Tras el sorprendente final del capítulo anterior, encontramos a nuestros protagonistas en una situación límite. El plan de Milner se ha puesto en marcha, y el misterioso agente durmiente de la mochila blanca comienza su viaje para liberar el virus de la gripe rusa modificado que segará millones de vidas. Un personaje de lo mas curioso, que reafirma su creencia ciega en que la mejor forma de salvar el planeta es calzarse a la mitad de la población mundial y tener un hijo es el equivalente a clavar un nuevo clavo en el ataúd de la humanidad. Una escena con el acostumbrado humor negro y tróspido de esta serie así lo confirma. No sólo eso, sino que el camino a la "salvación" también estará sembrado de cadáveres. Ante la ausencia de órdenes de la difunta Milner se activa el plan B: recuperar las localizaciones de los contenedores del virus y acabar con los "cabos sueltos".
Mientras tanto, nuestros héroes a la fuerza no cejan en su empeño de salvar a la humanidad, forzándose una alianza imposible con Wilson, para quien los planes de La Red han ido demasiado lejos.
De esta forma, comenzará una carrera contra reloj para atrapar a mochila blanca antes de que libere el virus. Una búsqueda desesperada que obligará a todos a tomar decisiones límite y saltarse sus códigos morales, y en la que Jessica será una pieza clave pese a quizá perderse los últimos momentos de vida de su hermano, a quienes los médicos han desahuciado. Todo ello regado por el habitual humor negrísimo de la serie, que convierte a este thriller corporativo en algo mucho mayor, divertido y totalmente imprevisible. Tanto es así que una de los momentos más divertidos del capítulo vendrá al conocer a quien, por fin, será capaz de
domar al rebelde Grant. Y es que nada es mayor indicador de formar parte de una familia que el hecho de que le manden a uno a hacer los recados.
Por supuesto, lo mejor viene al final, donde el equipo logra recuperar los mortales contenedores y, de paso, todos los personajes evolucionan considerablemente. Jessica mostrándose como sabio Pepito Grillo en temas del corazón; Ian luchando hasta la extenuación por la vida de Becky y comprendiendo que para ganar hay que apostar muy fuerte; Becky disfrutando de sus últimos momentos en compañía de un ser amado... hasta descubrir que su enfermedad mortal no era otra cosa que una burla; Dugdale descubriendo sus redaños y sirviéndose su propia venganza en bandeja de plata;
y sobre todo Wilson. Alguien que ha dejado completamente de lado su yo friki y acomplejado para convertirse en el nuevo Señor Conejo con plena convicción, sangre y dolor. La demostración palpable de esta metamorfosis la vivirá Lee en sus propias carnes. La conspiración para
salvar a la raza humana no ha terminado, sólo ha mutado de forma. Al igual que en la primera temporada, todo acaba para volver a empezar. El fin se mantiene intacto, aunque los actores protagonistas y los medios cambien.
Es una pena que la BBC haya denegado a Dennis Kelly la posibilidad de acabar la serie como tenía previsto en una tercera y última temporada, y con ello que nos prive a los espectadores de disfrutar un poco más de una de las series más rompedoras, originales y atractivas del panorama actual o al menos, de disfrutar de la conclusión que su creador tenía prevista. Nos queda la esperanza de que algún día pueda ver la luz en alguna operadora independiente como Netflix o Amazon. O incluso que Kelly se involucre en el remake norteamericano que tendrá al mismísimo David Fincher como valedor y responsable tras las cámaras de, al menos, toda la primera temporada. ¿Puede estar a la altura una versión (presumiblemente) sin el cinismo, independencia y sentido del humor puramente británico? Difícil papeleta. Veremos cómo se desarrolla el invento. Mientras tanto... ¡El Señor Conejo ha muerto, larga vida al Señor Conejo!
Por Antonio Santos