera, exigentes con el espectador, que nos hacen pensar y fomentan el diálogo. Una muy interesante vuelta de tuerca a temas que siguen siendo más válidos que nunca en este nuevo siglo, como si la inteligencia y la capacidad de tomar decisiones propias de verdad nos hace humanos, o la debilidad del hombre al creerse un Dios, pues su propia e inherente falibilidad no puede sino convertirse en su talón de Aquiles.★★★
★★1/2
Por Antonio Santos