Una de las mayores virtudes de las que puede hacer gala un autor es ser osado. En un época de secuelas, precuelas, remakes, clones y películas de consumo rápido y más rápido olvido es de agradecer encontrar una voz propia capaz de plantear un discurso que se salga un poco de los caminos trillados. Y más en el cine español, donde estamos acostumbrados a ver propuestas que se desarrollan en un número demasiado limitado de temáticas y nos dejan un sabor a recocinado o visto mil veces.
De esta forma, el encontrar en nuestra cartelera una propuesta tan atractiva, diferente, original y valiente como Magical Girl es una gran noticia.
Ante todo, conviene destacar que no por ser una película con un carácter propio se convierte en un producto de minorías. Esto es, no estamos ante una propuesta de autor que resulte impenetrable y haga del arte y ensayo su razón de ser. Ni mucho menos. Este era uno de mis principales miedos cuando entré en la sala, encontrarme con un tostón mayúsculo que la crítica alabara en masa pero destinada a un público (por qué no decirlo)
"gafapasta" y que fuera tan crítica como difícil de disfrutar. Nada más lejos de la realidad. Al contrario,
nos encontramos con una historia atractiva y una narrativa diferente pero tan bien planteada que nos engancha desde el primer momento y no nos suelta hasta su excelente final. Todo ello sacando el máximo partido a unos recursos presupuestarios evidentemente limitados a base de una precisa dirección y el aprovechamiento de unos escenarios tan comunes como los que podemos transitar todos los días: un barrio de clase obrera con sus bares de toda la vida y sus viviendas modestas, un piso más lujoso en la parte noble de la ciudad, ... que encajan como un guante como escenarios de la narración. Es remarcable también una puesta en escena sobria y sin estridencias, donde el acompañamiento musical es casi inexistente exceptuando algunas canciones, en especial el genial uso que se hace del clásico
"La niña de fuego" de los maestros Quintero, León y Quiroga que sirve tanto para conectar como para dar fondo a los personajes de Bárbara y Damián de una forma ejemplar. Menos es más.
A destacar también la estructura narrativa, diseñada como un puzzle del que iremos conociendo cada una de sus piezas de una forma reposada, sin prisa pero sin pausa, de forma que nos vemos abocados a contemplar con interés cómo las diferentes piezas van conectando y encajando entre sí dando lugar a nuevas y cada vez más interesantes situaciones, componiendo un todo mayor en el que el espectador será clave y marcando la evolución de las diferentes subtramas hacia territorios fascinantes e imprevisibles. Porque este es el mayor atractivo de la película. No se nos da todo mascado, sino que en el puzzle van quedando huecos para los que tendremos que encajar nuestras propias piezas, con un sinfín de posibilidades que fuerzan a utilizar nuestra imaginación y, por supuesto, abren interesantes debates tras el visionado de la película; un puzzle en el que la ausencia de una sola pieza puede marcar la diferencia entre la redención y el descenso a los infiernos.
De esta forma, el puzzle es un concepto clave, ya que es la base de toda la propuesta. Desde la trama hasta el tono de la cinta, que discurre de forma de lo más natural desde la comedia costumbrista hasta el drama más tremendo, pasando por el
noir con una exquisita mezcla de aromas entre lo clásico y lo cañí, así como adoptando tintes buñuelianos, como esa casa de campo con aroma a
"Belle de jour" o las conversaciones entre el padre y la hija enferma.
También los personajes están definidos de manera ejemplar, y vemos como evolucionan a lo largo del metraje mostrando unos matices que los alejan de nuestras primeras percepciones. Lobos con piel de cordero y corderos que aprenden a afilar sus pezuñas como si fuesen garras. Personajes tan factibles y reales que podrían ser nuestro vecino de enfrente. Porque cualquiera de nosotros probablemente sería capaz de cruzar la línea que marca sus límites morales cuando algo que considera fundamental (su hijo, su futuro, su cordura) está en juego.
De igual forma, dos personajes femeninos ejercerán como
"femme fatale" (conscientemente o a su pesar)
; esa niña que de forma inconsciente desata todo el cúmulo de acontecimientos que volverán del revés la vida de los implicados y tendrán inesperadas ramificaciones, y sobre todo el personaje de Bárbara, que siempre se debate entre la luz y la sombra y que será capaz de causar tanto nuestro rechazo como nuestra empatía.
Un personaje siempre al límite, con múltiples matices y un pasado oscuro interpretado por una Bárbara Lennie en estado de gracia que se vuelca en el papel y le da una fuerza sobrenatural, al igual que José Sacristán, excepcionales ambos en unos papeles difíciles y llenos de sutileza donde una mirada es capaz de transmitir todo el horror de verse abocado sin remedio a un futuro sin esperanza. Chapó para ellos y, en general, para una película valiente, personal, atractiva y magnética. No todo el mundo entrará en su propuesta, pero quien lo haga (y no es nada difícil) se verá atrapado irremisiblemente en este juego de máscaras y espejos donde el principio y el final cierran un círculo mágico y los más oscuros secretos se encierran tras la puerta del lagarto negro. Sólo los más osados se atreverán a cruzarla.
★★★★
★
Por Antonio Santos